Por Miguel Ángel Cid Cid
Eran tres haitianos y un
dominicano, pero el jolgorio parecía como si fuera un gentío. La discusión se
dirimía a ritmo de reguetón, un colmadón era el escenario perfecto. La particularidad
atraía los clientes del negocio. Uno de los haitianos brincó de manera
repentina, dijo:
— ¿Tú no viste en el vídeo?
Son tres francotiradores que hay vigilando la frontera entera, todo el que
intenta cruzar, pumm, en la cabeza.
El haitiano siguió sazonando
su novela, cada detalle traía añadida su dosis respectiva de pimienta, típica
de la picardía de la negritud caribeña.
— Es que nosotros, los
haitianos no somos como ustedes, los dominicanos agarran a uno por atrás, a
traición. Pero los haitianos vamos de frente, con poderes de arriba.
Entonces, el conflicto por
la construcción del canal sobre el rio Masacre condicionaba el imaginario de
dominicanos y haitianos. Las historias se tejían cada día y a cada instante.
Nutrían la dramaturgia en ambos lados del escenario binacional.
Los haitianos defendían su
derecho sobre la fuente acuífera en el tramo que cruza por territorio haitiano.
Los dominicanos, en cambio, apelaban al Tratado de Paz y Amistad Perpetua y
Arbitraje de 1929 entre los dos gobiernos.
Pero, que tres
francotiradores tengan dominio visual de la frontera en toda su extensión —320
kilómetros— es humanamente imposible. El ojo humano no llega lejos. ¿Miras
telescópicas? Los accidentes geográficos de la zona son insalvables. Quizá los
tiradores ven al través del ojo de Dios o el de Belcebú.
¿Será que Macandal, máximo
líder del Vudú Haitiano reencarnó en los tiradores de la frontera?
¿Será que se le montó el
espíritu de Vasili Grigórievich Záitsev, conocido como Nievi? Si, es el mismo del
“disparo de Nievi” —según Silvio Rodríguez— en la canción Ojalá.
El video mostraba, además,
la escena donde un sacerdote —servidor de misterios— corría por una llanura
arenosa. Avanzaba hacia el encuentro de dos vehículos tipo yipetas que se
desplazan a alta velocidad. Cuanto más cerca, mayor era la tensión de los que
estaban viendo el video, el choque entre el sacerdote y las yipetas parecía
inminente.
Pero de manera repentina, el
servidor de misterios cayó de rodillas. Luego levantó las manos hacia el sol,
las bajo, las puso sobre la tierra: como haciendo reverencia. En fracciones de
segundos hizo varios movimientos rituales, mientras, los vehículos amenazaban
con arrollarlo.
Él levantó sus manos de
nuevo, las bajó a la altura de los hombros, puso las palmas hacia el frente,
como si estuviera empujando las yipetas. Como si quisiera detener su marcha.
Ya parecía humanamente
imposible detener la marcha de los dos vehículos. Ni siquiera era posible que
los conductores detuvieran los automóviles pisando los frenos de sistema ABS
que traen.
Menos de dos metros separaba
el sacerdote de los autos veloces. Las yipetas, no obstante, se detuvieron
bruscamente. Se levantaron de la parte de atrás con el impacto, mientras se
barrían de medio lado. Como si una fuerza sobrenatural pesara sobre ellas.
Pero el sacerdote continuaba
de rodillas y pujando hacia el frente, contra los automóviles, parecía librar
una lucha en contra de la fuerza automotriz.
El servidor de misterios se
levantó lentamente, los brazos abiertos y zancadas pausadas, caminó hasta la
puerta de una yipeta y a la otra. Los ocupantes salieron uno a uno en actitud
de rendición.
Pero los mirones no pudieron
ver el final del video. El dueño del celular lo interrumpió bruscamente. Nadie
conoce el título ni los créditos de producción. Él misterio es
inexplicable.
Lo anterior demuestra que,
el fanatismo religioso o la fuerza indetenible del dogma, condicionan el
imaginario colectivo e individual. La propaganda, sea política o religiosa
influye en la percepción humana para crear nuevas narrativas.
Los poderes fácticos en
ambos lados de la isla aprovechan las narrativas señaladas para manipular
políticamente a los ciudadanos haitianos y dominicanos. A los dominicanos les hacen creer que todo se
reduce a la defensa del patriotismo para fortalecer la identidad, la
dominicanidad.
No obstante, para los
haitianos la maniobra se limita a que sus ciudadanos sigan convencidos de
ostentar poderes del más allá. Que el poder de los líderes religiosos y
políticos viene de arriba.
En suma, dominicanos y
haitianos deberían saber: primero, que los súper poderes obran siempre en favor
de los poderosos, nunca de los pobres. Segundo, que las balas que disparan los
francotiradores fronterizos no son de plomo sino ideológicas.
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