Por Miguel Ángel Cid Cid
Era
viernes, 4:45 de la tarde. Esperaba en la avenida Simón Bolívar, Santo Domingo,
próximo al parque Independencia. Al ver acercarse el carro de transporte
público, moví el dedo índice como el rabo de un Chihuahua contento, indicando
que iba derecho. El carro se detuvo y no bien había abordado, el chofer me preguntó
“¿hasta dónde llega?”
Mientras
le alargaba un billete de 50 pesos,“voy a la Universidad de la Tercera Edad”,
dije.
--¿Dónde
queda eso?
--Después
de la Núñez de Cáceres, dije.
Entonces
el chofer miró el billete. “Es así señor, no le sobra ni le falta nada”.
El
chofer me escudriñó con la mirada, sin descuidar el volante. Fue una mirada tan
breve como una foto instantánea. Ni idea de cómo quedé en el álbum de su
memoria, pero yo si pude descubrir ensu rostro un dejo de preocupación. Sentí
que buscaba entablar una conversación para desahogarse. Un tipo con suerte,
pues en mí encontró el Freud que necesitaba.
--Señor,
¿cuál es su nombre?, dije.
-- Crisóstomo.
--¿Y
cómo está la campaña electoral aquí, en Santo Domingo?, dije. Formulé de esa
manera la pregunta para confirmarle que era un bárbaro, un outsider.
De
repente el rostro se le iluminó. Examinó con aire fugaz la imagen instantánea
que se había hecho de mí y la contrastó con la intención de mi interrogante.
-- Óigame
bien señor, óigame bien, dijo. Yo he visto 28 elecciones y le puedo asegurar
que nunca había participado en una como ésta. Fíjese en esos afiches y vallas;
todas las calles están llenas de ellos y, a pesar de eso y lo otro, no hay un sólo
carro con banderitas y flequitos. Óigame bien, de ninguno de los partidos.
--
¿Pero eso no es siempre así en todas las campañas electorales?, dije.
--
Sí, claro que sí. La diferencia es que ahora no hay ni un chele en la calle. Ellos
están como el que tiene miedo.
El
semáforo se fue a amarillo. Crisóstomo pisó el acelerador y lo pasamos un
instante antes de mudarse a rojo.
--
Escuche amigo, óigame bien, dijo Crisóstomo retomando la conversación. Lo más grave de la situación no es la falta
de dinero.
Otro
concho nos rebasó y se hizo con dos pasajeros que esperaban en la esquina.
Crisóstomo pretendió que la maniobra del otro chofer no le importó.
--¿Y
qué es lo más grave?, dije.
--
Lo peor de todo es que ellos tienen todo, hasta la Junta Electoral es de ellos.
Y ese Roberto, el presidente de la JCE, es del tipo de gente que hay que
tenerle miedo. Yo se lo aseguro, esas computadoras van a traer problemas en estas
elecciones. Oyó? Pro-ble-mas.
--
Vea señor, óigame bien, continuó Crisóstomo. Lo que es en el tal Roberto y en
el Domínguez Brito, no se puede confiar. Para nada. Desde que usted ve una persona
hablando como si fuera un santo, como si no rompiera un plato, búsquelo que
algo está escondiendo.
***
Santiago de los Caballeros, tres días
después, 5 pm.
La
Ruta C, de los Ciruelitos, después que atraviesa dicho
barrio yendo hacia el norte, pasa por Buenos Aires, Los Reyes y se interna
hasta Los Salados. Desde éste último sector, me dirigía en dirección contraria
hacia el centro de la Ciudad Corazón. En el concho sólo estábamos el chofer y
yo. Al poco rato, sin embargo, se montó otro pasajero que resultó llamarse Domingo.
Domingo
lucía enojado, diría que muy enojado, tal vez demasiado enojado. “Aquí tiene que
haber una guerra”, dijo. “Una revolución para ir por ellos, aunque muera la
mitad de la población”. Miró al chofer y luego a mí.
--Yo
no sé si uno de ustedes es peledeista, o son los dos, dijo. Pero yo le tengo
odio a esa gente.Al primero que hay que caerle atrás es a Roberto Rosario, el
presidente de la JCE.
--
Caballero, dije, dirigiéndome a Domingo.
--¡Dígame
señor!, dijo Domingo. Lo dijo en tonoviolento y seco.
Confieso
que me apreté y de pronto dudé en continuar el diálogo.Pero recapacité rápido y
le expliqué en el tono más neutral que pude:
--Señor
Domingo, Roberto Rosario afirma que
ahora dizque no habrá forma de hacer trampas, porque los votos se
contarán en unas computadoras.
Entonces
Domingo levantó la voz como si creyera que nosotros éramos sordos, que no
alcanzábamos a escucharlo:
-- ¡Ahora
es que habrá fraude!Porque él está haciendo creer que esas computadoras no se
equivocan.
Ambas
conversaciones ahora me parecen eran el preámbulo de la avalancha de partidos
de la oposición, e incluso jueces de la propia JCE, exigiendo contar los votos
manualmente. ¿La base de sus argumentos?:
La Ley electoral no contempla la modalidad de conteo automático. Y, si lo hacen
así, sería ilegal.
Miguel Ángel Cid
Twitter:
@miguelcid1
28abril 2016
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