Por Miguel Ángel Cid Cid
Otros
observadores se preguntan: ¿Será que seremos los primeros en propiciar la cacareada
guerra del agua?
La isla La
Hispaniola tiene muchas primacías. La Catedral primada de América, la hoy
Universidad Autónoma de Santo Domingo, La Isabela o Villa Isabela, primera ciudad
fundada en el Nuevo Mundo, por solo mencionar tres ejemplos.
Pero nadie
discute que al través del tiempo siempre terminamos en último lugar.
Acostumbrados
a ser primeros, un sinnúmero de testigos del aparataje militar cree que seremos
los primeros en librar la guerra del agua. Pero son pocos los que piensan en la
guerra del odio.
El odio como
recurso
Por allá, por
1969 se libró en América Latina la mal llamada “Guerra del Fútbol”. Los
salvadoreños y los hondureños se enfrentaron motivados por el odio. Pero los dictadores
de los dos países hicieron creer que fue por una trampa en un partido de
Fútbol.
Pasando
balance a las relaciones bilaterales Haití-República Dominicana puede verse la
maestría de los haitianos en el manejo de la diplomacia. Venden su condición de
víctima como si fuera ropa de paca en el mercado binacional. Se granjean, por
mucho, el apoyo de la comunidad internacional.
La República
Dominicana, por el contrario, practica la diplomacia como si fuera un Boy
Scouts. Cree que los conflictos internacionales pueden manejarse como recurso
para sacar beneficio político.
El hábito de
artesano impenitente los empujó a incitar una campaña de radicalización del
odio hacia los haitianos. Una campaña que inició el expresidente Leonel
Fernández y que sus sucesores en el poder, en vez de negarla, o buscarle la
vuelta, la profundizan.
La tirria
deriva en la actitud de que el haitiano es sinónimo del diablo en persona. Genera,
a su vez, el talante de ver sangre ante cualquier hecho insignificante cometido
por los vecinos de al lado.
Por eso ante
la iniciativa de construir un canal de riego sobre el río Masacre la sangre de
unos y otros está que arde. Tanto los haitianos como los dominicanos están
ardientemente ansiosos por ver la sangre correr.
Los
dominicanos son propensos a ese afán de odio extremo. Recuérdese la matanza de
1937, la Sentencia 168-13 y ahora mismo el cierre total de la frontera.
El gobierno
haitiano
La entelequia
de gobierno haitiano, de su lado, está atrapado por las hordas de delincuentes
armados hasta los dientes. Es probable que el gobierno esté obligado a apoyar
la construcción del canal para ganar la legitimidad y la legalidad que le
falta. El mismo gobierno parece una banda, pero reconocida por la comunidad
internacional.
Requiere
utilizar el fervor patrio para cohesionar la población, convocar elecciones y
formar gobierno. Visto así, la construcción del canal sería una táctica para
llegar a la estrategia. Unificar el pueblo haitiano.
Si logran sus
propósitos, cambiarían la condición de banda por la de un Estado dueño del
monopolio de la violencia.
El gobierno
dominicano
El gobierno
dominicano saca el pecho con el despliegue del ejército de aire y tierra. Una
escalada fronteriza sin precedentes.
Las
autoridades dominicanas cerraron la frontera hasta que los haitianos detengan la
construcción del canal. Antes de tomar la decisión se negaron a ver que los haitianos
están acostumbrados a vivir en calamidad. Son indiferentes a la escasez. El
cierre, en lugar de debilitarlos, los fortalece.
Sin embargo,
el mercado criollo no aguanta más la ausencia de los haitianos como clientes
cautivos.
¿A quién
venderle los huevos, los pollos, el arenque…?
Por ello la
República Dominicana está obligada a quitarle el candado a la frontera. Pero
luce que lo tiene extraviado y no lo encuentra.
En suma, como
van las cosas, los dos Estados están metidos en una paradoja. No importa cómo
saldrán de la situación: ambas naciones perderán, aunque sea la mutua
confianza.
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