Por JUAN T H
Uno
de los graves problemas de la sociedad
dominicana es la falta de institucionalidad, lo que limita el llamado Estado de
Derechos y el desarrollo económico, político y social del país.
La
Junta Central Electoral es un organismo colegiado, pero su presidente actúa
como si no lo fuera. Él es “ley, batuta y constitución”. En la JCEcasi siempre
se hace lo que él decida, y no siempre
es así porque encuentra la férrea oposición de Eddy Olivares y José Ángel
Aquino.
En el
tribunal electoral más poder y fuerza tiene un funcionario de tercera o cuarta
categoría que un “miembro titular” del “Pleno”, órgano que solo sirve para
legitimar las decisiones del “Presidente”. (Los presidentes de la JCE, Cámara de Cuentas, Tribunal Constitucional,
Suprema Corte de Justicia, el Senado, Cámara de Diputados, entre otros, debería
ser rotativa, cada año o cada dos años)
¿Por
qué el presidente de la JCE acudió solo al Palacio Nacional a entrarle al
presidente de la República la primera cédula, por qué no lo hizo en compañía de
los demás miembros del pleno, lo cual le hubiera dado un carácter
institucional? Y más aún, ¿por qué Danilo Medina no le sugirió o exigió a
Roberto Rosario que fuera con sus pares?
El
hecho mismo de acudir al Palacio Nacional a entregarle la primera cédula a
Danilo Medina afianza el concepto presidencialista y unipersonal del Estado,
colocándolo por encima de los demás ciudadanos.
El
caso de Rosario Márquez, sin embargo, no
es único; está bien enraizado en la sociedad.
Los hombres y mujeres cuando llegan a los puestos consideran que lo
heredaron, que pueden manejar la institucióncomo suya. (Aquí se hace lo que yo
diga, cuando yo diga y como yo diga.)
Los
ministros y directores generales al ser designados crean estructuras mafiosas o
gansteriles al designar gente de su “confianza”, como secretaria, director de
compras, consultor jurídico, jefe de personal, etc. Crean “anillos” de
corrupción.(Cuando salen de los cargos no quieren que les cuestionen el origen
de sus fortunas)
Es
por eso que los funcionarios no renuncian nunca. Cuando piden la reelección del
presidente de la República están pidiendo su propia reelección para
continuar robando a manos llenas.
“El
poder institucionalizado es el que ha sido despojado de lo personal,
caprichoso, incierto y accidental que tuvo desde los albores de la sociedad
humana. Uno de los grandes valores del desarrollo político de los pueblos es la
previsibilidad del poder, es decir, la posibilidad de saber hasta dónde pueden
llegar sus efectos y cuáles son las limitaciones de la autoridad pública. Aquí
descansa la seguridad jurídica de los gobernados, o sea su certeza de ánimo de
que no serán molestados si no cometen actos contrarios a la ley”, escribió Rodrigo
Borja en su Enciclopedia de la Política.
Explica
que en “las sociedades primitivas no existía la institucionalidad del poder”.
Me pregunto entonces, ¿es la nuestra una sociedad primitiva donde el caudillo
lo decide todo? Un poeta nicaragüense decía: “Mi país es tan pequeño que hasta
los pleitos callejeros los resuelve el presidente”. Y no es por el tamaño del
país, es por la falta de institucionalidad.
“El
poder institucional es el que se apoya sobre instituciones permanentes que
superan las veleidades personales en la vida de una sociedad política”,
concluye Borja, ex presidente de Ecuador.
Una
de las principales característica de los países desarrollados es el respeto por
las instituciones y por las leyes que la rigen.
Danilo
maneja los recursos del país como si fueran suyos. Lo mismo hicieron los
presidentes anteriores incluyendo a Leonel Fernández que se ganó el premio
mayor en esa materia. Las “visitas sorpresas” de Danilo son una muestra del carácter
unipersonal del gobierno y del Estado.
El
caso de Roberto Rosario Márquez en la JCE no es único, ni exclusivo. Lo vemos
en los demás órganos del Estado, incluyendo el Congreso y la Justicia. El
nuestro es un problema cultural, casi ancestral. El carácter dictatorial y
clientelar no murió con Trujillo. Ni con Balaguer. Al contrario, se afianza y
fortalece cada día para desgracia del pueblo dominicano.
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