RENACER CONTIGO

lunes, 31 de marzo de 2014

Repensar la ciudad: Muchas luces y pocas ideas

Por José Alberto Rodríguez Álvarez

(A modo de manifiesto)

Al amigo César Pérez, observador atento y agudo de los vaivenes de la ciudad.

Ahora que se acalla la barahúnda de los chicos y miríadas de lucecitas multicolores reposan en penumbra, tras deslumbrar a una entusiasta muchedumbre que durante las fiestas navideñas, noche tras noche, desbordó los predios del Parque Iberoamérica; tal vez podría resultar oportuno propiciar un espacio de reflexión en donde se pueda debatir algunas ideas acerca del modus operandi que ha caracterizado la política de intervención de algunos organismos gubernamentales encargados de agenciar y gestionar los espacios públicos de la ciudad de Santo Domingo.

Parque Iberoamérica

La ciudad, además de un lugar para ser habitado, es una realidad para ser pensada. No es suficiente con estar. Habitarla como albergue, sin convidarla a dialogar, sin interrogarla, quedar convertidos en simples espectadores, naturalizarla como si surgiera por generación espontánea, es correr el riesgo de estar en la ciudad sin pertenecer a ella; no advirtiendo que el sentido de pertenencia habilita un espacio reflexivo en donde nos reconocemos como ciudadanos en lugar de pobladores.

No pensar la ciudad nos convierte en sus huéspedes anónimos, con poco o ningún contacto con su memoria ni vestigios que revelen su verdadera identidad, quedando atrapados en una empobrecida existencia que impide devolverle la mirada que le muestre el camino de dónde viene o hacia dónde va. En cambio, pensarla posibilita que vivamos en sociedad, dejando de lado ancestrales atavismos que nos empujan a las gradas como manadas expectantes del pan y circo.

Este rodeo surge a propósito de repensar una ciudad que recientemente volvió a ser avasallada por una propuesta “lúdica” carente de ideas ingeniosas que quedaron opacadas por la fatuidad de miles de bombillitos. Un lugar con muchas luces pero falto de creatividad, en donde se reafirma una ciudad cada vez más asediada y colonizada por lugares del anonimato, sin identidad ni historia.

Ante tanta exuberancia, pareciera que los artífices de esta instalación sintieron nostalgia de no ver ya más las luces del Faro a Colón proyectadas hacia el firmamento. O tal vez fueron “iluminados” por la obra del arquitecto barcelonés Carles Buigas, quien hiciera realidad los sueños y caprichos de Trujillo diseñando y construyendo el Teatro Agua y Luz, luego de que el “Benefactor” regresara al país deslumbrado tras visitar la Fuente de Montjuic en Barcelona, en donde desde lo más profundo de su megalomanía exclamara: “Yo quiero una así para mi país”.

Teatro Agua y Luz (Izq.) en su esplendor. A su lado la Fuente Mágica de Montjuic

En una ciudad signada por una historia de escasez de agua e interminables apagones, no resultaría sorprendente que alguien se haya sentido tentado a pensar que esas fastuosas obras actuarían como una suerte de tótems que inexorablemente conducirán la rueda del progreso hacia la profecía del auto cumplimiento. Sin embargo, hoy los sueños del “Generalísimo” permanecen sepultados bajo las ruinas y escombros de aquel ostentoso teatro erigido a propósito de la paradójica celebración de la Feria de la Paz y la Confraternidad del Mundo Libre, en tanto el Faro a Colón parece un mastodonte dormido que ha abandonado a los marineros a los designios de la oscuridad, quedando la ciudad sitiada por las idas y vueltas del agua y la luz.

La performance puesta en escena en los terrenos en donde estuvo el antiguo Parque Zoológico Nacional, hoy hábitat del Parque Iberoamérica, es parte de una saga que viene precedida del parque temático popularmente bautizado con el nombre de Zooberto. Allí se desdibujó una cartografía en donde la ciudad aún no logra reconocerse albergando grotescas esculturas que caricaturizan a bellos especímenes de una fauna traída por los pelos desde lejanas tierras africanas, ignorando una historia natural de la isla rica en especies nativas, además de ser una propuesta estética que logra concitar muy escasos elogios. A lo que se le suma un gasto oneroso que bien pudo ser destinado a dar respuestas a necesidades urgentes propias de esta ciudad, como podría ser esa piedra de Sísifo en que se ha convertido la recogida de basura, el ordenamiento del tránsito, o en el cuidado y mantenimiento de otros parques y zonas verdes que parecen no tener dolientes.

