Por Miguel Ángel Cid Cid
El tránsito es una debacle. Las
autoridades y los profesionales que estudian el fenómeno se apresuran en
señalar culpables. Y por aquello de que “la soga siempre rompe por el lado más
débil”, estos sectores concluyen diagnosticando la fiebre en la sabana.
En consecuencia, los entendidos en la
materia, cargan el dado del caos del tránsito en la ciudad, a la ausencia de
educación de los conductores. Según los sesudos expertos, la debilidad se
evidencia en el desconocimiento que tienen los choferes de la Ley 241 que rige
el tránsito.
La Autoridad Metropolitana del
Transporte, AMET y el Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones (MOPC), se
ocupandelacontrariedad. En efecto, de un tiempo a esta parte, el desordenado
transito es tema obligatorio para ambas instancias gubernamentales.
Ahora bien, al debatir las razones del
desastre, nadie en su sano juicio dejaría fuera la ignorancia de conductores y
usuarios. Es obligatorio señalar lo airado que se ponen los choferes cuando un
semáforo deja de funcionar y los agentes
de AMET, ni se enteran. En cambio, si el mismo semáforo funciona de
maravillas, los agentes están activos, cediendo el paso al lado equivocado,
donde la luz está en rojo. Los “especialistas” creen que si se sincronizan los
semáforos, buena parte de este problema estaría resuelto.
En medio de la maraña de circulación
vial, los motociclistas son los malos de la película. El maleficio es más
tenebroso al observar los nombrados deliverys, mensajeros motorizados que
conducen temerariamente sobre dos ruedas, ¿o en una sola? Los motoristas se
cruzan entre los vehículos en movimiento, sin importar el peligro que corren, menos
aún, las consecuencias para los transeúntes.
De nada vale señalizar las intersecciones
de las calles con líneas amarillas entrecruzadas. Las autoridades policiales y
la propia AMET son los primeros en violentar estos cruces.
Una realidad innegable son los
inconvenientes que causan los choferes de carros de concho y las llamadas
guaguas voladoras. Estos transportistas no respetan los conos amarillos
utilizados para agilizar la circulación en las intersecciones, hacia la derecha
e izquierda, según el caso. La solución mágica a la situación es construir
muros de hormigón, así concluyen los estudios realizados. Esos no los podrán
violentar, dicen.
Los dichosos expertos se resisten a ver
la realidad. En el menor de los casos, nadie habla, por ejemplo, del paso
alegre de funcionarios empinados del gobierno por los semáforos en rojo. Los aliados
y relacionados del Poder se bastan con una tarjeta que los acredite como amigo
especial del general de turno, merito suficiente para violentar cualquier ley.
El lector recordará el sobrino del ministro de Interior y Policía que lesionóun
agentede AMET y luego se desmontó del vehículo y le increpó “tu sabe quién soy
yo buen mojón. Yo soy el sobrino de Monchy”.
Las multas puestas a las amistades de los
funcionarios son anuladas por órdenes expresas de sus amigotes. Luego, los
multados regresan donde el agente y les estrujan en su cara el recibo anulado,
para que sepan que él estápega’o.
Estas exageraciones las ve cualquiera y
“lo que está a la vista no necesita espejuelos”.
Los llamados expertos se resisten a
admitir la ausencia de una cultura de planificación que permita prever los
resultados de una u otra acción. Inclusive, los profesionales del área y las
propias autoridades “competentes” creen que planificar se limita a redactar
planes novelescos. Ignoran con irresponsabilidad rampante, que planificar es
una práctica de vida, ¡una cultura!
Lo que nadie quiere ver es que la falta
de voluntad política es el problema de fondo en el tránsito. De hecho, un
sindicalista del transporte, en una declaración de prensa lo expreso de manera
elocuente.
Miguel Ángel Cid
Twitter: @miguelcid1
22 noviembre
2016
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