Por Roberto Valenzuela
Los dominicanos entraban en combate con una impetuosa arenga: “¡Viva la
República!”. El grito de guerra de los españoles era: “¡Viva la Reina!”.
Los revolucionarios trataban de restablecer la República que fue convertida en
una colonia de España, bajo el reinado de Isabel II. Santo Domingo pasó a ser
dependencia española, como lo era Cuba y Puerto Rico.
Como España era una potencia militar, sus experimentadas tropas iban bien
armadas, con sus uniformes, zapatos, gorras, corbatas. Superaban en armas,
número y logística a las dominicanas, azoladas por una pobreza paupérrima.
Los restauradores luchaban descalzos, sin camisa y su arma más
común era el machete. Montaban a caballo al pelo, en contraste con la
temida caballería española que iba con su silla de montar y todos sus ajuares
para la guerra.
El historiador Emilio Rodríguez Demorizi recopiló una pintoresca
descripción que hace Pedro Francisco Bonó del cantón de Bermejo, Monte Plata,
establecido por Gregorio Luperón y que venció al caudillo anexionista Pedro
Santana. “No había casi nadie vestido: Harapos eran los vestidos; el tambor de
la Comandancia estaba con una camisa de mujer por toda vestimenta. Daba gusto
verlo redoblar con su túnica. El corneta estaba desnudo de la cintura para
arriba. Todos estaban descalzos y a piernas desnudas…”, relataba Bonó, quien
fue ministro de Guerra del Gobierno Provisional Restaurador de Santiago.
Rodríguez Demorizi escribió la obra “Papeles de Pedro F. Bonó”, 1964.
Al comienzo de la guerra el Gobierno Provisional hizo circular entre los
combatientes un documento titulado “Instrucciones del Ministro de Guerra del
Gobierno Restaurador, general Matías Ramón Mella”. Enumeraba punto por
punto la implementación del sistema de guerra de guerrillas, para enfrentar a
un ejército más disciplinado y numeroso que el dominicano. El futuro padre
de la Patria advertía que “nunca, nunca” se debía pelear
frente a frente con los españoles y que las milicias debían ser invisibles como
el viento: Atacan y desaparecen. Están en todas partes y en ningún lado”.
La táctica de Mella fue tan bien ejecutada que los jefes guerrilleros
solían decir orgullosos que mientras se siga utilizando España podía enviar al
país a 50,000 hombres y siempre serían derrotados. Conjuntamente,
utilizaron el método, igual de desconcertante y demoledor, de tierra
arrasada, quemando ciudades, cultivos, mataban animales, impidiendo
que los españoles tengan acceso al agua, comida, transporte y
alojamiento. Los revolucionarios llegaron a incendiar las ciudades de Santiago,
parte de Puerto Plata, Barahona, Monte Cristi, San Cristóbal, Azua, Neiba.
El general en jefe del ejército español, capitán general y gobernador de
Santo Domingo, José de la Gándara, envía un informe secreto a su
gobierno en que admite lo imposible que es pelear con las guerrillas locales.
Revelaba que estaban perdiendo la guerra. “(…) El dominicano es hombre de
gran valor y de una extraordinaria aptitud para batirse al arma blanca en
guerra de emboscadas y sorpresas: Es un enemigo temible. Nunca se presenta a
pecho descubierto. No nos ofrece un flanco por donde herirlo. Dotado de gran
resistencia corporal, de gran conocimiento de las localidades, ágiles y sagaces
para andar por sus impenetrables bosques”, expresa De la Gándara en su informe,
que luego lo convirtió en el libro “Anexión y Guerra en Santo
Domingo”.
Además recoge dos cartas de soldados españoles integrantes de los
regimientos del coronel Mariano Cappa. La primera está fechada en Puerto Plata,
el 26 de septiembre de 1863. Dice así: “Mi querido K… Extrañarás que
ni una broma se me ocurra conociendo mi carácter, que aún en peligro de morir,
me río de mí mismo. Aquí sólo se piensa en morir. Esto es cien mil veces peor
que nuestra guerra civil. Aquí no vale el valor porque nos batimos con los
árboles. Parapetados en los inmensos árboles, hacen fuego por los flancos, por
la vanguardia y la retaguardia.
Te ciñen en un círculo de fuego que si avanzas, avanzan; si retrocedes,
retroceden. Detrás de cada árbol hay un fusil que vomita la muerte. No hay
momento seguro: Oyes silbar las balas y no sabe de dónde vienen. Hacemos fuego
a los árboles y nos damos cuenta que las bajas nos las han causado a
nosotros…”.
La segunda carta fue escrita a inicio de 1864. “(…) El diablo me lleve, si
les veo término esto. Estos malditos indios no se les ve nunca, tan pronto
están aquí como se desaparecen, y cuando nosotros hemos creído que han sido
derrotados se aparecen tirando que es un gusto. Y cuenta que no son malos
tiradores, cuando apuntan, Jesús, no hay más que santiguarse, ahí está el
hombre tendido largo a largo. Y eso que no están todos armados. ¿Qué será el
día que a esos pillos les lleguen las buenas armas? (…)”.
Estas cartas son firmadas con un seudónimo o aparecen sin firma para que si
cae en mano del enemigo no delatar su autor y el lugar donde se encuentra.
El general Mella murió el cuatro de junio de 1864, pero antes dotó a los
restauradores del instrumento para derrotar a los españoles y reconquistar la
independencia: La táctica de guerra de guerrillas. Matías Ramón Mella fue
héroe de las guerras de Independencia (1844) y la de Restauración (1863).
Mella fue un genio militar, al punto que su manual de Guerra de
Guerrillas se encuentra en la Academia Militar
de los Estados Unidos en West Point, también conocida como West Point o el
Ejército. Analizan en detalle de cómo un ejército pequeño, de una nación
pequeña; puede derrotar a una potencia militar, de una nación tan
grande...
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