POR JOSE ANTONIO MATOS PEÑA
Los actos de
violencia, común o no, están azolando enormemente la sociedad, es un resultado
lógico y fehaciente del estado desigual de vida a que ha estado sometido el
pueblo por los que mayormente han ocupado la cosa pública. Sin contar la
paradigmática mala ejemplarizarían de los que más arriba de los estratos
sociales delincan por comisión, omisión o inacción, en otras palabras, la
comisión de hechos delictivos, el encubrimiento y la impunidad.
El cáncer de la
delincuencia ciudadana ha tomado cuerpo, ¡y… de què manera! Y es utópico pensar
que de golpe y porrazo, de ahora para ahorita, diciéndolo en buen lenguaje
criollo, se va corregir, máxime, en un
pueblo en el que ni siquiera el respeto al voto emitido es una realidad.
La gente se está
volviendo loca, no respetan, no tiene miedo, no se miden y no tiene compasión
al momento de cometer sus tropelías, no escatiman riesgos ni esfuerzos al
momento de iniciar un despojo, los ejemplos vivos de la descarnada
violentaciòn del ritmo de vida están a
la orden del día, en los videos de televisión, en las redes sociales, en la
vida diaria, imaginemos cuantos de cada diez dominicanos ve a diario por
cualquiera de estas vías ò por la vivencia como afectado o presencial, yo diría
que por lo menos 8 de cada diez dominicanos.
Hay una
verdadera descomposición social que amerita con carácter de urgencia ser
enfrentada, enfrentada con políticas inmediatas del estado, cambio drástico del
flujo presupuestal del país, que fluya la inversión pública en diferentes
sentidos y renglones, diferentes a los actuales que concomitante con esto, se
mejore la vida del ciudadano, entre ellos, el que tiene la responsabilidad de
enfrentar el delito in situ, que junto a una serie de esquemas judiciales y
procedimentales, que redunda escribir aquí, que en el necesario seguimiento que el
estado dé al delito, prime la inteligencia y la delicadeza, que por
el hecho de que hay un desorden generalizado, deja de haber una ciudadanía sana circulando en las calles,
vale decir que en franco descenso por el
temor, no sean tratados o maltratados como delincuentes, que la fuerza militar
o policial designada para los patrullajes lo hagan en armonía con las
políticas trazadas para tales fines, recordemos que violencia es toda
acción que sometida sobre un ciudadano, afecte su espacio o desenvolvimiento
justo. De nada vale que para perseguir un acto delincuencial contra un
ciudadano, sean pisoteados o destruidos los de los demás.
La persecución de los delitos o delincuentes no son justificación para
que las patrullas, constituidas en una gran parte de hombres y mujeres buenos,
pero convertidos en busca comida, interrumpan la paz, la vida normal del buen
ciudadano, llevándole de paso en muchas ocasiones el derecho constitucional al
libre tránsito.
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