Por Miguel Ángel Cid Cid
Las organizaciones comunitarias fueron siempre la voz que se levantaba
en defensa de los intereses del barrio, de la comunidad. Hoy estas agrupaciones
están sumidas en una crisis institucional sin precedentes. Los líderes locales
no saben qué hacer, si reclamar a las autoridades o seguir relegados.
Si deciden protestar frente a las autoridades locales quedan
desenmascarados. Si deciden lo contrario, es decir, recuperar la autoridad
perdida, igual tienen que vérselas con el gobierno local en los respectivos
municipios y con el gobierno central también. La encrucijada tiene a los
líderes comunitarios desorientados.
La incertidumbre, consecuentemente, los tiene buscando culpables donde
sólo hay motivos para fortalecerse como organización. Que la pandemia del Coronavirus
impide la movilización, dicen. Que el toque de queda frena las reuniones en las
noches, se quejan. Que los miembros y dirigentes no saben bregar con Zoom y las
plataformas digitales, se lamentan. Que la gente sólo está en “gozadera” total
y no quieren asumir compromisos, se desahogan…
Los dirigentes locales, para decirlo claro, justifican su
irresponsabilidad y su visión estrecha en estos y otros argumentos que no
tienen ton ni son. Con esta retahíla de justificaciones pretenden esconder que
fueron ellos mismos que hipotecaron la libertad de las organizaciones que
dirigen. Veamos.
Las agrupaciones comunitarias se acostumbraron a coger las luchas por
el lado fácil. Implantaron tres patrones básicos:
Primero, los dirigentes grupales invirtieron la lógica de las luchas por las reivindicaciones
de la comunidad. Es decir, que en vez de organizar un proceso ascendente –asambleas
por sectores, marchas barriales, visitas a las autoridades, denuncias públicas,
etc.--, hasta desembocar en una huelga, se fueron por el último paso. De ahí
que por cualquier quítame esta paja los grupos locales convocan, presurosos,
una huelga.
Segundo, los líderes locales cambiaron las prácticas de cobrar cuotas
periódicas a los miembros de sus grupos y, en cambio, extendieron las manos
como pordioseros a las dadivas de las autoridades de turno. Luego de mendigar recursos
a los funcionarios locales y a los políticos del patio, vino la negociación del
salario –botella--, del presidente de la organización. Las dos conquistas personales
la presentaron a la membresía como logros institucionales. Los integrantes se
resistieron a ver que con esa práctica se estaba vendiendo el alma de la
agrupación al Diablo.
Tercero, el financiamiento económico al grupo y a su presidente por parte de funcionarios
y políticos trajo, en consecuencia, que los dirigentes se eternizaron en sus
puestos.
Al llegar el tiempo de cambiar la directiva uno que otro integrante
dijo --este fulano debe seguir siendo presidente porque él es que tiene las
relaciones para resolver-.Y fue así que se impuso la reelección sin límites. El
presidente reelecto una, dos, tres veces. Pero sería cuestión de tiempo para
que él se creyera el dueño y señor de la agrupación.
Estos patrones de comportamiento tienen a los líderes comunitarios con
el rabo entre las piernas.
El traspaso de gobierno del PLD al PRM puede representar una excelente
oportunidad para que las agrupaciones retomen el norte a seguir. El liderazgo comunitario
debería identificar los beneficios de pasar de un gobierno con poder absoluto,
a otro con poder condicionado. También deberían reflexionar en los retos que
impone ser gobernados por un partido todavía en formación, a serlo por otro
sólidamente estructurado. En virtud de esa realidad veamos algunos retos.
Iniciar un proceso de recomposición de la junta de vecino, la
asociación, el centro de madres, etc.
Buscar asistencia de otras agrupaciones con experiencia en procesos reorganizativos.
Definir un pliego de demandas reivindicativas en orden de prioridad y
las opciones aplicables para su solución.
Una vez decidido los cambios de rigor se impone renegociar con las autoridades
la relación comunidad-autoridad pública. Esto incluye el posible apoyo
financiero a la organización, nunca a las personas.
Consolidar la práctica de la alternancia en las posiciones de
dirección, incluyendo al presidente o presidenta. Si el movimiento organizativo
de base asume éstas, entre otras sugerencias, verán crecer su poder para
negociar ante las autoridades de turno y para lograr la resolución de los
problemas más importantes de la comunidad.
Las autoridades, por el otro lado, tendrán un buen referente para
determinarcuáles soluciones llevar a cada comunidad. Si los ayuntamientos se
emplean en lasolución de los males priorizados por las comunidades, sin dudas,
esas accionesrepercutirían al llegar las elecciones.
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