Por Altagracia Salazar
Danilo Medina pidió su Congreso y lo tuvo. Con ese presidente y ese Congreso
el país vivió una ola corrupta cuyas dimensiones no conocemos aun. Los
congresistas aprobaron todo lo que pidió Medina porque hablaban el mismo idioma
y estaban hablando de negocios.
Ayer el presidente Luis Abinader anunció un programa de reformas
institucionales que, en la mayoría de los casos, restan poder al Estado mismo
porque organizan y transparentan acciones públicas y privadas. Renunciar al
poder que da la designación del ministerio público implica modificar la
estructura del Consejo Nacional de la Magistratura como poco y eso es renunciar
a mucho.
Es exactamente lo contrario de lo que en su momento hizo Leonel Fernández.
El mandatario dijo que buscará el concurso de la oposición y de otros
sectores de la vida nacional.
Cuando uno ve la historia reciente, cuando una lee los periódicos de ayer,
tiene que colegir que solo la presión social puede facilitar por lo menos una
parte de esas reformas.
Toda la oposición y la parte más tradicional del propio partido
de gobierno se siente cómodo con el esquema corrupto que ha convertido el
Estado dominicano en una fuente inagotable de enriquecimiento para unos pocos.
Este pueblo no ha aprendido a amar la democracia. Por el contrario 60 años
después de la caída de Trujillo y 20 después de la última era de Balaguer hay
mucha gente que defiende el autoritarismo casi como una salvación. Donde hay más
autoritarismo es el congreso y ese congreso es lo que se necesita para
cualquier reforma.
Los congresistas que se han embolsillado 250 millones de pesos en un año de
barrilito, cofrecito y bonos para lo que sea, no quieren democracia ni quieren
lucha contra la corrupción ni nada que reste a sus negocios.
Luis Abiander va a saber ahora si el gas pela. Ha navegado tranquilo este año
a pesar de la crisis. La oposición no ha podido sacar cabeza. Este movimiento
puede provocar una alianza en la que su propio partido y un Congreso que no es
de nadie atente contra el propio presidente. Hay desearle buena suerte.
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