Por JUAN T H
La palabra del
presidente Danilo Medina vale menos que una “guayaba podrida”. Es decir: nada.
Hoy dice una cosa y mañana otra; promete y no cumple. Y lo que es peor, lo hace
con un cinismo que deja a cualquiera perplejo.
Se dice y se
desdice constantemente, como si no le importara. Ha devaluado tanto su palabra,
su promesa, que se devalúa a sí mismo, y con ello desvalúa la figura
presidencial. (Tampoco parece importarle)
“Yo solo quiero
cuatro años y ni un día más, tampoco quiero volver después de un primer
mandato. Yo solo quiero un periodo. Y nada más”, dijo durante su primera
campaña.
Los funcionarios
no saben distinguir entre los recursos propios y los recursos del Estado, por
eso no es buena la reelección, aseguró con rostro entumecido.
Cancelaré a los
funcionarios hasta por el rumor público; le pediré una explicación y si no
estoy conforme lo sustituiré del cargo. (Nadie ha caído)
En mi gobierno
no habrá vacas sagradas; las investigaciones de corrupción se realizarán caiga
quien caiga. (En nuestro país hay más vacas sagradas que en la India)
Tengo un látigo
para castigar sin contemplación a los
funcionarios acusados de corrupción. (El látigo era de seda china)
Palabras, solo
palabras que el viento pronto se llevó con la brisa de las vaguadas, tormentas
tropicales, huracanes y ciclones que suelen azotar el territorio nacional.
Igual que esos fenómenos naturales que van y vienen de temporada en temporada.
En este país el día más claro llueve. Igual: en este país el presidente de la
República, ciego, sordo y mudo, con una dislexia política inconcebible, habla
por las señas que sus subalternos y
lacayos más cercanos.
No me reelegiré,
pero compró el Congreso, modificó la Constitución, después compró la Junta Central Electoral y un grupo de
partidos minoritarios utilizando los recursos del Estado sin el menor
escrúpulo.
No hace mucho
dijo que siempre – ¡mentiras!- creyó en dos periodos y nunca más. El modelo de
los Estados Unidos. Ahora intenta un tercer mandato. Sus arlequines, peleles y
energúmenos, hacen los “amarres” de lugar ya sea a través de las Altas Cortes y
corrompiendo nuevamente al Congreso para que nuevamente cambien la Constitución
para un tercer mandato, sin importarle que el PLD se divida, que los
empresarios y la iglesia también se fraccionen y que el Imperio se oponga.
No importa lo
que diga, nadie le cree al presidente Medina. No hay razones para creerle. Sus
palabras no tienen valor ni en la más lejana gallera del país.
Un mandatario
que no hace valer sus palabras, que no cumple sus promesas, no merece ningún
respeto de sus conciudadanos. (Tampoco merece ser Presidente)
La palabra, que tiene una categoría histórica, resultado de la evolución, comprobado
científicamente que el hombre no hablaba en principio, y que la teoría de la
Torre de Babel es un disparate bíblico,
ha permitido el desarrollo de la humanidad. Sin la palabra, tanto
hablada como escrita, y sin el trabajo, los humanos no habrían dado el salto
que los colocó por encima de los demás seres que pueblan el planeta.
Sin el lenguaje
articulado, con todo su significado, los humanos no fuéramos más que bestias
salvajes; carroñeros que se alimentan decarne podrida cazada por otros;
caníbales luchando por sobrevivir en la cadena alimenticia de la selva.
Cuando un
presidente degrada su palabra, como lo ha
hecho Danilo Medina, que es la palabra del más igual de todos los
iguales, no solo desciende él, también lo hace el pueblo que dirige. La palabra
de un Presidente debe ser un templo inquebrantable. De lo contrario no merece
el respeto ni la consideración de sus gobernados.
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