Por Miguel Ángel Cid Cid
En los tiempos
del modernismo virtual es insignificante ir a la universidad, concluir el
programa académico y graduarte de educador, ingeniero, arquitecto o médico.
Eres menos importante si —además del título— te ocupas
de una tierrita heredada, ciento sesenta tareas, equivalentes a diez hectáreas.
El estigma se
generaliza al creer que el ejercicio profesional es incompatible con la labor
agrícola. Es decir, tienden a confundir el conuco con la agroindustria en
perspectiva.
El descredito
se acrecienta si contraes matrimonio y te quedas a vivir en la casa materna.
Eres, según las malas lenguas, bueno para nada. Eres un mantenido.
Pero, hacer
todo lo anterior surte poco o ningún efecto si, además, compras una yipeta. No
importa si tienes que valerte de un financiamiento abusivo. No puede ser cualquier
yipetica, no. Tienes que montarte en un yipetón.
Para completar
el palé debes exhibirte en la comunidad. Que todos sepan cuál es tu montura.
Por tanto, al llegar a la casa, luego de un baño, te pones un pantalón corto,
una camisa casual, unas sandalias en pura piel y una gafa oscura. Entonces
sales a dar una vueltecita.
Lo ideal sería
una baja velocidad de desplazamiento. Que los vecinos tengan la oportunidad de
verte, de decirte:
—Vecino lo
felicito, espero que la disfrute.
Y que tú les
respondas minimizando la ostentación:
—Vecino, usted
sabe que esta guagüita está a su orden, es suya cuando la necesites.
El paseíto es
garantía de que la noticia corra en cuestión de horas. A partir de eso usted
pasará a ser un excelente profesional, un hombre de éxito, brillante y de moral
incuestionable. El mejor vecino del lugar.
Porque la
yipeta, ese es el patrón de la sociedad actual para determinar qué tan bueno
eres como profesional. Qué tan bueno eres como comerciante, como esposo, como
hijo, etc. Ojo, mientras más caro es el vehículo, mayor sonoridad tendrá el
éxito.
El simple
repaso de lo que dicen las voces de la calle explica la dimensión de estar bien
montado en la sociedad contemporánea. Veamos:
—Nadie que
ande en una yipeta así va a ser un charlatán. Ese es un hombre que sabe
trabajar para buscarse lo suyo.
Pero, ¿qué significa
eso de “buscarse lo suyo”? ¿Acaso no será lo mismo que el que se la busca como
un toro?
—El hombre a
pie no es gente—, repiten.
Y si dices que
prefieres un carro chiquito, los amigos ripostan:
—Barco grande
ande o no ande—
Pocos serán
los que nunca escucharon a un amigo resaltar los méritos de otra persona que se
compró su vehículo estrambótico.
—¿Viste la
máquina que se compró nuestro amigo? Eso es un “máquinon”
No obstante,
si al amigo de la herencia le quitan la yipeta por moroso, el descrédito es
insoportable. No lo salva ni el médico chino. Ahora dicen todo lo contrario.
—El tipo se
volvió loco cogiendo prestado. Los réditos se lo comieron. Creyó que la herencia no
se acabaría nunca.
—A él le
dieron 160 tareas, hizo líos como si fuera un terrateniente. ¿Quién ha visto que con chines de tierra se
compra yipeta?
Por todo lo
anterior, lo recomendable sería que cada uno construya sus propios parámetros
de éxito. Que se olviden de querer complacer el morbo del vecindario. Porque a fin
de cuentas los bultos nunca llevan a nada bueno.
En suma,
déjese de estar de bultero que, de todas maneras, los vecinos y amigos saben
que usted está enredado hasta el cuello. Que te está llevando quien te trajo.
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