Por Melvin Mañón
Intelectuales,
políticos y dirigentes dominicanos concurren en la afirmación de que el PLD es
una corporación que piensa, actúa y decide como tal. Opera dentro del marco de una
cultura creada por otros y adoptada por ellos. La generalizada convicción de
esos mismos intelectuales, políticos y dirigentes respecto a la naturaleza
corporativa del PLD, sin embargo, debe merecer un ajuste correspondiente en el
discurso y en la práctica política con las cuales se les enfrenta.
Si decimos que el
PLD es una corporación como, por ejemplo, Ford Motors, Siemens, Toyota o Coca
Cola no deberíamos elaborar solamente un discurso contra el presidente de cada
una de esas corporaciones ni contra el Chief Executive Officer (CEO) sino contra la marca que ostentan, la
práctica que nos imponen y la cultura que representan. El PLD es la
marca de una corporación cuyo producto es una cultura, una práctica y una
gestión que no solamente es corrupta sino que procura legitimación y
perpetuación.
Los que en el mundo
nos oponemos a los transgénicos combatimos a Monsanto, acaso el más agresivo
conglomerado dedicado a la manipulación genética de los alimentos, pero nos
importa literalmente un pito quien es el presidente de esa corporación. Por lo
mismo, no nos importa quién es el presidente de Coca Cola a pesar de que nos
dicen que han perdido cuota de mercado.
Los conflictos
legales en Siemens, el gigante alemán, nos importan por la participación
ordinaria de dicha marca en la corrupción de funcionarios en varios países y
por lo mismo podemos platicar sobre las dificultades financieras de Ford Motors
o por los repetidos fraudes de Toyota obligada a reponer piezas y mecanismos
defectuosos en millones de autos fabricados por ellos.
Como presidente de
la corporación PLD, Leonel Fernández contrató asesores, utilizó recursos y
técnicas de mercadotecnia y laboró por el bien propio y el de su corporación
como corresponde a un Chief Executive Officer. La gestión de Leonel
Fernández fue corporativa por la forma en que fue pensada, los acuerdos
alcanzados, los criterios empleados, las normas establecidas, los beneficios
logrados, la gente involucrada y los resultados obtenidos.
Exactamente lo mismo
acontece ahora con Danilo Medina quien contrata la edificación de locales y nos
hace creer que construye escuelas, quien agita el tema haitiano
para ocultar la inflación rampante en los precios de todos los
artículos y que enarbola una soberanía con cuya falsa defensa el país
se olvida del soborno masivo del congreso para hacer posible la opción de
reelegirse. Nos enfrentamos a un equipo no a un individuo. La diferencia entre la corporación y el
caudillismo debería también reflejarse en la lucha para recuperar el país
perdido.
Podríamos derrotar y
destruir al CEO Medina y dejar casi intacta la corporación PLD como marca y
como producto si le atribuimos a un individuo cualidades que no tiene,
destrezas de las cuales carece y, en cambio, dificultamos el entendimiento de los recursos que emplea la corporación
para someternos.
Uno de los más
notorios ejemplos es la película de Luis Estrada titulada: “La Dictadura
Perfecta”. En México la denominan “La Caja China” y consiste en la disposición de apagar cada denuncia, cada
escándalo y cada situación adversa al gobierno o a un funcionario de la
corporación creando artificialmente un tema que lo suplante. Justo lo
que ha hecho el PLD con éxito espectacular ya denunciado y documentado en mi
libro: ENIGMA.
Aunque intentó
parecerlo, Leonel Fernández nunca fue caudillo. Su gestión transcurrió
asesorada por profesionales en encuestas, manejo de imagen, trampas
electorales, transacciones financieras, tramitación de empréstitos y demás.
Nunca fue Leonel el genio solitario que pretendió y que nos hizo creer. Nunca
fue ese dictador iluminado ni ese líder político que en vano atacaron sus
opositores. Leonel Fernández fue y sigue siendo un individuo talentoso, hechura
de circunstancias y de un equipo al que escuchaba; alguien que supo manejarse con su “junta de directores” llamada en este caso
Comité Político.
El caudillo seduce y
soborna periodistas, la
corporación solamente los soborna y los utiliza, los orienta, coordina sus
mentiras y les provee dirección y articulación editorial. El
caudillo es ante todo un animal político que, como el marinero experimentado,
puede leer los vientos, las mareas, las turbulencias y el mar de fondo; confía
en si mismo y con frecuencia ni siquiera admite el trabajo en equipo. El CEO
viene de la banca, la empresa privada, el ejercicio profesional; es un burócrata
que depende del instrumental mercadológico y de las encuestas.
No guía ni conduce, se acomoda porque vive del consenso entre
los suyos. El personaje de
corporación no quiere transformar nada sino usufructuar. Le apetece la
gloria y el impacto de ésta en el mercado de valores de sus propias acciones
pero carece por completo de una
perspectiva histórica. Su visión y su éxito son de corto plazo. Sus
debilidades personales no son tan relevantes como en el caso del caudillo
porque, lo que le falta como individuo lo suple la maquinaria. El
mejor ejemplo es el propio señor Medina
quien carente de carisma y encantos disfruta sin embargo de la imagen que de el
fabrica la maquinaria que lo sustenta.
Su ética es la que
dicta la conveniencia; la meta de ganar elecciones está subordinada a la
finalidad de conservar el poder y este objetivo a su vez suplanta cualquier
otra consideración. Para el CEO solamente existe el mercado. El país,
cada país, es solamente un extenso mercado que se moldea y transforma para que
los ciudadanos, diluidos como el azúcar en agua, se conviertan en consumidores.
Ver y tratar al señor Danilo Medina al margen de la corporación de la
cual es parte no nos ayuda a derrotarlo. Esta gente
organiza las noticias, el poder político, las instituciones y los
procedimientos antiguamente democráticos de la misma manera que los encargados
de mercadeo disponen las mercancías en las góndolas de las tiendas, los
publicistas diseñan las empacaduras, y los de finanzas fijan precios y
estipulan ofertas. Para enfrentar
con éxito al peledeísmo, tenemos primero que rescatar nuestra condición de
ciudadanos por sobre la de consumidores.
Cuan cerca o lejos
estemos, individual o colectivamente, de esta meta depende, en primer
grado, del nivel de endeudamiento personal porque en nuestro tiempo
el yugo para uncir los bueyes fue reemplazado por la tarjeta de crédito,
toda forma de espiritualidad sucumbió en los escaparates de las tiendas y toda
ilusión naufragó en luces, ruidos y sexualidad. No hay rescate sin renuncia. No hay redención sin exorcismo. No habrá
democracia sin fajarse a luchar por
ella.
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