Por Patricia Arache
@patriciarache
Estudios comparados,
nacionales e internacionales, colocan a República Dominicana entre los países
con mayor tasa de violencia contra la mujer en la región.
Esta es una
categorización nada envidiable para quienes aman y respetan la vida y la de sus
semejantes, no solo por preceptos bíblicos y religiosos, sino, además, porque se
supone que la existencia de alguien, debe tener explicación y justificación en
la construcción, no en la destrucción.
Un informe publicado
por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en noviembre del pasado año
2022, cita que, en el año 2021, cuatro mil 473 mujeres fueron asesinadas en América
Latina y el Caribe, por razones que se atribuyen al género.
Fue realizado a
partir de datos ofrecidos por el Observatorio de Igualdad de Género de América
Latina y el Caribe (OIG), de la Comisión Económica para América Latina y el
Caribe (CEPAL).
Establece que
las mayores tasas de feminicidios en América Latina se registran en Honduras,
con 4,6 casos por cada mil mujeres; República Dominicana, con 2,7 casos; El
Salvador, con 2,4 casos; Bolivia, con 1,8 casos y Brasil, con 1,7 casos. Son
datos que manejan los organismos internacionales y las autoridades locales.
La incidencia de
la violencia, agravios y desconsideraciones en contra de la mujer es alarmante.
Casi todas estamos en el mismo ofensivo carril, que no discrimina espacios:
escuelas, iglesias, centros de trabajo, calles, playas, montañas y llanos,
centros de diversión, monasterios; y ni siquiera, lo que constituye una gran
lástima, el propio hogar.
Es necesario que
la sociedad, en sentido general, tome conciencia de esa violencia, y de
cualquier otra que se manifieste en contra de las personas, de los animales y
hasta de la naturaleza, porque cualquier agresión que se ponga de manifiesto,
debe ser asunto de todos.
Como seres
humanos, estamos llamados a construir, a edificar a gestionar procesos que
hagan sostenible la prolongación de la vida y la extensión (no extinción) de
las especies. Pero, definitivamente, actuamos en vía contraria y, en la medida
en la que transcurre el tiempo, es más notable ese horrendo comportamiento.
Son tiempos en
los que la vida resulta un chiste; la agresión, un sonido; el robo, una audacia;
la estafa, una habilidad; la extorsión, una cualidad; la corrupción, una virtud;
y la violencia, un espectáculo.
Esto provoca que
mucha gente se pregunte una y otra vez ¿cuándo la sociedad cambió en forma tan
brusca, cuándo se invirtieron las cosas de manera tan drástica ¿Cuándo
comenzamos a priorizar el tener, en lugar del ser?
Evocamos,
entonces, a Eduardo Galeano, quien, además de “haberse caído del mundo y no saber
por dónde entrar”, define estos tiempos, en su obra “Patas arriba, la escuela
del mundo al revés” (1998):
“El mundo al
revés premia al revés: desprecia la honestidad, castiga el trabajo, recompensa
la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo. Sus maestros calumnian la
naturaleza: la injusticia, dicen, es la ley natural”.
Optimista, como
soy, también elogio y quiero estimular a quienes, comprometidos con la vida y
sus expresiones, se esfuerzan día a día para construir un mundo mejor y
habitable, que los hay de todas las procedencias y edades ¡Y muchos!
Lo hacen con la
acción, no con la declaración; con el ejemplo, no con la intimidación; sin
estridencias ni búsquedas de likes (que
son los aplausos del momento), fortunas o prestigio social; con la
discrecionalidad propia de quien trabaja para ser y aportar, no solo para tener
y menos humillar.
Junto a ellos, a
los que luchan por la convivencia pacífica, por el crecimiento humano, por el
desarrollo social, por la formación, por la consolidación del conocimiento, por
la calidad de la vida, el avance de la juventud y el respeto por la vida, ponemos
los hombros, conscientes de que hay que contribuir con el cambio. ¡Todavía
estamos a tiempo!
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