Por Miguel Ángel Cid Cid
La Saeta del Cibao: así bautizó la fanaticada aguilucha a Miguel Ángel
(Guelo) Diloné Reyes en la época de su apogeo. Nadie escapaba de la zozobra
cuando él entraba a la caja de bateo. Peor si llegaba a la primera base. Para
emular a Diloné, al delivery lo llaman, el azote del barrio.
La probable descripción de la pulpería y el colmadón fue el tema central
de las dos entregas anteriores. Un aporte a su definición. Este artículo trata
sobre el delivery, el protagonista indiscutido del colmadón.
En tiempos pasados los colmados de mayor venta contrataban un mensajero.
Por lo regular la labor la hacía un hijo o algún familiar del propietario. El
pago dependía de su desempeño en la escuela y en la mensajería. Ser estudiante
era la condición para conseguir el trabajo.
El medio de transporte para llevar los encargos era la bicicleta de
canasto. También llamada bicicleta de carga. El vehículo de tracción humana
tenía un canasto de tubos de hierro contiguo al timón. En este se depositaba la
mercancía, el ciclista —al subir y sentarse— hacia el contrapeso a la carga.
Otra particularidad de la bicicleta consiste en sus dos barras
paralelas, una plancha de metal llenaba el espacio vacío. La plancha era el
sitio diseñado para colocar ahí el nombre, la dirección y el número de teléfono
del negocio.
El delivery
La labor de Guelo Diloné consistía en batear un sencillo, un doble, un
tripe o un cuadrangular. En la base el rol cambiaba: ahora se roba la base. El
delivery es todo lo contrario, no roba. Aunque, algún que otro sirve de
informante a los ladrones. La excepción a la regla.
La función principal de un delivery está en garantizar que la mercancía
llegue a su destino en tiempo real. Para lograrlo se vale de un motor que
parece diseñado exclusivamente para ese tipo de servicio.
La motocicleta trae espacios habilitados para colocar canastas atrás y
adelante. Son pocos los que conocen la marca del vehículo. Es más, la mayoría
de los moradores en los barrios le llaman “motores de delivery”.
Son feísimos, pero no hace falta mecánico para repararlos cuando se
dañan. El delivery también es el mecánico.
Andan como un chele, a la velocidad de un relámpago. Las piruetas
típicas de un motorista suicida son poquita cosa frente al zip zap del súper
agente para salvar los tapones en el tránsito. Cuando las vías están un poco
despejadas, entonces levantan la rueda delantera para andar en una sola.
¿Quién sabe lo que podría ocurrir cuando llevan un encargo de huevos?
Se trata de un personaje con cualidades sobrehumanas. Lee las
intenciones de los clientes, percibe a vuelo de pájaro cuando están
insatisfechos porque les falta algo. Se acerca raudo a indagar que necesita el
patrón. Ojo, a los clientes, igual que al propietario del colmadón, los trata
de patrón. Les dice:
— Oiga patrón, a confianza, yo le consigo lo que usted quiera y eso se
queda entre nosotros, nadie se va a enterar.
Cliente y súper agente puestos de acuerdo el delivery sale, luego
regresa con los bollitos tipo montantes. (El delivery es eso, un súper agente).
Conduce al cliente a un rincón donde pueda maquillar las fosas nasales a
discreción. El polvo puede estar ahí, en el negocio. Pero él simula que lo
buscó en otro lugar.
Simular la búsqueda tiene un doble propósito: primero, ganarse una buena
propina; segundo, mantener frío su lugar de trabajo.
Con la misma velocidad que corren por las calles en los motores, así de
rápido se consiguen las trabajadoras domésticas y las muchachitas del entorno.
Los vecinos se enteran de las víctimas de embarazos cuando estos desaparecen
del barrio y son sustituidos por otros.
En uno de los habitacionales llamados Villa Liberación —de los tantos
que construyó el PLD— le dicen los preñadores.
Porque para el delivery, los cánones morales del sistema son la guía
para redactar los guiones de un cuadro de comedias. En su mundo las leyes son
pura ilusión. No existen.
Él vive en su propio mundo. No en el mundo de Antoine de Saint-Exupéry
en el Principito.
El delivery no cobra salario, su pago depende de las propinas que dan
los clientes al recibir las mercancías. La propina tiene dos modalidades, una
es obligatoria, la otra es voluntaria. La primera la cobra el colmadón en la
factura, la segunda la aporta el cliente de manera directa y voluntaria.
El encargado del negocio usa el mismo fraude aplicado en los bares y
restaurantes para distribuir las propinas a los camareros.
El espécimen desciende del Homus deliverum, originario del Distrito
Nacional. Se multiplica a la velocidad de un rayo. En vez de estar en peligro
de extinción, sorprende la expansión desmedida del delivery.
Estar inscrito en la escuela era obligatorio para el
mensajero del colmado, de adulto era ingeniero, médico o abogado. Pero para
el delivery, ir a la escuela es un estorbo en su evolución —como mucho— llega a
ser pipero o periquero.
En resumen, Miguel Diloné mandó a descansar la Saeta del Cibao, la puso
en retiro. El Delivery, por el contrario, nunca se retira, se regenera cada
cierto tiempo. Como mucho, él puede declararse agente libre, hasta pasar a otro
colmadón.
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