Por Darwin Feliz Matos
El Partido Revolucionario Moderno (PRM),
actual organización gobernante de la República Dominicana, atraviesa un momento
crucial en su historia. Con cinco años al frente del Estado y una segunda
victoria presidencial obtenida por amplio margen, el PRM enfrenta el desafío no
solo de gobernar con eficiencia, sino de evitar repetir los errores que
condenaron a su principal antecesor: el Partido de la Liberación Dominicana
(PLD).
Los ejemplos sobran. El PLD, una
maquinaria electoral que gobernó durante dos décadas casi ininterrumpidas, cayó
estrepitosamente, víctima de su propia arrogancia, divisiones internas, y,
sobre todo, de una corrupción sistémica que terminó tocando incluso el entorno
más cercano del expresidente Danilo Medina. La historia está ahí, reciente,
documentada, y con varios de sus protagonistas aún enfrentando procesos
judiciales.
Uno de los casos más emblemáticos es el de
Maxi Montilla, cuñado del exmandatario, quien admitió ante el Ministerio
Público haber tejido una red empresarial para beneficiarse indebidamente del
sector eléctrico, obteniendo contratos millonarios. Su acuerdo con las
autoridades incluye el pago de más de 3,000 millones de pesos y el compromiso
de testificar contra otros implicados. Un caso que, más allá de lo legal, ha
dejado profundas heridas morales y políticas, incluso dentro de la familia
presidencial.
Luis Abinader, en contraste, ha mantenido
una imagen de pulcritud y distancia de los negocios del Estado. Sus familiares
no han sido señalados en escándalos ni se han aprovechado del poder. Sin
embargo, esa virtud personal no basta para blindar a un gobierno. Existen
funcionarios dentro del PRM que, lejos de seguir el ejemplo de transparencia
del presidente, se comportan como si fueran propietarios de las instituciones
que dirigen, creyendo que el voto recibido les otorga un cheque en blanco para
actuar sin rendir cuentas.
Esa es una señal de alerta que el PRM no
puede ignorar.
La tentación del poder absoluto
La mayoría legislativa que hoy ostenta el
PRM debe utilizarse con responsabilidad y visión de Estado. Gobernar no es
avasallar. La historia reciente demuestra que cuando un partido se aleja de la
autocrítica y del respeto a la institucionalidad, termina siendo castigado por
el pueblo, como le ocurrió al PLD. Y más aún en un tiempo en el que la
ciudadanía está cada vez más vigilante, empoderada y dispuesta a denunciar los
excesos del poder.
El balance de estos cinco años de gobierno
ha sido mayoritariamente positivo. La gestión de la pandemia, la recuperación
económica, el fortalecimiento institucional, la independencia del Ministerio
Público y la inversión en infraestructuras son logros innegables. Pero el
desafío del segundo mandato será aún mayor, porque ahora no basta con hacer
bien las cosas: hay que evitar que otros las hagan mal en nombre del gobierno.
El riesgo de la fragmentación interna
Otro espejo en el que debe mirarse el PRM
es el de la desunión interna. El PLD no cayó solo por corrupción, sino por la
incapacidad de gestionar sus diferencias. Las pugnas entre danilistas y
leonelistas, la imposición de candidaturas, la pérdida de contacto con las
bases, y la desconexión con los principios fundacionales del partido terminaron
por descomponerlo desde adentro.
El PRM, joven aún como organización, ha
mostrado signos de descoordinación, de clientelismo disfrazado de
institucionalismo, y de imposiciones desde las cúpulas. La lección está clara:
ningún partido sobrevive si abandona sus valores o se aleja del pueblo que lo
llevó al poder.
La política, como la concibió Duarte
Como advirtió Juan Pablo Duarte, “la
política no es una especulación; es la ciencia más pura y digna, después de la
filosofía, de ocupar las inteligencias nobles”. Gobernar bien no es solo
construir obras o mantener la economía estable. Es garantizar que cada
funcionario entienda que su rol es servir, no servirse del Estado.
Luis Abinader ha sido un ejemplo de
integridad. Pero si su entorno no lo acompaña con el mismo nivel de compromiso
ético, el desgaste será inevitable. La corrupción no siempre nace del
presidente, pero lo termina alcanzando si no se enfrenta con determinación
desde todos los frentes.
Una advertencia a tiempo
El PLD fue advertido muchas veces, pero
prefirió ignorar los síntomas del cáncer institucional que lo consumía. Hoy,
algunos de sus líderes enfrentan la justicia, su base está fragmentada, y el partido
que una vez dominó todos los poderes del Estado es apenas una sombra de lo que
fue.
El PRM está a tiempo de evitar ese
destino.
No se trata de gobernar por gobernar. Se
trata de construir un legado. De demostrar que la política puede ser diferente.
Que se puede ejercer el poder con decencia, con humildad, y con
responsabilidad. Pero para lograrlo, se necesita vigilancia interna, firmeza
contra la corrupción, y una renovación constante del compromiso con el pueblo.
De lo contrario, el
mismo espejo que hoy le permite al PRM mirar los errores del pasado, podría
convertirse mañana en un reflejo incómodo de su propio
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