Recuperemos
la vieja consigna de año nuevo, vida nueva, con seres humanos renovados. Urge
que todo el mundo asimile la lección que nos ha dado la naturaleza con la
pandemia del Covid-19.
Toda la humanidad debe ser convocada a una renovación de
la esperanza, con firmes propósitos de enmiendas, en la aurora del 2021,
después de un año terrible que nos deja sumidos en la peor crisis de
salubridad, con repercusiones económicas y sociales que aún no podemos predecir
en toda su magnitud, pero que requerirá de varios años de esfuerzos infinitos
para alanzar la recuperación.
Las perspectivas lucen más aciagas para
países como el nuestro, con marcados atavismos en la salubridad y la
asistencia, con una estructura tan desigual y atrapado por el galopante
endeudamiento de la última década, en el que se fundó un crecimiento económico con
pies de barro. Ya este año, para ofrecer precaria asistencia a cientos de miles
de desempleados y amortiguar el galopante empobrecimiento, hubo que incrementar
el endeudamiento, y lo mismo se proyecta para el nuevo año, en términos que
obligarán a profundas reformas para hacerle frente a partir del 2022. Hay
quienes creen que ese nivel de subsidio, ya extendido al primer trimestre, no
podrá sostenerse por más tiempo.
Es comprensible y hasta ponderable que
las autoridades se hayan empeñado en proyectar optimismo para incentivar
la reanudación de actividades económicas y nuevas inversiones que
contribuyan a paliar el creciente desempleo. Pero lo que nos espera en los
próximos meses es ciertamente una ingente tarea de concertación, con los
máximos niveles de austeridad, comenzando por el gasto público, pero también el
privado en todas sus dimensiones.
El desafío no es sólo al gobierno central, sino a todas
las instituciones del Estado, las autónomas y descentralizadas, donde los
gastos de representación, las dietas, los altos salarios y compensaciones
alcanzan a menudo niveles de privilegios irritantes. Incluye también a los demás
poderes del Estado, especialmente al Legislativo, donde se impone la
supresión de barrilitos y cofrecitos clientelistas y de ventajismo político.
Los dominicanos y dominicanas podemos superarnos, y de
hecho en el año que concluye, por encima de la pandemia que nos asola, la
sociedad recogió energías suficientes para lograr lo que para muchos
parecía imposible, imponer un proceso electoral donde prevaleciera la voluntad
popular por encima de la inmensa maquinaria de poder que se había
impuesto avasallando las instituciones y reduciendo la calidad de la
democracia.
Al pasar balance no podemos olvidar que
una gran proporción de la ciudadanía se movilizo clamando por poner límites a
la corrupción y a la impunidad que le ha sido consustancial en dimensiones
vergonzantes mostradas en todas las evaluaciones internacionales. A la
sociedad dominicana se le arrebató inmensas partidas del erario que debieron
contribuir a superar pobreza y generar riqueza colectiva.
El año termina con una renovación de la
esperanza de que es posible un Estado mejor organizado, más transparente y con
instituciones que operen por encima de los intereses políticos grupales y de
las minorías privilegiadas, para beneficio de toda la sociedad.
Pero todos debemos ser conscientes de
que la cultura política de la apropiación de lo público está muy arraigada, que
tiene incentivos de sectores políticos y privados, y en cualquier momento
reaparecerá. Por esa razón hay que seguir avivando la llama de las
transformaciones, y mantener la cuerda tensa en defensa de un Ministerio
Público independiente y de un sistema judicial que requiere transformaciones.
Lo primero a vencer es la impunidad, si
queremos poner límites a la corrupción, más difícil de eliminar por completo.
Recuperemos la vieja consigna de año nuevo, vida nueva,
con seres humanos renovados. Urge que todo el mundo asimile la lección que nos
ha dado la naturaleza con la pandemia del Covid 19, y se fortalezcan los
programas de preservación del medio ambiente y se combata con eficacia y
determinación las grandes fuentes de contaminación.
Será preciso también que aparezcan nuevos liderazgos
internacionales en defensa del planeta y se reactiven las confrontaciones
ideológicas, y no las de las armas ni el terror, para generar chispazos que
permitan reducir la extrema concentración de la riqueza que amenaza la
convivencia humana. Es tarea es más perentoria a la luz de las repercusiones
que nos deja la pandemia cuando apenas asoma una esperanza de contención.-
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