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sábado, 2 de mayo de 2020

El poder da seguidilla al bueno, al malo y al feo



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Por Miguel Ángel Cid Cid

El Dr. Rubén Lulo Gitte, (1934 – 2017), fue el célebre alcalde del municipio de Moca que repitió en el puesto por cuatro periodos, tres de ellos consecutivos. En la campaña para su quinta reelección solía decir “veinte años no son suficientes para hacer la obra de gobierno que el pueblo necesita”.

Lulo Gitte fue una persona excepcional. Descendiente de una familia de origen libanés, en su juventud se convirtió en un deportista de primer nivel. Representó al país con la Selección Nacional de Voleibol en México, en los Juegos Centroamericanos de 1953; y  en Chicago, EEUU, en los Juegos Panamericanos del 1959. Pero su vocación deportiva abarcó el tenis, softbol, ping pong, béisbol, baloncesto y ajedrez. El torbellino que produjo la muerte del dictador Trujillo, lo lanzó a la arena política como a tantos otros jóvenes de su generación. 

Arriesgó el pellejo en 1963, cuando Manuel Aurelio Tavárez Justo subió “a las escarpadas montañas de Quisqueya” en plan guerrillero. Dos años después, el breve gobierno Constitucionalista de Francisco Alberto Caamaño Deñó lo designó síndico de Moca. Pasó el tiempo para llegar nueva vez a la sindicatura en 1978, ésta vez elegido por el pueblo. En 1994 repitió la hazaña. Pero de ahí siguió corrido hasta el año 2006. No se sintió, sin embargo, satisfecho con semejante proeza. Quería seguir.

La política, sin embargo, no es algo que sucede, sino algo que se hace. Cuando perdió la reelección, el Dr. Gitte dejó un legado muy difícil de igualar por cualquier funcionario municipal de cualquier municipio del país. Aparte de las obras de infraestructura de la ciudad, su mayor aporte fue su honestidad personal, su vocación de trabajo, su liderazgo cercano a su pueblo y el raro don en la manera de perdonar a sus enemigos políticos. Era un perfecto Tauro.

Memorables son aquellos días de campaña política cuando sus contrincantes trataban de difamarlo, derrotarlo, hacerlo añicos. Él esperaba la noche, tomaba su guitarra y, mientras sus enemigos dormían, los despertaba con una entrañable serenata.

El vicio de la política nuestra, desde la fundación de la república, es el afán continuista. En ese hoyo negro cayó el Dr. Gitte. Una verdadera pérdida para la política nacional, pues la calidad de ese egregio mocano merecía responsabilidades mayores en la administración de la cosa pública.

El padre de la reelección en nuestro país fue sin duda Pedro Santana, quien la impuso a sangre y fuego. Pero el gran teórico de la reelección en la vida democrática dominicana fue el Dr. Joaquín Balaguer. No sólo logró la presidencia en siete ocasiones, sino que escribió un ensayo político donde hacía una distinción puntual entre continuismo y continuidad. Algo así como darle apariencia de solidez al puro viento, como hacen los habituales políticos, según escribió George Orwell.

La política es un abanico cuyas aspas repiten la misma vuelta. El Dr. Leonel Fernández Reyna, luego de saborear las mieles del poder en su primer mandato, se proclamó alumno aventajado de Balaguer. El anti-reeleccionista Juan Bosch, como maestro y guía, quedó en el pasado.

Resulta que en occidente las restricciones a la continuidad están reservadas, salvo excepciones, a la cúspide de la pirámide del poder. Nuestro país aparenta caminar ese sendero. Pero cuando aparecen piedras en el camino, entonces se modifica la Constitución. ¿Sabes como é’?

El municipio, por ejemplo, siendo el lugar donde se concretiza la instancia de gobierno considerado más cercano al pueblo, la regla no aplica. Un político puede repetir como alcalde, cuantas veces quiera o pueda.

Por ello quise recordar al Dr. Gitte  en esta entrega. Un hombre bueno, un político brillante, un servidor público honrado. Pero, ¿qué pasa con aquellos otros que no exhiben ese mismo estándar?

En la segunda entrega abordaremos, de manera más amplia, la seguidilla reeleccionista en el ámbito del gobierno municipal, ámbito donde abundan los buenos, los malos y los feos.   



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