Por Melvin
Mañón
A las puertas del lado francés del túnel que atraviesa el Canal de la
Mancha, las escenas de violencia se suceden mientras policías británicos tratan
de impedir la entrada ilegal de inmigrantes de todo el mundo. No muy
lejos de allí, otras brigadas revisan camiones, furgones, baúles y cualquier
otro lugar donde pueda haberse escondido un ilegal que, dicho sea de paso, ha
debido atravesar medio mundo y decenas de barreras y fronteras para llegar
hasta allí.
En el Mediterráneo, desde el mismo Peñón de Gibraltar al oeste hasta
el Bósforo en el extremo oriental toda una humanidad se hace a la mar en
embarcaciones improvisadas, inadecuadas e ilegales para tratar de llegar a
Europa. Negros sub-saharianos de Mauritania, Senegal, Costa de Marfil y toda el
África Occidental venden sus haberes y se embarcan en la aventura que debe
llevarlos, bordeando la costa africana, hasta algún lugar del Mediterráneo
europeo donde finalmente arriba solamente una fracción de ellos. Los que no
perecen al hambre, la sed, la insolación, las disputas a bordo o el
naufragio quedan a merced de las autoridades navales y/ migratorias italianas,
francesas o españolas que les llevan a campamentos, allí donde los hay; los
encierran en lugares improvisados y luego empiezan a discutir qué hacer con
ellos.
Desde la costa norte de África, Marruecos, Túnez, Libia y en mucho menor
medida Argelia otro éxodo de magrebíes atiborra las costas y los campamentos
mientras que aquellos cuyas embarcaciones naufragaron sirven de alimento a los
escualos siempre hambrientos.
A medida que el Maghreb rebasa el Canal de Suez y las aguas del
Mediterráneo se confunden con las del Adriático y los Dardanelos, otra oferta
masiva de emigrantes busca y encuentra caminos que los lleven desde Líbano,
Siria, Turquía, Iraq hacia el Mediterráneo oriental donde también acuden los
desesperados de Somalia, Kenya, Eritrea y otras partes de África Oriental.
Muchos de estos son los que están agolpados en Grecia y Macedonia donde han ido
a parar esperando y deseando que el desorden interno de estos países les
permita colarse hacia el centro de Europa. Para tratar de evitarlo, Hungría
construye una muralla de alambre de trincheras y despacha tres mil efectivos
para protegerse de estos invasores. Vano empeño.
No son cientos de inmigrantes, sino decenas, cientos de miles, de todas
partes del mundo empobrecido y violento, turbulento y desigual arriesgando todo
lo que tienen para entrar a Europa y reclamar una parte del paraíso que la
publicidad -decía Galeano- les ha hecho la boca agua. No son los más pobres de
sus respectivos países, sino los más atrevidos y resueltos porque los
verdaderamente más pobres no tienen nunca con que comprar un sitio en una
lancha ni sobornar funcionarios ni sobrevivir a la travesía. Esta gente la pasa
mal aunque a decir verdad, peor les va a los que desde Indonesia y el sureste
asiático terminan en Australia donde un canalla llamado Tony Abbot, con gran
respaldo de su electorado, tan canalla como él, los envían de regreso a alta
mar o los confinan a varios campos de prisioneros en islotes solitarios donde
deben morir de enfermedades o convencerse, tras una buena dosis de maltratos y
abusos de que nunca serán admitidos en Australia. Acaso corren la misma suerte
de los negros eritreos que tras haber ingresado a Israel son, después de coger
cárcel por un año, abandonados a su suerte en el desierto de Negev.
Pero bien, ese es el mundo de hoy, testigo de las emigraciones masivas más
impresionantes que recuerda la historia y, ante esta situación la Alemania de
Merkel, respaldada por la Francia de Hollande hacen una exigencia a los demás
países de la Unión Europea reclamando que acepten acomodar una cuota mayor de
refugiados. Quieren repartir la carga para que a todos les toque su parte tanto
en el salvamento en alta mar como en la distribución en campamentos y
posteriormente ubicados a través de toda la Europa comunitaria. Estas
sociedades viven, como otras que la precedieron, la paradoja de la inmigración
y nadie ignora el efecto a largo plazo pero todos terminan transándose por el
beneficio a corto plazo.
Pero, hay dos cosas verdaderamente asombrosas en esta situación y ninguna
de las dos las he oído mencionar. Es posible que lo hayan hecho y yo no me haya
enterado. Pues bien:
1ro.- Entre el año 275 y 378 de nuestra era, el emperador Aureliano primero
y mucho después el emperador Valente aceptó permitir que los bárbaros del norte
y este de Europa cruzaran el río Danubio y se establecieran en las llanuras del
lado oeste en lo que hoy es Rumanía. Era un acuerdo temporal que protegería a
esas tribus germanas del exterminio por parte de los Hunos y serviría también
para fortalecer la defensa del territorio del imperio romano frente a esos y
otros adversarios. Ninguna de las dos partes cumplió su parte del acuerdo. Los
funcionarios romanos corruptos y mandos militares incompetentes abusaron de los
recién llegados y estos terminaron rebelándose pero sobre todo, convirtiéndose
en una realidad permanente que transformó el imperio por dentro y condujo a
precipitar la decadencia de este y al ascenso a los mandos militares de varias
generaciones de jefes bárbaros. Valente murió en 378 tras la derrota romana en
Adrianópolis frente a esos mismos bárbaros. Fue una larga serie de campañas que
culminará entre los años 406 y 500 con las hazañas de Odoacro y de Teodorico.
El imperio romano, después de ellos, se diluye en tribus y principados. Ha
nacido la Edad Media del desmantelamiento del antiguo imperio. QUE IRONIA.
MERKEL, HOLLANDE Y TODOS LOS DEMAS ESTAN RECREANDO LA MISMA DISCUSION QUE TUVO
LUGAR HACE CASI DOS MIL AÑOS EN EL SENO DEL IMPERIO ROMANO. NO LO MENCIONAN
ELLOS NI LO EVOCAN OTROS, PERO TEMEN QUE TENDRA EL MISMO RESULTADO. Es el
ajuste de cuentas de los bárbaros solo que ahora no vienen del norte sino del
sur y un poco del este.
2do.- Resulta increíble, por lo absurdo, que en medio de todo el debate
europeo ante la debacle migratoria y las múltiples crisis humanitarias en el
origen y destino de estos emigrantes a nadie se le haya ocurrido invertir en el
ordenamiento, la justicia y el trabajo en los países de donde emanan esos
emigrantes y así empezar a corregir las causas que han desencadenado el
fenómeno: algo naturalmente más difícil de hacer que de decir porque la
prosperidad europea, la expansión de sus clases medias y el modelo de vida y
consumo existente está erigido no solamente sobre las desigualdades impuestas a
esos pobres en favor de los más ricos sino también en la depredación de sus
países y en la corrupción de su cultura y de sus instituciones ancestrales.
La única solución a la debacle actual y futura del caos migratorio es la
construcción de un mundo más justo pero, imagínese, como pedirle a la
injusticia que se niegue a sí misma.
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