Por JUAN T H
Hace algunos
años un Director de Tránsito de la Policía apresó a los muchachos que, como si
estuvieran en un canódromo, escenificaban carreras, borrachos y drogados con
sustancias prohibidas, en la avenida Abrahán Lincoln en horas de la madrugada
provocando accidentes que dejaban una estela de heridos y muertos.
El general, en
ese momento coronel, no sólo ordenó el apresamiento de los jóvenes sino la
incautación de los vehículos, todos de lujo, lo cual le provocó un problema
mayúsculo, pues al día siguiente -¡oh sorpresa!- los padres; empresarios,
comerciantes, banqueros, políticos de mucho poder e influencia, lejos de
agradecerle la acción fueron airados al Palacio de la Policía a buscar a sus
“niños y niñas” exigiendo su puesta en libertad y la devolución de los
“coches”, como le llaman los españoles, pues de lo contrario pagaría las
consecuencias.
Ni modo, los hijos
de “Papi y Mami” salieron burlándose de la autoridad. Fueron despachados con
sus vehículos. Días después volvieron a sus andanzas hasta el día de hoy. Ahora
están de moda “los ceritos”. Los chicos giran en círculo durante minutos
interminables en cualquier esquina de la Lincoln. Solo se escucha el rugir de
los potentes motores. Las carreras y los “ceritos”, que dejan huellas en las
vías, no cesan. De vez en cuando los jóvenes se van a la Luperón, la 30 de Mayo
y la Anacaona. Se les ha visto en los túneles de la 27 de Febrero y en el que
conduce a Las Américas. Nadie los detiene.
¿Por qué un
padre le “regala” a un hijo un carro deportivo con motores de 500 y 600
caballos de fuerza que cuestan 250 y 300 mil dólares? ¿No le está poniendo un
arma en sus manos para que se suicide y de paso mate a otros? Me pregunto: ¿El
padre se ganó en buena lid ese dinero o es fruto de la evasión, el contrabando,
la corrupción política o incluso el narcotráfico y el bajo mundo? No lo sé. No
soy del DNI ni nada que se parezca.
Muchas me
pregunto:¿No fallamos los padres cuando no sabemos decirle ¡no! a los hijos,
cuando los complacemos en todo lo que piden, cuando lo abarrotamos de cosas
materiales, no de sentimientos y de valores que los conviertan en seres
humanos, no en máquinas depredadoras?
Un carro
deportivo aun muchacho de 18 y 20 años no le hace bien; no lo educa; lo vuelve
arrogante, prepotente, insensible y despiadado. Se cree estar por encima de los demás porque es rico,
poderoso. Lo tiene todo, menos humanidad. El filósofo decía: “Educa a tus hijos
con un poco de hambre y un poco de frío” para que ambos no paguen las
consecuencias.
Nada es más
doloroso, incomprensible y desgarrador, aun para los cristianos, que la muerte
inesperada y trágica de un hijo, de un muchacho al que le damos amor y ternura
porque es sangre de nuestra sangre.
El hijo de
Sandra Acta, un muchacho ejemplar, el amor de su madre y demás familiares, fue
embestido cruzando la 27 de Febrero por
un canalla irresponsable en un carro a más de 200 kilómetros por horas lo dejó
tirado en el pavimento, abandonado
muerto como si fuera un animal. No se hizo justicia. El poder político y
económico lo impidió. No es el único caso. Hay otros, claro que hay otros
muchachos muertos por la imprudencia.
La muerte
transita en autos de lujo por las calles del país sin que la Policía lo impida
por miedo al poder, solo por miedo.
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