POR EDUARDO SANZ LOVATON
Vivimos en una época donde dirigir y
administrar el Estado es como escalar la cima del monte Everest en ropa de
verano. Cualquier ciudadano o ciudadana, con el uso de su teléfono inteligente
tiene acceso al mundo donde la foto de perfil, muchas veces, disfraza la foto
de la realidad. Donde las monedas de cambio son los likes, los views, las
interacciones o la cantidad de seguidores. Donde las opiniones no se leen ni se
analizan sino que se expresan mediante un emoji.
Esta realidad que se expresa de manera
instantánea, ha transformado la dinámica política y la forma de gobernar. La
misma contiene sus propios códigos de adhesión social. En esta nueva era
digital, cualquiera compara su realidad, sus sufrimientos, sus circunstancias,
con las mentiras más opulentas, con la más falsa belleza. En fin, en el mundo
de las redes, la mentira como industria al vestirse de falsa realidad, hace
gobernar cada vez más difícil.
La razón es que no se gobierna en
fantasía. No se puede mentir con impunidad en la tarea de liderear o por lo
menos no se puede hacer por mucho tiempo. Y como la verdad no siempre es
simpática, ni evidente y mucho menos popular, quien dirige tiene que hacer
frente a la inmediatez de la dictadura de unas redes que monetizan su contenido
muchas veces por su surrealismo, en el mejor de los casos, y en los peores, por
la pura y simple inexactitud deliberada.
Como si esto fuera poco, los mecanismos
de la nueva modernidad no solo obstruyen las realidades triviales sino también
las esenciales. A la sombra del nuevo “savoir faire” (saber hacer), pueden
surgir las figuras políticas de ocasión. Los populismos más repentinos. Las
campañas más huecas. Se puede dejar de ser para parecer. En vez de propuestas
claras de cómo enfrentar problemas sociales, comenzamos a recibir recetas del
nuevo mercadeo. En vez de economías, hablamos de marcas de tennis. En vez de
pobreza, hablamos de razas. En vez de eficiencias, hablamos de moda. En vez de
trayectoria hablamos de gordura. En vez de fondo, hablamos de forma. Y todo
esto importa, pues dirigir sociedades desde que la humanidad salió de la
caverna, es una actividad compleja, alérgica a la rapidez.
Los dominicanos no estamos exentos de
todo esto. Estos 4 y tantos años que he estado al frente de una institución
pública, he sufrido en carne propia estas manifestaciones del fake news a
través de las redes sociales, o simplemente de la mala fe. ¿Qué podemos hacer?
La tecnología no se puede devolver ni tampoco debemos asumirla como negativa.
Estos fenómenos ya los hemos visto. Sea Martín Lutero al albergo de la
imprenta. Sea la ilustración al amparo del enciclopedismo. Sean las corrientes
socialistas luego de la revolución industrial. Sean los negocios luego del
advenimiento de los software, sea el ambiente de conflictos luego de la bomba
atómica. Sea las candidaturas políticas luego de la televisión y el debate
Kennedy-Nixon. En cada uno de esos casos los cambios tecnológicos traen cambios
sociales, religiosos, políticos, empresariales. La mayoría positivos. Hemos
cambiado el oligopolio de los medios por la libertad individual, y con ello
hemos eliminado la posibilidad de censura para llegar a un ambiente de
libertinaje. Somos más libres y también estamos más expuestos. Es más fácil ser
gobernando y más difícil gobernar. El balance debe ser en poder extraer de esa
libertad creatividad, emprendimiento y cultura, sin caer en el abuso y la
destrucción.
Cada vez que las plataformas digitales
se convierten en herramientas de manipulación capaces de influir en la opinión
pública y polarizar la sociedad mediante descrédito, desinformación y
generación de percepciones erróneas sobre líderes, partidos políticos o
decisiones gubernamentales, afectan no solamente la confianza en las
instituciones, sino que obligan a los gobiernos a destinar esfuerzos para
desmentir falsedades, en lugar de permitir enfocarse en la gestión pública con
toda la responsabilidad que implica. Este es un desafío clave para la
democracia y el compromiso con la verdad desde cualquier escenario.
Cierto es que ninguna sociedad anárquica
ha concluido jamás en un resultado diferente al gobierno del más fuerte sobre
el más débil. Las muchas leyes esclavizan y la ausencia de las leyes logran lo
mismo. RD debe ponderar esto e innovar. Nosotros como partido de gobierno
debemos poder mejorar lo malo sin perder lo bueno. Tenemos que saber elegir
fondo sobre forma. Verdad sobre mentira y más que nada debemos poder respetar y
transmitir paz sin resentimientos.
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