 Zooberto Park

A escasa distancia de ese parque de fauna petrificada, posando la mirada por el área baja de los elevados que cobijan algunos tramos de la avenida Kennedy, se penetra en ese ámbito del poder que busca invisibilizar y ocultar ciertas prácticas de supervivencia adoptadas por mendigos e indigentes excluidos de la sociedad, que a falta de un techo en donde vivir, han adoptado esos lugares como refugios. La respuesta a esta situación por parte de “expertos urbanistas”, pertenecientes al gobierno de la ciudad, ha sido una estetización cínica que los ha llevado a desalojar a estos marginales, a sabiendas de que esto no deja de ser un simple parche al problema urbano, erigiendo en su lugar extravagantes estructuras de cemento en forma piramidal, de muy mal gusto, con las que se pretende ahuyentar los residuos de miseria aposentados en esos espacios. Allí permanecen atrincheradas, erguidas, vigilantes, incólumes, pirámides inútiles que infructuosamente pretenden suturar un tejido social cada vez más agrietado por los zarpazos de la pobreza y la inequidad.

 
Estetización banal de la ciudad

Teniendo como telón una pretendida modernidad que llegó ungida por el boato del manu militari, no es de extrañar que en el paisaje urbano resuenen los ecos de la fanfarria marcial. El fantasma del miedo se ha agazapado en los recovecos de la ciudad, haciendo que conjuros y talismanes den un paso al frente para cabalgar en un discurso ampuloso de la seguridad enseñoreado en una pantomima de tolerancia cero; quedando la población a merced de una gendarmería, que vista desde una mente sensata, da para pensar que ha extraviado las coordenadas que le llevarían hasta las trincheras, en tanto sus armamentos y pertrechos son más apropiados para marchar a la guerra que para garantizarla seguridad ciudadana. Pareciera que aquí cobrara vida la distopía orwelliana del hermano mayor que vigila (big brother).

Una ciudad asediada

Recorrer las calles y avenidas de la ciudad es entrar en ese universo onírico surrealista, único capaz de explicar, ante el fracaso de la teoría política, que una iconografía del guerrillero heroico colocada en el cristal de atrás de las guaguas voladoras actúa como sortilegio revolucionario que pone a resguardo de la ley las barrabasadas de“conductores rebeldes”, quienes con sus desmanes y tropelías acarrean día tras día a cansados e indefensos pasajeros como borregos llevados al matadero; mientras desde el confort que proporciona el estar en un escaño en el Congreso Nacional, el zar del transporte público diseña y traza nuevas rutas para que sus hordas de trogloditas escenifiquenel teatro de la crueldad. El querer abarcar tanto y su afán de convertir a cada transeúnte en una de sus víctimas, no le permiten avizorar que debajo de la ciudad alargados gusanos mecánicos han comenzado a cantarle su réquiem. Una mañana, no muy lejana, amanecerá y sólo encontrarán la sombra de un árbol en donde jugar una partida de dominó.
   
   
No conforme con haber tapizado y forrado de luces los frondosos árboles que habitan el Parque Iberoamérica, ocultando su majestuosidad y belleza natural, ahora el sambenito, a la cabeza de un tropel de albañiles y empañetadores, se ha trasladado a la Puerta del Conde. Allí, en esa puerta histórica, lugar en donde a son de trabucazo el pueblo dominicano atravesó el umbral de vida republicana, se fragua una “restauración”, que vista desde la teoría de la conspiración, da pie a sospechar que es idea de una arquitectura hatera, resuelta en hacer de la ciudad una estancia para apacentar el ganado, y con ello cebar sus arcas, en lugar de un espacio público privilegiado de ejercicio de la ciudadanía. Aquí cabría preguntarse: A dónde ha ido a parar la estridente algarada de las huestes “nacionalistas”. Por qué la retirada. Por qué ese mutis por el foro en momento en que profanan esos valores que ellos mismos dicen enarbolar y defender.

 Dos miradas

Sin embargo, si bien no resulta sorprendente el silencio de los que se autodenominan “nacionalistas”, no es lo mismo cuando se trata de la ciudad. Queda un sinsabor cuando es esta quien calla y se encoge de hombros o mira para otro lado como si aquí no pasara nada; mientras soporta estoicamente una cosmiatría chapucera aplicada por mercachifles que dicen llamarse “urbanistas” y “restauradores”, quienes haciendo uso de las técnicas más burdas de borraduras le prometen, como si se tratara de una diva hollywoodense, que lucirá más “joven y hermosa”.

Y ya dejando de lado los reproches. Intentando penetrar en su mutismo, alentándola a que salga de su ostracismo; allí se encontrarán señales inequívocas que harán comprensibles que esta estetización banal que ha tenido que soportar la haya dejado muda, enclaustrada en el silencio, con pocas ganas de hablar, con escasas fuerzas para defenderse. Pero si aún así le queda aliento para escuchar, que no olvide que el poder de la palabra es el único azabache que puede ponerla a resguardo de la embestida de ese pastiche hatero-nacionalista que tan sólo busca convertirla en pasto para los gusanos.

Marzo, 2014.

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