Por Miguel Ángel Cid Cid
Hay un tema que me preocupa. Son esas voces soterradas
que cuestionan la validez del 4% del PIB a la educación. No concibo una
actitud, en la sociedad dominicana actual, más improcedente.
Las reivindicaciones logradas a través de las luchas
de los pueblos son innegociables. Echar para atrás lo que el pueblo dominicano
logró con arrojo y tesón puede ser catastrófico para la sociedad, el Estado y
el gobierno mismo.
Es como si a los trabajadores del mundo, de repente,
le dijeran que la jornada laboral volverá a ser como era antes, que el patrón
decidirá el horario de trabajo. O que a las mujeres les dijeran que la lucha
por el derecho al voto fue un error y que, de ahora en adelante, se dejará sin
efecto. O que se les quite los derechos laborales -- seguridad social, seguro
médico, prestaciones al ser cancelados, etc. --, a los servidores públicos.
Sólo imaginar una decisión de esa magnitud resulta
aterrador.
Con la transferencia del 4% del PIB a la educación, el
Ministerio de Educación se transformó en uno de los organismos más poderoso del
gobierno. En el año fiscal 2020 el presupuesto a la educación ascendió a más de
205 mil millones de pesos.
En el 2021, en el cambio, se prevé una contracción del
PIB que, a su vez, reducirá la transferencia a educación a un monto aproximado
de 194 mil millones de pesos. Es cierto que lo mucho hasta Dios lo ve. Pero
también es verdad que la visión del ojo humano podría nublarse con tanto dinero
disponible. Eso pudo pasar con el Ministerio de Educación. La fortuna rebosó la
capacidad de gestión de la institución. Ese desfase provoca las dudas referidas
y que son expresadas en las redes sociales.
Abrir un debate en ese sentido, representa un
sinsentido. Un peligro para el avance de la educación – que tanta falta hace
para el desarrollo-- del pueblo dominicano. La clase política, tan proclive a
la marrulla, podría encontrar en ella la excusa perfecta para echar atrás la
disposición de la transferencia. Es sabido que los políticos salta patrás
siempre quieren impedir que el pueblo se eduque, porque una educación de
calidad los manda al zafacón de la historia.
Por tanto, lo más sensato sería exigir que esos
recursos se utilicen en la mejora de la calidad de la educación. Presionar para
que se continúe la construcción de los centros educativos necesarios, sin dejar
de invertir en los materiales didácticos y en la formación de educadores cada
vez más actualizados, competentes y críticos.
Que el presupuesto esté enfocado, hoy día, en la
construcción de centros escolares, para promover la corrupción, como afirman
algunos, no es una excusa. Ahí, precisamente, es donde necesitamos un
Ministerio Público independiente y una justicia dinámica, operativa y
responsable.
Exigir que la Procuraduría General de la República
procese a quienes manejan los recursos de la educción a su discreción y antojo
sería un ejemplo saludable y sin precedentes. Esa y no otra debería ser la
preocupación de los sectores activos y fuerzas vivas de la sociedad.
En esa misma tesitura, el Ministerio de Educación debe
enfocarse en diseñar un sistema que incluya la participación activa del núcleo
familiar. Para ello la institución cuenta con las sociedades de Padres y Amigos
de la Escuela. Estas instancias nacieron cooptadas por el cuerpo de dirección y
profesoral de las respectivas escuelas. Es tiempo de dejarlas actuar con
libertad.
Con el debacle político, social y moral de la sociedad
actual dominicana, sólo la educación nos salva.
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