Por Pablo Vicente
En estos días en los cuales las familias se reúnen para
compartir, los amigos y amigas para brindar, hago un espacio para pensar en
todos los seres que están presentes en mi vida. A muchos los conozco por sus
nombres y apellidos, a algunos solo por sus luchas, por sus reclamos, por sus
ideas. A otros, quizás los más numerosos no los conozco ni he oído hablar de
ellos. Porque están silentes.
Sufriendo su impotencia, su incredulidad ante tanta
desigualdad, esos no salen en los medios de comunicación dando grande discurso
y ofreciendo rueda de prensa.
Unos y otros, existen. Están aquí. Allá, están en todos
lugares, tratando de construir un futuro mejor, con mayor igualdad y
oportunidades. Su vida, su lucha, sus sueños, su silencio es lo que importa.
Contribuir a cambiar la realidad en que vivimos, es mi
deseo para el nuevo año, me llega a la mente una señora del barrio en el que
nací, Una señora morena, de estatura promedio, pelo corto canoso por los largos
años de vida, su rostro un tanto arrugado por el pasar de los años, de complexión
lánguida y mirada serena, de voz fuerte enronquecida por los años y la penuria,
de manos maltratadas y callosas por el trabajo indigno que no construye
ciudadanía, los pies casi siempre descalzos o con una chancleta que no aguanta
más arreglos, sus vestido gastado y con algunos remiendos, sus pasos cada vez
es más lento y requiere la ayuda de un palo de escoba que se ha convertido en
su batón.
Sin lugar a duda una cruda muestra de la desigualdad
social en que vivimos. Le cayeron los años sin techo, sin salud, sin nada de
dónde agarrarse como se dice popularmente. A sus años es un desafío diario
conseguir el café en las mañanas, comer el pan y el arroz de las doce
nunca está seguro para ella. Aunque siempre vive enferma con una toz eterna, es
obligatorio salir a buscar el pan hasta el día en que la cruda muerte toque a
su puerta y le robo el aliento.
Para ella no habrá navidad en familias, nadie la incluida
en su lista de regalos o en algún angelito, en su mesa no habrá finos vinos y
suculentos manjares, de seguro reciba una cena de algún vecino solidario en
un plato desechable, pero ella la aceptaría con una gran sonrisa en sus
labios deseándoles miles de bendiciones que ella realmente necesita,
posiblemente hasta baile una bachata de esa que ponen a alto volumen en el
colmado de la esquina.
Estoy seguro que cuando ella fallezca no repicarán
las campanas por ella. No habrá panegírico ni bandera a media asta, ningún
edificio o carretera llevará su nombre. El Presidente no hablará de ella, ni
los senadores ni diputados, ningún proyecto de ley se conocerá para erradicar
el hambre en su honor. Nadie predicará a la sociedad a combatir el flagelo de
la pobreza que le robó la sonrisa y las fuerzas a esta vieja mujer, condenada a
vivir sin tiempo para reír.
En este nuevo año pensemos en los miles de personas que
como ella viven un presente precario y un futuro incierto, es necesarios
que aportemos desde los diferentes ámbitos en la que laboramos a construir un
mundo como lo merece la gente buena por la cual trabajamos y luchamos. Un
mundo de más iguales y menos desigualdades.
Para eso tenemos que sumar voluntades, sumar voces, sumar
sentimientos de cambio, sumar para multiplicar la vida, el trabajo, el
alimento, la salud, la educación y la dignidad de las personas, ese es mi deseo
para el próximo año 2017.
Otro mundo es posible y juntos/as podemos construirlos.
Excelente Pablo, excelente, no tiene desperdicio tu articulo, esa es la cruda realidad de miles de dominicanos
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