Por Luis José Chávez
“Se requiere del enemigo externo para desviar la atención de las
masas cuando un poder, desbordado por reclamos populares, no dispone de los
medios para enfrentarlos efectivamente”. (Leonte Brea).
El ambiente electoral que se vive tanto en Haití como en la
República Dominicana aporta un ingrediente complejo a las tensas relaciones
entre los dos países, creando dificultades adicionales para la búsqueda de un
acuerdo racional que ayude poner fin al diferendo planteado en torno al tema
migratorio.
No hay que escudriñar demasiado para entender que la actual
confrontación entre Haití y la República Dominicana es un conflicto conveniente
para importantes sectores de poder en ambos países, que se benefician de la
natural corriente de cohesión interna que generalmente se deriva de una
amenaza, real o potencial, de origen externo.
En el caso de Haití esta coyuntura no solo es conveniente, sino
particularmente oportuna, ya que ha contribuido a disminuir la presión política
y social que ha venido confrontando el presidente Michel Martelly desde
que a principios de este año 2015 comenzó a gobernar por decreto luego de la
disolución del Congreso.
El conflicto también le ha servido a las autoridades haitianas
para llamar la atención a la comunidad internacional sobre la dramática
situación de pobreza que abate a ese país y que impulsa a su población a
emigrar bajo las más difíciles condiciones. Visto desde esta perspectiva
debería resultar comprensible, aunque no justificable, el
tono agresivo y desafiante que han utilizado los dirigentes haitianos
para ventilar sus diferencias con el gobierno dominicano en torno
al Plan de Regularización que intenta llevar a cabo el Gobierno Dominicano.
Sin embargo, no solo los haitianos se benefician de este
conflicto. El litigio también le ha caído como anillo al dedo al presidente
Medina para invocar la tesis del enemigo externo y promover una amplia
plataforma de apoyo en el plano interno sobre la base de que Haití representa
una verdadera amenaza contra la seguridad nacional, para lo cual contaría con
la complicidad de varias potencias extranjeras y algunos organismos
internacionales.
En el caso dominicano, el debate planteado alrededor de este
conflicto ha despertado un exacerbado nacionalismo que se ha traducido
colateralmente en una clara expresión de apoyo político al Gobierno de Medina,
creando, además, un escenario propicio para relegar los
grandes temas que preocupan al país, como la creciente ola de delincuencia y
criminalidad, el sostenido déficit energético, la inequidad salarial y el alza
de precios de los artículos de la canasta familiar, los reclamos populares por
la paralización de obras tan esenciales como acueductos y hospitales, el
déficit fiscal y el excesivo endeudamiento, el problema de la corrupción y la
impunidad; y casos tan puntuales como la sobrevaluación del contrato de
las plantas de Carbón y el sórdido negocio en la compra de terrenos para la
construcción de escuelas, a propósito de la reciente revelación de una supuesta
estafa por 47 millones de pesos en perjuicio del Ministerio de Educación.
Visto este panorama, podría asumirse que el conflicto entre
Haití y la República Dominicana es mutuamente conveniente para los principales
grupos dominantes de los dos países y por lo tanto parecen dadas las
condiciones para que ambas partes hagan todo lo necesario para potenciar y
prolongar el impasse, habida cuenta de que tal como postula el profesor Leonte
Brea, “En muchos casos, la permanencia en el poder de determinados
grupos y de la ideología que los sustenta depende totalmente de esos enemigos
externos. Se necesitan mutuamente a tal punto que ninguno podría existir sin el
otro”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Esperamos que su comentario contribuya al desarrollo de los gobiernos locales .