POR ROLANDO ROBLES
Yo pensaba que Danilo Medina Sánchez, que tantas veces ha proclamado
haberse preparado plenamente para ejercer el poder -algo que yo supongo es muy
cierto- también había comprendido la realidad de las migraciones, en cualquier
época de la historia y en cualquier sentido geográfico, más allá de si la
movilidad humana se hace hacia una sociedad más avanzada o de menor desarrollo
social.
Todo parece indicar que me equivoqué “de largo a largo”. El presidente
dominicano apenas ve las superficialidades del complejo fenómeno que es la
migración y sus consecuencias, en los países donde se generan estos movimientos
humanos, tan antiguos como ha historia misma. Por demás, de sus recientes
declaraciones, se infiere que él no se distancia en forma alguna de sus antecesores.
Al igual que ellos, él también “busca la paja en el ojo ajeno”.
Lo primero ha de ser pasar revista a los números fríos, para poner en
contexto las evasivas afirmaciones del presidente Medina. El año de 1996, en la
administración de Bill Clinton, marcó el punto de inflexión en materia de
deportaciones desde USA hacia RD. Con el cambio de proceso, nos han llegado
(hasta 2018) un estimado de ±70,000 nacionales deportados. El 72% de ellos
cumplió condena por tráfico de drogas y sus derivaciones, mientras que un 5%
fue expulsado por asuntos migratorios, que es una violación considerada “perdonable”
por los dominicanos de aquí y de allá.
Según recoge el Instituto Nacional de Migración, del Ministerio de
Interior, en el estudio “Dominicanos
Deportados desde Estados Unidos (2012-16)”, el Estado, o más bien, el
Gobierno de esos cuatro años, trabajó para que los compatriotas deportados fueran
reinsertados en la sociedad, con pleno derecho, como dice la Constitución, sin
embargo, no ofrece ningún número sólido sobre el éxito de su gestión. Ni parece
que pudieran tenerlos, si nos llevamos de sus conclusiones.
Por separado, según publica la Procuraduría General, hay unas 30,000
personas presas en las cárceles dominicanas. La mitad de ellos son preventivos,
el 25% espera juicio en apelación y el restante 25% está condenado de manera
definitiva. Estos valores sugieren que de los 70, 000 deportados, una buena
parte debe estar en las calles trabajando o mal viviendo y los otros, no
sabemos qué %, volvió a delinquir y/o está en prisión.
Cuando el presidente se lamenta casi llorando de los niveles de
violencia generados por la delincuencia -provocada por los deportados, según
él- muestra una pose aparentemente muy
compasiva, pero al mismo tiempo y mientras “escurre el bulto”, evita reconocer
que, bajo su Era o mandato, se ha registrado la mayor escalada de corrupción,
se ha institucionalizado la impunidad y se ha permitido la migración ilegal que
“arrabaliza” el país por completo.
Estos tres factores: corrupción, impunidad y “arrabalización” de los
barrios y pueblos, también provocan altos niveles de delincuencia. Y si usted
se lo suma a la delincuencia generada por los mismos que están destinados a
combatirla, o sea, por los organismos judiciales, castrenses y policiales,
pareciera como si mi presidente residiera en una de las lunas de Saturno y no
en la ciudad capital.
Mi amigo “Montecristi” me planteó el asunto con alguna dosis de
sarcasmo y resumido en una infantil, pero, muy peliaguda pregunta: Pegúntamele
a tu presidente peledeísta, ¿cuántos deportados hay en los casos de la ONSA o
en Odebrecht, o en la OISOE, para sólo mentar tres atracos?
En su intercambio con la prensa, solamente pude oír las respuestas que
él daba, no las preguntas de los periodistas, si es que eran periodistas. Es
por ello que no puedo tener la idea exacta de cómo pudo suceder este extraño
diálogo o quizás monólogo del presidente. Porque él “se canta y se llora”
cuando dice que, a pesar de la escalada de violencia actual, durante sus
gobiernos, la tasa de delincuencia ha bajado de un 24% a un 15%, o sea, a menos
de la mitad de la que había en 2012.
De nuevo, parece que estamos leyendo códigos diferentes; porque si la
violencia callejera es tan grande como para motivar que el Presidente salga de
su tradicional ostracismo, no entiendo cómo nos asegura que se ha reducido. Si la
delincuencia hubiese cedido, él no hubiera tenido que hablar sobre ello. Pero más
extraño aún, es que a ninguno de los “periodistas” presentes se le ocurrió
pedir explicación por el desaguisado.
Hay otra arista en este inusitado destape del mandatario, que tampoco
puede ser pasada por alto. Para la comunidad residente en el Exterior, que se
mantiene diariamente conectada con sus familiares- a quienes envía esas divisas
que tanto necesitan, el Gobierno, el Estado y el país- el presidente dominicano
es algo así como su “garante” y de él esperan el mayor reconocimiento, siempre.
Cuando Danilo Medina pretende justificar la inseguridad social
imperante, con la presencia de esos “delincuentes que semanalmente nos envían
desde USA”, comete un yerro mayor. Es que esos muchachos no vienen de otra
galaxia. No, ellos son dominicanos y se fueron siendo adultos, y si retornan
como “delincuentes”, es porque “delincuentes” se fueron, ellos no se formaron
en USA.
Ellos llevaron una alforja con los valores que adquirieron en su niñez.
Y al llegar a esta sociedad, con un mercado gigante, trataron de desarrollar
sus proyectos de enriquecimiento personal. Algunos lo han logrado sin mayor
riesgo, pero otros, han tenido que pagar un precio mayor. Por eso vuelven a su lar
nativo con ese fardo de ser “deportados”.
Ellos retornan como el “hijo pródigo”, validados por las remesas
enviadas en los “tiempos buenos”. Y si pensamos en quién ha sido más favorecido
con las divisas, estaremos contestes en que ha sido el Estado y que, por tanto,
su representante legal es quien primero debe asumir el roll de “buen pastor”, por
encima incluso de sus familiares.
Es por ello que, a Danilo Medina, como presidente, no le queda el
papelito ese de “asquerosear” a esos muchachos descarriados que lo han ayudado
tanto a mantener la fábula -convertida ya en realidad- de la ya famosa, “estabilidad
macro económica”.
Y sépase bien, los deportados, mas los otros dichosos que nunca fueron
detenidos, no pasan de ser un pequeñísimo porcentaje de la comunidad de
Ultramar. Ellos son unos pocos de los dos millones que vivimos fuera, pero no
son leprosos a los que hay que aislar. Todo lo contrario, presidente Medina -yo
no demando que se les honre como si fueran patricios- pero me conformo con que
se les muestre algo de compasión y agradecimiento.
Pero dejemos al presidente en su laberinto, de donde él, aparentemente,
no quiere o no puede salir. Y quiera Dios que no se le ocurra hacerlo, dándole
otro manotazo a la Constitución.
¡Vivimos, seguiremos disparando!
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