Por Roberto Valenzuela
En un país con tantas virtudes, gestos heroicos,
pero de tantas contradicciones y divisiones desde su fundación en 1844, “Juan
Pablo Duarte es el único que unifica a todos los dominicanos”. Esa expresión es
del distinguido comunicador, el doctor Ricardo Nieves.
Él entiende, y yo estoy de acuerdo, que Duarte es
venerado por la oligarquía, la clase media y los dominicanos más humildes”. Por
esto cuando alguien osa ofender la figura del patricio todos los sectores de la
sociedad se resienten al unísono. Todos protestan.
El historiador Roberto Cassá nos dijo, en una de sus
charlas en el Archivo General de la Nación (AGN), que, sin que eso le reste
méritos a su grandeza, una crítica a Duarte fue que permaneció mucho tiempo
fuera del país. Los demás próceres permanecieron en República
Dominicana.
Pero aclara que el primero en enarbolar la propuesta
de crear un estado soberano fue Duarte: eso no estaba ni remotamente en la
mente de los intelectuales ni de la población. Decían que era “un invento de
esos muchachos” (de los trinitarios); algunos planteaban el regreso al
coloniaje de Francia, otros a España. El profesor Cassá concluye en
que Duarte es el único e indiscutido Padre de la Patria: “la República
Dominicana salió de su mente…”
También en uno de esos debates sobre Duarte, el
distinguido profesor e intelectual Andrés L. Mateo nos decía que, aún con todas
las adversidades, “Duarte nunca dudó” de su causa, la creación de la República.
Dicho esto, porque algunos de los próceres que acompañaron a Duarte en el Grito
de Independencia, el 27 de febrero de 1844, en algún momento dudaron y pensaron
en anexar o buscar el protectorado de una nación poderosa.
Pienso que Duarte y sus dos compañeros Padres de la
Patria: Francisco del Rosario Sánchez y Matías Ramón Mella, se complementaron
para hacer realidad el proyecto de Nación. Una muestra de
eso es que cuando el general Pedro Santana anexó el país a España, los tres se
opusieron.
Sánchez y Mella lo enfrentaron mediante las armas; y
el 16 de febrero de 1864 Duarte viajó de donde estaba exiliado, en La Guaira,
Venezuela, para Curazao con el objetivo de localizar un buque que lo trajera a
la República Dominicana para apoyar a las fuerzas restauradoras. Viajó en
compañía de su tío Mariano Díez, su hermano Vicente Celestino Duarte, el poeta
e historiador Manuel Rodríguez Objío y el venezolano Candelario Oquendo.
El objetivo del patricio Duarte era expresar su apoyo
directo al Gobierno Provisional de la Restauración de Santiago de los
Caballeros y ponerse a su disposición.
Humillación a Duarte
Pero varios acontecimientos impactaron negativamente
al futuro padre de la Patria: encontró a Mella, su amigo y compañero de lucha
en la Guerra de Independencia, enfermo de disentería y próximo a la muerte.
Diversas fuentes históricas coinciden que el cuadro
crítico que presentaba Mella (postrado en un catre, consumiéndose) causó tanto
impacto en Duarte que también enfermó de gravedad. Tenía fiebre, calenturas,
debilitamiento físico, alucinación, escribe el historiador Franklin
Franco, en su libro Historia del Pueblo Dominicano.
A los pocos días experimentó cierta mejoría y
afiebrado siguió su viaje para Santiago de los Caballeros a la sede del gobierno.
Llegó el 4 de abril para reiterar sus deseos de colocarse al servicio del país,
como lo había manifestado en carta enviada desde Guayubín el 28 de marzo.
Los celos por el liderazgo de Duarte impidieron su
integración, pues varios de sus compañeros de viaje, incluyendo Candelario
Oquendo, que era venezolano, fueron integrados de inmediato a la lucha. Al
patricio lo dejaron esperando en una actitud descortés. Luego, recibió una nota
explicándole que sería enviado a Venezuela para recaudar fondos para la causa
revolucionaria y otras gestiones diplomáticas. Era evidente que lo querían
fuera del escenario político dominicano.
El prócer respondió que su estado de salud no le
permitía hacer el viaje de regreso a Venezuela, pero que podía ayudar a otra
persona que se le asignase esa función. Mientras Duarte se preparaba para
viajar al cuartel general del presidente Pepillo Salcedo le entregaron un
ejemplar de “El Diario la Marina de Cuba”, con una insidiosa crónica sobre los
celos que despertaba Duarte entre los generales restauradores.
Planteaba que Duarte, regresaba al país para “iniciar,
como en 1844, la brega para alcanzar el poder y que el presidente Salcedo,
Gaspar Polanco, el generalísimo, y lo no menos generalísimos, Luperón y Benito
Monción, no querían ceder la preeminencia que hoy tienen entre los suyos, y ven
de reojo al recién venido”. Este documento está contenido en el Diario de Rosa
Duarte, hermana del fundador de la República y en varios documentos del
Instituto Duartiano.
Duarte entristeció mucho con la lectura de la crónica,
no visitó a Salcedo y aceptó la misión en Venezuela. Mientras recibía la
humillación, el desplante de los jefes militares pasó por la angustia, el 4 de
junio, de ver morir a Mella, el discípulo que en esa misma ciudad de Santiago
lo había proclamado, en 1844, presidente de la República. Partió para nunca más
regresar al país.
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