Por Miguel Ángel Cid Cid
La Ley en este pedazo de isla, es como una ilusión óptica. A lo lejos,
ves la línea divisoria entre el cielo y la tierra, al ¿acercarte? Ves la línea
a una distancia igual a la inicial. Así acontece con las leyes en República
Dominicana. Ni siquiera, una instancia autónoma del Estado como el Ayuntamiento
tiene la fuerza para hacer que la justicia aplique “todo el peso de la Ley” en su caso.
En efecto, los espacios públicos de las ciudades son regulados por el
gobierno de la urbe. La pregunta es obligatoria, ¿Quién es el gobierno de la ciudad?
La respuesta es simple, ¡el Ayuntamiento!, dirigido por el Concejo de Regidores
y el alcalde.
Así pues, toda acción a emprender sobre la ciudad debe contar con la
anuencia de las autoridades competentes, que no son otras que las municipales.
Esto, de ninguna manera quiere decir que se desconozcan las autoridades
nacionales, dígase, el Congreso, las Cortes, y el Presidente de la república. Es
en esencia, dejar establecido que a cada bloque de autoridad le corresponde
regular y dirigir una parte de la actividad nacional, es una división saludable
para el buen vivir de los ciudadanos.
En consecuencia, la lógica de gobernar bien consiste en saber asumir
la parte del mando que corresponde a cada quien. Eso es precisamente lo que se
le hace imposible a los gobernantes dominicanos. Aquí, cada quien, sin importar
la posición que ocupa, se cree el jefe supremo del país y un “chin” más.
En ese sentido, en días pasados el Presidente Danilo Medina inauguró el
“Parque Central de Santiago”. El
mandatario entregó la dirección del Parque a un patronato encabezado por APEDI,
una asociación privada, exclusiva de la oligarquía de Santiago. Es inadmisible
que el alcalde de la ciudad sea uno más en el citado patronato.
El Parque Central es una obra de importancia capital para el
esparcimiento de los munícipes santiagueros. En el ámbito de la necesidad de un
pulmón urbano es nodal. Santiago llevaba años en espera del Parque Central. El
Parque, sin duda alguna es un espacio público.
En esta última aseveración se hace imperativa la otra pregunta:
¿Si el Parque Central de Santiago es un espacio público, por qué no
está bajo la dirección del Ayuntamiento?
En el principio queda clarito que el Ayuntamiento es el responsable de
regular y gobernar los espacios públicos de la ciudad. Y sigo cuestionando:
¿Por qué, si la oligarquía santiaguera se precia de decir que son
liberales y que creen en el desarrollo inclusivo, se hace parte de una acción
eminentemente retrógrada?
¿Por qué, siendo Abel Martínez Durán, alcalde de Santiago no exige su
rol en el patronato, siendo él tan aguerrido y contestatario?
Tal parece, que los dominicanos tendremos que esperar otra
colonización para que el imperio de la Ley sea una realidad, cuando menos en
una proporción mínima. Esa repoblación deberá traer nuevos esclavos y en
consecuencia, nuevos amos. Quizás, sea esta la única forma de que llegue una
nueva independencia sin Santana, sin Trujillo, sin Balaguer, sin Leonel ni
Danilo. Ni decir, que ese proceso puede ser la fórmula para desprendernos de
unos partidos políticos que están en todas, menos en misa.
Un país donde todos son jefes es imposible lograr echar adelante un
proyecto de nación. Hacer eso requiere de voluntad política y deseos inmensos
de valorar al ciudadano en su dimensión humana más profunda. Santiago, en el
caso particular, requiere de una élite capaz de obrar en su beneficio pero
también de emprender iniciativas paraprovecho de toda la ciudad. ¡Ahí Dios!,
las interrogantes son interminables.
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