POR ROBERTO
SALOM E.
(NOTA DE
REDACCION.- Por Rafael Méndez. Reproduzco este trabajo publicado en el
SemanarioUNIVERSITARIO, de la Universidad de Costa Rica, por su alto contenido
educativo y de denuncia implícita a comportamientos de nuestros políticos, y
para el caso de mi provincia Bahoruco, aclaro que cualquier parecido es pura
coincidencia. El título, tomado de la primera línea del artículo, es de la nota de redacción)
El clientelismo
es una forma de corrupción de la consciencia mediante la cual una persona en
posiciones de mando o poder, se prevalece de su ventaja posicional para dar u
ofrecer recursos organizacionales o institucionales como si fueran propios, a
cambio de una promesa futura de apoyo político.
Es un
comportamiento corrupto porque se dispone de los recursos institucionales para
realizar un intercambio o la promesa de este, en beneficio personal; también
porque independientemente de que se le dé o no a los recursos, un uso
institucional, se altera discrecionalmente el plan al cual originalmente
estaban sujetos, al darlos u ofrecerlos según criterios políticos o de mercado
particulares; igualmente porque se vulneran los canales habituales,
institucionalmente establecidos para canalizarlos.
El clientelismo
suele estar ligado a un chantaje, explícito o implícito, de parte de quien dona
o dispone de los recursos, respecto de quien recibe el beneficio; de manera que
la negativa a recompensar el acto mediante apoyo político suele tener
consecuencias indeseables, o al menos se amenaza con esa posibilidad.
El acto corrupto
está en pos de una aspiración futura de parte de quien tiene la iniciativa,
para conseguir una más alta posición de mando o de poder mediante un proceso
electoral, que de esa manera puede verse también alterado o corrompido en su
disposición original.
En consecuencia,
el clientelismo corrompe los procedimientos habituales de decisión dentro de la
institución en la cual se instala y, a la vez, coarta la posibilidad de elegir
libremente a las autoridades. Por lo anterior, procura crear una desventaja
para los competidores en un eventual o futuro proceso electoral.
De manera
concomitante, suele crear en la organización o institución donde se establece o
busca establecerse, un clima de amedrentamiento que procura reducir
drásticamente la capacidad crítica, reflexiva y desde luego contestataria entre
los “clientes”.
Por ello, el
clientelismo es intrínsecamente autoritario, es decir, trata de establecerse
violentando la voluntad genuina de los (as) miembros de la organización para
participar de los procesos institucionales o decidir por su propia cuenta
acerca de quién debe regir los destinos de la misma organización, así como cuál
es la forma oportuna y adecuada de distribuir los recursos dentro de ella.
Esta forma
corrupta del ejercicio de la autoridad o del cargo puede estar apoyada por
instancias superiores, ya sea porque ellas mismas prohíjan, auspician o toleran
tales procedimientos, con el propósito de lograr la continuidad de ciertas
políticas explícitas o no, legítimas o no. Tal apoyo constituye un
involucramiento de esa autoridad superior en el proceso electoral en pos del
cual se instituye el clientelismo.
De esa manera se
suele establecer una confusión entre el ejercicio de la autoridad y la
participación electoral de parte de quien ejerce esa autoridad o cargo,
confusión que tiende a reproducirse en los “clientes”, funcionarios o
electores, a quienes, a su vez, se les dificulta distinguir entre desacato y
elección soberana, entre insubordinación y oposición o sentido crítico o entre
chantaje y propuesta.
El clientelismo
tiende a reproducirse en otras esferas del engranaje de autoridad de la
institución, procurando generar un efecto en cascada de arriba hacia abajo. Por
ello no es raro el involucramiento dentro de una misma posición clientelista de
aquellos (as) quienes ejercen cargos o posiciones de poder intermedios dentro
de la organización.
Por lo anterior,
el clientelismo puede ofrecer recursos o promesas futuras de mando con el
propósito de involucrar a los (as) “clientes (as)” en la causa para la cual
sirve, independientemente de la capacidad real de satisfacer eventualmente las
expectativas que de esa manera crea.
Sin embargo, lo
que no puede anticipar el clientelismo es la capacidad de decisión íntima de
los electores cuando están en la urna, librados a su propia consciencia en procura
de rescatar los valores más altos de la institución a la cual sirven.
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