Por Miguel Ángel Cid Cid
La base de la identidad de
los pueblos radica en la gestión cultural. Amor por la comunidad es igual a
raíces ciudadanas ramificadas. La cultura planificada, coherente con los
intereses locales, conforma la base de la identidad municipal.
Tiempo atrás, en la década
del 70 del siglo XX, Santiago de los Caballeros era apenas una aldea que se
proyectaba hacia una gran ciudad. El chauvinismo estaba en su mejor momento.
Pero de esa pasión solo
quedan las frases huecas: “Santiago es Santiago, la Ciudad Corazón”; “Santiago,
la provincia más provincia”, etc. A la par, dejó de tener sentido aquello de
que Capital es Capital, lo demás es monte y culebra. Igual sucedió con otros
pueblos del Cibao: Puerto Plata y La Vega, por solo mencionar dos.
En esa época las poblaciones
del interior, como la llaman los capitaleños, desaprovecharon la oportunidad de
forjar la ciudad deseada. Se limitaron a autoproclamarse como los mejores, los
más limpios, los más alegres, los más organizados…
La idea de una reflexión que
condujera a hacer sostenibles esas características positivas nunca —ni por
asomo— les pasó por la cabeza. Nunca pensaron en potenciar lo que los hacía
diferentes. Nunca pensaron que esos rasgos iban a desaparecer con el
crecimiento sin control.
Por eso hoy se desconoce
cuándo fue que estos pueblos —igual que el Distrito Nacional— se convirtieron
en vertederos. Menos todavía se sabe cuáles elementos dieron origen al tránsito
de lo positivo a lo negativo.
Visto lo anterior, no
faltará quien se pregunte: ¿Qué tiene que ver la cultura con el crecimiento
demográfico y la consecuente desaparición de ciertas costumbres? La concepción
errada sobre la gestión cultural justifica la pregunta. Las actividades
artísticas son suficientes.
Las tareas de un
Departamento de Cultura en un ayuntamiento se explican sobre la base de que la
cultura es la suma del hacer ciudadano. Es un proceso que se construye cada
día. Por eso, el gobierno local debería tener bien claro qué municipio quiere
dejar a las generaciones futuras. Nunca conformarse con las tendencias que se
perciben.
De lo anterior se desprende
que un Departamento de Cultura Municipal debería estar conformado por un equipo
de técnicos duchos en planificación. Porque eso es la gestión cultural, un
proceso de planificación permanente.
En su acepción antropológica
y sociológica, parafraseando a Giovanni Sartori*, la cultura es la esfera donde
vive todo ser humano. El hombre como animal simbólico, vive en un contexto coordinado de valores, creencias, conceptos y, en
definitiva, de simbolizaciones que constituyen la cultura. Tanto el hombre primitivo o el analfabeto poseen
cultura.
Por derivación, según
Sartori, podemos hablar, por ejemplo, de
una cultura del ocio, una cultura de la imagen y una cultura juvenil.
Pero muchos suelen llamar cultas a las personas que poseen un amplio
conocimiento, bien informada.
No se equivocan, cultura es además
sinónimo de «saber». En consecuencia, puede hablarse de pobreza cultural.
El Ayuntamiento como
gobierno del municipio está llamado —siguiendo a Sartori— a construir una
cultura del municipio. Una cultura que ponga en valor las características que
definen la comunidad municipal, en razón de su territorio y el gobierno que lo
administra.
Las consideraciones
anteriores llevan a concebir el gobierno municipal como el principal ente de
transformación cultural de la nación en su conjunto. Y dentro de los
ayuntamientos, a su vez, corresponde a los respectivos departamentos de cultura
conducir el citado proceso.
Qué hay ayuntamientos
carentes de recursos para contratar especialistas en gestión cultural, cierto.
Pero los gobiernos locales podrían abordar la figura legal de las
mancomunidades municipales. Es decir, conformar mancomunidades municipales para
la gestión cultural de los municipios asociados.
La figura de la mancomunidad
municipal, consagrada en la Ley 176-07 se consigna en el Título V: Otras
Entidades Municipales. A su vez, en el Capítulo I: Las Mancomunidades. Las
explicaciones se suceden del artículo 72 hasta el 76.
La cultura abarca un universo
que va desde la creación artística hasta la producción de productos culturales
enmarcados en un proyecto coherente con los intereses del municipio. Atiende,
por ejemplo, a la democracia cultural, garantiza el respeto al pluralismo
cultural, la descentralización de la burocracia en las actividades culturales.
El respeto a la libertad
artística es tarea de la gestión cultural, sea personal o en el ámbito
comunitario. Además, la conservación del patrimonio histórico y cultural del
municipio y la nación. Para todo ello se requiere la actuación directa del
Estado.
De lo anterior se desprende
la necesidad de que los ayuntamientos cuenten con sus respectivos equipos
especializados en gestión cultural. Porque la gestión cultural es la llave del
desarrollo local.
*SARTORI, GIOVANNI. Homo
videns. La sociedad teledirigida. (1998) Editora Taurus.
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