Por Félix Peguero
No me refiero al ratero común que pulula por nuestros
barrios robando baratijas, impulsado por el deseo de saciar un vicio. Ese tiene
su estigma, se reconoce y tipifica como vulgar delincuente y ladrón. Es la
expresión más reducida, comparada con bichos despreciables que afectan el
interior de una sociedad con cárceles atestadas de esos elementos nocivos, y
por demás repulsivos.
Sin embargo, al igual que estos, pero con las agallas más grandes,
encontramos en el mismo escenario social a un personaje similar, disfrazado de
autoridad, con el aval de pertenencia a un partido político, desprovisto de
honestidad, y con un nivel desmedido de avaricia, que le lleva a saquear los
bienes del pueblo, contando con la mano generosa de la justicia.
Ese sujeto, al que sus actos se consideran
"indelicadezas" se lleva en las uñas los millones que hacen falta
para resolver problemas en los hospitales públicos, en la educación, en la
agricultura y en áreas sensibles de la sociedad. Pero, ...oh cosas del destino!
Cuando esos privilegiados ciudadanos -por una "chepa" son
apresados- comienzan a aflorar los signos más degradantes de la inequidad
humana: algunos sacan a relucir enfermedades que antes ocultaban, para que la
condena impuesta sea la prisión domiciliaria.
Otros acondicionan sus celdas llenándolas
de enseres y electrodomésticos, propios de un hotel de lujo, y hasta exigen
plantas generadoras de energía eléctrica para que sea más placentera su estadía.
Nadie duda del servilismo puesto al servicio de los virtuosos ciudadanos,
conocidos por lo bajo como ladrones de cuello blanco. Es decir, el mensaje
alienante que se va generando en la población es que hay que robar mucho para
recibir, en caso de ser apresado, un trato privilegiado. Los ejemplos salen
sobrando, ya que cuando un "peje gordo" debe ser encerrado, hasta
proceden a reparar la celda, cosa que contrasta con la realidad de miles de
reclusos que sobreviven en celdas inmundas, expuestos a contraer todo tipo de
enfermedades.
Pero no pretendemos hacer un enfoque sobre la disparidad
humana, tampoco acerca de la inequidad social, porque el propósito es más
simple: se trata de abogar porque los corruptos que han caído por la fuerza del
escándalo internacional conocido como el caso ODEBRECHT, conjuntamente con la
condena en prisión, se les conmine a devolver hasta el último centavo robado.
Ese sería el peor castigo, ya que si se quedan con los millones robados, en
poco tiempo los veremos por París, Suiza o cualquier rincón del planeta,
burlándose de los incautos ciudadanos. Que vayan a la cárcel, sin privilegios y
con los bienes mal habidos incautados, sería lo más justo para frenar la
epidemia de corrupción que padece el Estado dominicano. Qué opina usted?
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