Por Patricia Arache
@patriciarache
Los últimos días
han sido reveladores de que la visión y la valoración que tienen los gobernados
en distintos países, a veces, está muy por encima de la que pretenden imponer
sus gobernantes sobre cualquier aspecto.
La hostilidad
que exhiben autoridades haitianas frente al pedido de cese de la construcción
del canal que derivaría aguas del río Dajabón o Masacre hacia esa nación, no es
la misma que muestran compatriotas suyos, acogidos en distintos momentos en
República Dominicana, donde han encontrado espacio para existir y construir
familias y hasta negocios.
Muchos haitianos
han aprendido a tomar con pinzas los discursos politiqueros y anarquistas de
unos cuantos que, a lo largo de la historia de su nación, han medrado el
presupuesto que manejan, así como las esperanzas de sus connacionales de
encontrar el camino hacia la paz, la convivencia y el desarrollo social y
económico, al que tienen derecho.
Han visto a una
casta política que se aleja cada vez más de ellos y se apropian de lo poco que
le queda a la nación, lo que los obliga a iniciar arriesgadas travesías que los
llevan a tierras ajenas, donde encuentran un lugar donde pernoctar, a pesar de
su condición de indocumentados.
No está de más
referir la falta de Registro Civil que prevaleció en Haití, hasta el año 2012,
cuando el gobierno de Canadá anunció el financiamiento de un proyecto,
propuesto desde el 2005 por la Organización de Estados Americanos (OEA) para
dotar de acta de nacimiento a los haitianos que nacieran, a partir de esa
fecha.
Esto revela que
muchos de los nacidos antes del año 2012 carecían de identidad hasta en su
propio país, y, entonces, se produjo un plan que permitió dotar de documentos a
apenas 5 millones de haitianos adultos, de una población que alcanzaba los casi
12 millones de personas, en el añ0 2021.
La falta de
institucionalidad y compromiso gubernamental en Haití es una dolorosa realidad
de la cual se derivan muchas consecuencias: ¿Quién puede legitimar la presencia
de un extranjero en cualquier parte del mundo, que carece de identificación en
su propio país?
La imposibilidad
de no poder demostrar quién es quién, es la negación de derechos más bárbara,
cruel y nefasta que ha tenido que sufrir el pueblo haitiano, ante la mirada
indolente de sus políticos y gobernantes.
Un análisis
detallado sobre el comportamiento social, político, económico, militar e
institucional en la hermana República de Haití, a lo largo de su historia,
permite ver con claridad que los problemas de esa nación caribeña, no son
generados por elementos ni comportamientos externos.
Es todo un vendaval
de falencias internas que subyuga a los haitianos, lo que, sumado a la
presencia de depredadoras bandas armadas criminales, los hace sumamente
vulnerables y esto, también, no hay dudas, es aprovechado por algunos
desalmados para “hacer y deshacer”, con ellos a su antojo, en cualquier otra
parte del mundo.
La situación de
crisis permanente en Haití no es provocada por otros países y, menos por
República Dominicana, su vecino más cercano, y que constituye su más alcanzable
paño de lágrimas.
Sus problemas
están en su interior, en el propio corazón de una sociedad diluida, atomizada,
sin liderazgo y sin agallas para reivindicar la dignidad, la seguridad y la
protección de su gente, en su propio suelo.
República Dominicana,
su gente, su pueblo ni sus autoridades deben permitir que la mezquindad, la
cobardía, el mal agradecimiento, la ineptitud y la rabia de grupos irracionales
haitianos intenten cambiar su espíritu de solidaridad, amistad y colaboración.
Escuché a un
haitiano referirse a la disputa existente entre dominicanos y haitianos por la
construcción del canal para el uso de las aguas del río Masacre.
Considera, con
razón, que serán esos mismos que hoy se envalentonan para dizque defender sus
derechos sobre el río Masacre los que dentro de poco estarán enfrentados y
destruyéndolo todo, incluso, la propia obra.
República
Dominicana debe seguir siendo esa nación hospitalaria, cálida y acogedora que
ha sido hasta ahora, a pesar de las arpías, las de aquí, las de allá o las de
cualquier otra parte del mundo. Eso sí, sin que nadie intente mancillar o
menospreciar la condición de país “libre e independiente”, en el que las
instituciones deben funcionar con responsabilidad, honestidad y ética.
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