Por Miguel Ángel Cid Cid
Cuentan que
una vez, un agricultor, hombre de campo, llamó a su hijo único, le advirtió
sobre cómo se presenta la muerte cuando llegar a llevarse una vida. Quería que
su vástago pudiera identificarla. De manera que, si la muerte viene a donde ti
primero, la echas para mi cuarto.
El hombre le dijo:
— Hijo, cuando
la muerte llega a buscar un niño viene en forma de pollitos entrando, por lo
tanto, si ves pollitos entrando a tu habitación, de inmediato los echa para mi
cuarto.
— Pero papá, si hago eso tú vas a morir.
— Así es hijo
mío, no te preocupes, ya he vivido mucho, te toca a ti ahora seguir conociendo
el mundo. Además, dijo, es natural que yo muera primero que tú.
El niño
asintió con la cabeza y masculló:
— Unjú…
Al cabo de
unos meses el niño se hizo de unos tres pollitos y
los escondió bien, de tal manera que su progenitor no los viera. Cuando el viejo
se acostó, el muchacho esperó agazapado. Al rato, cuando el padre dormitaba, él
les mandó los pollitos por debajo de la puerta.
La curiosidad
del muchacho era ver la reacción del padre cuando los pollitos entraran al
cuarto pillando, pio, pio, pio, pio…
El padre, al
escuchar el pio, pio, pio… se espantó, se tiró de la cama y, efectivamente,
eran pollitos amarillitos. A esta hora, se supone que los pollitos están
acostados. Por eso el hombre se ruborizó. Pero pronto recuperó la calma y
entonces comenzó a acosar los pollitos.
— Sho-sho-sho, p’allá, p’allá, pollitos…
Repetía el
viejo tratando de acosar los pollitos al cuarto de su hijo. Con las manos
abiertas y las palmas hacia el frente las blandía de atrás hacia delante para
que los pollitos se fueran más rápido.
Su hijo estaba
agachado observando cada detalle.
… / …
Pero los líderes
políticos son de todo, menos pendejos. Se hacen las víctimas para ser asistidos con energía fresca. La treta
—en ocasiones— luce perfecta. Inclusive, la mayoría
de los jóvenes los auxilian convencidos de realizar una acción voluntaria.
Recurren a una artimaña manida
que —salvo alguna excepción— funciona a la perfección. Convocan un evento
masivo con la dirigencia del partido para evaluar las razones de la caída. Luego
dejan iniciado un proceso que garantice la participación amplia. Que nadie se
quede sin dar su opinión sobre el desbarajuste.
Cuando los concurrentes a la
asamblea ya están embelesados, entonces viene la segunda parte. La perorata
anterior se proclama con ánimo y arrojo. Pero la actitud ante lo que sigue es
todo lo contrario. El discurso del líder continúa animoso.
— La renovación de este
partido es urgente, debe ser de arriba abajo. (aplausos…) no puede quedarse ni un
organismo sin ser transformado.
Pero como actor
experimentado, baja el ánimo del tribuno. El talante del rostro se vuelve cada
vez más compungido ante cada palabra pronunciada. Quiere recordar a los
miembros el amor y los años de sacrificio asumidos por el bien del partido.
— Por eso este partido
necesita sangre nueva. Urge de una generación de líderes con ideas acordes a
los tiempos modernos.
Convencido de haber calado
en el sentimiento de la concurrencia lanza la proclama final.
— Por todo lo anterior —dice— para que nada se interponga en el proceso de
renovación. Para que la base tenga libertad plena, los principales dirigentes
del partido deben renunciar a sus puestos. ¡Comenzando por mí!
— Yo soy el primero en abandonar el puesto de
presidente.
Esas ultimas diez palabras
son la señal que activa a los incondicionales a poner en marcha el plan para
renovar la confianza en el viejo líder.
El plan incluye la
recaudación de firmas para pedir al líder seguir a la cabeza del partido.
Visitas por parte de grupos de líderes locales en solidaridad con el
presidente. Y un sinfín de otras actividades.
Hasta que el líder se ve ¿obligado?
a sacrificarse por un periodo más al frente, por el bien del partido.
Mientras tanto, el líder celebra
la resurrección. Canta como gallo frente al gallinero. Se regodea echando los
pollitos para el lado de la juventud. Porque así son, ni tan siquiera la
familia se salva si están en peligro sus intereses de grandeza.
Hasta que los muchachos lo acechen
y se vuelvan respondones.
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