Por Rosa Escoto
Los
embarazos en niñas y adolescentes representan una crisis de salud pública y una
violación flagrante de los derechos humanos. Aunque en 2023 las estadísticas
revelan una disminución con 647 casos de niñas de entre 9 y 14 años dando a
luz, la aceptación de esta problemática en algunos sectores de la sociedad pretendiendo
normalizarlo sigue siendo alarmante.
Esta
situación no solo limita los sueños y metas de las niñas, sino que también les
causa daños emocionales y físicos irreparables. La reducción en las cifras no
es suficiente; es vital seguir combatiendo la normalización de esta
problemática para protegerlas y empoderarlas.
El embarazo en niñas y adolescentes
tiene consecuencias devastadoras. Desde una perspectiva física, las niñas en
este rango de edad no están biológicamente preparadas para el embarazo y el
parto, lo que aumenta significativamente los riesgos de complicaciones tanto
para ellas como para sus bebés. Las complicaciones incluyen partos prematuros,
bajo peso al nacer, y un mayor riesgo de mortalidad materna e infantil.
En el ámbito emocional y psicológico,
estas niñas enfrentan una carga que muchos adultos encontrarían abrumadora. La
responsabilidad de criar a un hijo a una edad tan temprana interrumpe su
educación, limita sus oportunidades de desarrollo personal y profesional, y puede
llevar a un ciclo perpetuo de pobreza y dependencia económica.
En las
redes sociales, es alarmante observar comentarios que intentan normalizar los
embarazos en niñas y adolescentes, bajo el pretexto de que nuestros antepasados
lograron salir adelante a pesar de vivir esa experiencia y alegar que superaron
estas situaciones, no solo ignora los traumas y
dificultades que muchas mujeres enfrentaron, sino que también desestima los
avances en derechos humanos y la importancia de proteger a nuestras niñas y
adolescentes.
Este tipo
de pensamiento perpetúa patrones sociales que violan los derechos de las niñas
y jóvenes, y es un reflejo de la urgente necesidad de una educación que desafíe
y transforme estas normas.
La aceptación social de los embarazos en
niñas es la manifestación de una violencia más profunda y arraigada que
perpetúa el machismo y la desigualdad de género. Las niñas que se convierten en
madres a una edad tan temprana son víctimas de abuso sexual y coerción. Esta
situación prolonga un ciclo de violencia y subyugación que afecta a
generaciones enteras.
Además del impacto individual, los
embarazos en niñas tienen amplias repercusiones sociales y económicas. La
interrupción de la educación y el desarrollo personal de las niñas contribuye a
mantener altos niveles de pobreza. La falta de educación y oportunidades
laborales limita las capacidades de estas jóvenes para contribuir positivamente
a la economía y fomenta la dependencia de asistencia social.
El machismo, que se refuerza a través de
estas prácticas, también contribuye a un clima de violencia que puede culminar
en feminicidios. Las niñas y mujeres que son vistas como inferiores o cuya
autonomía no es respetada son más vulnerables a ser víctimas de violencia de
género.
Las niñas deben ser apoyadas para que
puedan perseguir sus sueños y metas sin la carga de un embarazo precoz. Es
responsabilidad de todos –gobiernos, organizaciones no gubernamentales,
comunidades y familias– trabajar juntos para crear un entorno donde las niñas
puedan crecer seguras, educadas y libres de violencia.
Rosa
Escoto es Comunicadora, Relacionista Pública, Politóloga, Emprendedora, Gestora
social y CEO de la Fundación Sumando Sonrisas.
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