Por JUAN T H
Una entrañable
colega me llama para decirme, llena de cólera y de impotencia, que un
comunicador vinculado estrechamente al gobierno ha violado sexualmente a una
niña y que desde alguna instancia de poder se pretende silenciar el hecho.
-La madre no
quiere hacer un escándalo para no re victimizar a la menor por tratarse de una
figura pública- me comenta. Además tiene miedo.
Los abusos
infantiles, acoso, violencia física, violación, incesto, etc., aumentan con los
años en nuestro país y en el mundo. Más de 80 mil violaciones se denuncian
todos los años. Los expertos consideran que el número se puede duplicar,
incluso triplicar, por el temor o el
terror a que son sometidos por sus abusadores les impide llevar sus casos a las
autoridades que muchas veces no actúan rigurosamente.
Alrededor de dos
mil 500 niños y niñas son abusados todos los años en nuestro país, según
algunos estudios que advierten, por igual, que puede llegar hasta cinco mil, lo
cual es alarmante si tomamos en cuenta la población total del país, diez
millones 800 mil habitantes.
Lo que sucede en
todo el mundo con la infancia es una vergüenza que desmitifica el supuesto
avance de la raza humana. Según Naciones Unidas, en el mundo hay más de dos mil
millones de niños y niñas representando el 36% de la población. Uno de cada
tres vive en pobreza extrema sufriendo toda clase de calamidades. Por ejemplo, dos millones de niñas entre los 5 y 15 años
son obligadas a prostituirse. Más de 300 millones sufren violencia. 600
millones no tienen ninguna protección jurídica. Las cifras son espeluznantes
para un mundo en desarrollo cada vez más globalizado.
En América
Latina 70 millones de niños y niñas son pobres, padeciendo violencia física, abuso
sexual, sobre explotación laboral, etc.
Soy padre de
siete hijos, cuatro varones y tres hembras, todos adultos, menos el más pequeño
de 16 años. Me he preguntado muchas veces cómo un padre puede ver a sus hijos
que ojos lascivos, perversos e inescrupulosos. Me he preguntado cómo alguien
puede tener erección frente a su madre, hermana, e hijos.
Hay que tener
una mente muy enferma para abusar de quien no puede defenderse; hay que ser un
animal psicótico, un depredador maniaco depresivo, esquizofrénico, trastorno
bipolar, una bestia que no merece vivir en sociedad.
Conozco casos de
violaciones infantiles cometidas por personas de renombre; figuras públicas
como funcionarios, jueces, diputados, periodistas, empresarios, militares y
abogados. Por lo general las madres no van a la justicia. Temen lo que les
pueda pasar tanto a ellas como a sus hijos con el morbo de la prensa que se
extiende como reguero de pólvora en el vecindario y la escuela. Y terror al
victimario.
Leí
recientemente que un joven, drogado, violó a su madre de 90 y tantos años.
¿Quién comete un crimen tan horrendo puede seguir vivo? La cárcel es un premio,
una carga para el Estado que tendrá que garantizar su bienestar alimentándolo
tres veces cada día.
Igualmente leí
en la prensa que un señor había violado a todas sus hijas, una de las cuales
embarazo varias veces. ¿La cárcel de Najayo puede ser el destino feliz de un
depredador de esa calaña o el Cristo Redentor?
En Singapur y
otros países, a los violadores, no importa que sea de adultos o de niños y
niñas, los condenan a muerte. El proceso es rápido y la ejecución también, lo
cual ha disminuido enormemente los casos de pederastia y de violencia física.
El que viola, paga con la muerte. ¡Y Punto!
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