Por José Alberto
Rodríguez Álvarez
(A
modo de manifiesto)
Al amigo César
Pérez, observador atento y agudo de los vaivenes de la ciudad.
Ahora que se
acalla la barahúnda de los chicos y miríadas de lucecitas multicolores reposan
en penumbra, tras deslumbrar a una entusiasta muchedumbre que durante las
fiestas navideñas, noche tras noche, desbordó los predios del Parque
Iberoamérica; tal vez podría resultar oportuno propiciar un espacio de
reflexión en donde se pueda debatir algunas ideas acerca del modus operandi que
ha caracterizado la política de intervención de algunos organismos
gubernamentales encargados de agenciar y gestionar los espacios públicos de la
ciudad de Santo Domingo.
Parque
Iberoamérica
La ciudad,
además de un lugar para ser habitado, es una realidad para ser pensada. No es
suficiente con estar. Habitarla como albergue, sin convidarla a dialogar, sin
interrogarla, quedar convertidos en simples espectadores, naturalizarla como si
surgiera por generación espontánea, es correr el riesgo de estar en la ciudad
sin pertenecer a ella; no advirtiendo que el sentido de pertenencia habilita un
espacio reflexivo en donde nos reconocemos como ciudadanos en lugar de
pobladores.
No pensar la ciudad
nos convierte en sus huéspedes anónimos, con poco o ningún contacto con su
memoria ni vestigios que revelen su verdadera identidad, quedando atrapados en
una empobrecida existencia que impide devolverle la mirada que le muestre el
camino de dónde viene o hacia dónde va. En cambio, pensarla posibilita que
vivamos en sociedad, dejando de lado ancestrales atavismos que nos empujan a
las gradas como manadas expectantes del pan y circo.
Este rodeo surge
a propósito de repensar una ciudad que recientemente volvió a ser avasallada
por una propuesta “lúdica” carente de ideas ingeniosas que quedaron opacadas
por la fatuidad de miles de bombillitos. Un lugar con muchas luces pero falto
de creatividad, en donde se reafirma una ciudad cada vez más asediada y colonizada
por lugares del anonimato, sin identidad ni historia.
Ante tanta
exuberancia, pareciera que los artífices de esta instalación sintieron
nostalgia de no ver ya más las luces del Faro a Colón proyectadas hacia el
firmamento. O tal vez fueron “iluminados” por la obra del arquitecto barcelonés
Carles Buigas, quien hiciera realidad los sueños y caprichos de Trujillo
diseñando y construyendo el Teatro Agua y Luz, luego de que el “Benefactor”
regresara al país deslumbrado tras visitar la Fuente de Montjuic en Barcelona,
en donde desde lo más profundo de su megalomanía exclamara: “Yo quiero una así
para mi país”.
Teatro
Agua y Luz (Izq.) en su esplendor. A su lado la Fuente Mágica de Montjuic
En una ciudad
signada por una historia de escasez de agua e interminables apagones, no
resultaría sorprendente que alguien se haya sentido tentado a pensar que esas
fastuosas obras actuarían como una suerte de tótems que inexorablemente
conducirán la rueda del progreso hacia la profecía del auto cumplimiento. Sin embargo,
hoy los sueños del “Generalísimo” permanecen sepultados bajo las ruinas y
escombros de aquel ostentoso teatro erigido a propósito de la paradójica
celebración de la Feria de la Paz y la Confraternidad del Mundo Libre, en tanto
el Faro a Colón parece un mastodonte dormido que ha abandonado a los marineros
a los designios de la oscuridad, quedando la ciudad sitiada por las idas y
vueltas del agua y la luz.
La performance
puesta en escena en los terrenos en donde estuvo el antiguo Parque Zoológico
Nacional, hoy hábitat del Parque Iberoamérica, es parte de una saga que viene
precedida del parque temático popularmente bautizado con el nombre de Zooberto.
Allí se desdibujó una cartografía en donde la ciudad aún no logra reconocerse
albergando grotescas esculturas que caricaturizan a bellos especímenes de una
fauna traída por los pelos desde lejanas tierras africanas, ignorando una
historia natural de la isla rica en especies nativas, además de ser una
propuesta estética que logra concitar muy escasos elogios. A lo que se le suma
un gasto oneroso que bien pudo ser destinado a dar respuestas a necesidades urgentes
propias de esta ciudad, como podría ser esa piedra de Sísifo en que se ha
convertido la recogida de basura, el ordenamiento del tránsito, o en el cuidado
y mantenimiento de otros parques y zonas verdes que parecen no tener dolientes.
Zooberto
Park
A escasa
distancia de ese parque de fauna petrificada, posando la mirada por el área
baja de los elevados que cobijan algunos tramos de la avenida Kennedy, se
penetra en ese ámbito del poder que busca invisibilizar y ocultar ciertas
prácticas de supervivencia adoptadas por mendigos e indigentes excluidos de la
sociedad, que a falta de un techo en donde vivir, han adoptado esos lugares
como refugios. La respuesta a esta situación por parte de “expertos
urbanistas”, pertenecientes al gobierno de la ciudad, ha sido una estetización
cínica que los ha llevado a desalojar a estos marginales, a sabiendas de que
esto no deja de ser un simple parche al problema urbano, erigiendo en su lugar
extravagantes estructuras de cemento en forma piramidal, de muy mal gusto, con
las que se pretende ahuyentar los residuos de miseria aposentados en esos
espacios. Allí permanecen atrincheradas, erguidas, vigilantes, incólumes,
pirámides inútiles que infructuosamente pretenden suturar un tejido social cada
vez más agrietado por los zarpazos de la pobreza y la inequidad.
Estetización
banal de la ciudad
Teniendo como
telón una pretendida modernidad que llegó ungida por el boato del manu
militari, no es de extrañar que en el paisaje urbano resuenen los ecos de la
fanfarria marcial. El fantasma del miedo se ha agazapado en los recovecos de la
ciudad, haciendo que conjuros y talismanes den un paso al frente para cabalgar
en un discurso ampuloso de la seguridad enseñoreado en una pantomima de
tolerancia cero; quedando la población a merced de una gendarmería, que vista
desde una mente sensata, da para pensar que ha extraviado las coordenadas que
le llevarían hasta las trincheras, en tanto sus armamentos y pertrechos son más
apropiados para marchar a la guerra que para garantizarla seguridad ciudadana.
Pareciera que aquí cobrara vida la distopía orwelliana del hermano mayor que
vigila (big brother).
Una
ciudad asediada
Recorrer las
calles y avenidas de la ciudad es entrar en ese universo onírico surrealista,
único capaz de explicar, ante el fracaso de la teoría política, que una
iconografía del guerrillero heroico colocada en el cristal de atrás de las
guaguas voladoras actúa como sortilegio revolucionario que pone a resguardo de
la ley las barrabasadas de“conductores rebeldes”, quienes con sus desmanes y
tropelías acarrean día tras día a cansados e indefensos pasajeros como borregos
llevados al matadero; mientras desde el confort que proporciona el estar en un
escaño en el Congreso Nacional, el zar del transporte público diseña y traza
nuevas rutas para que sus hordas de trogloditas escenifiquenel teatro de la
crueldad. El querer abarcar tanto y su afán de convertir a cada transeúnte en
una de sus víctimas, no le permiten avizorar que debajo de la ciudad alargados
gusanos mecánicos han comenzado a cantarle su réquiem. Una mañana, no muy
lejana, amanecerá y sólo encontrarán la sombra de un árbol en donde jugar una
partida de dominó.
No conforme con
haber tapizado y forrado de luces los frondosos árboles que habitan el Parque
Iberoamérica, ocultando su majestuosidad y belleza natural, ahora el sambenito,
a la cabeza de un tropel de albañiles y empañetadores, se ha trasladado a la
Puerta del Conde. Allí, en esa puerta histórica, lugar en donde a son de
trabucazo el pueblo dominicano atravesó el umbral de vida republicana, se
fragua una “restauración”, que vista desde la teoría de la conspiración, da pie
a sospechar que es idea de una arquitectura hatera, resuelta en hacer de la
ciudad una estancia para apacentar el ganado, y con ello cebar sus arcas, en
lugar de un espacio público privilegiado de ejercicio de la ciudadanía. Aquí
cabría preguntarse: A dónde ha ido a parar la estridente algarada de las
huestes “nacionalistas”. Por qué la retirada. Por qué ese mutis por el foro en
momento en que profanan esos valores que ellos mismos dicen enarbolar y
defender.
Dos miradas
Sin embargo, si
bien no resulta sorprendente el silencio de los que se autodenominan
“nacionalistas”, no es lo mismo cuando se trata de la ciudad. Queda un sinsabor
cuando es esta quien calla y se encoge de hombros o mira para otro lado como si
aquí no pasara nada; mientras soporta estoicamente una cosmiatría chapucera
aplicada por mercachifles que dicen llamarse “urbanistas” y “restauradores”,
quienes haciendo uso de las técnicas más burdas de borraduras le prometen, como
si se tratara de una diva hollywoodense, que lucirá más “joven y hermosa”.
Y ya dejando de
lado los reproches. Intentando penetrar en su mutismo, alentándola a que salga
de su ostracismo; allí se encontrarán señales inequívocas que harán
comprensibles que esta estetización banal que ha tenido que soportar la haya
dejado muda, enclaustrada en el silencio, con pocas ganas de hablar, con
escasas fuerzas para defenderse. Pero si aún así le queda aliento para
escuchar, que no olvide que el poder de la palabra es el único azabache que
puede ponerla a resguardo de la embestida de ese pastiche hatero-nacionalista
que tan sólo busca convertirla en pasto para los gusanos.
Marzo, 2014.
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