Por Reynaldo Peguero
Amigos, conocidos y adversarios, no son uno, ni dos los que
preguntan por qué siendo uno de los alumnos más aventajados de mi promoción de
Medicina, auxiliar académico y luego profesor, con buen ojo clínico, diestro al
estetoscopio y la auscultación cardíaca certera, escogí la epidemiología social
como espacio científico de ejercicio profesional. Todavía alucinan más cuando
produje otra pisada técnicamente insurrecta, pues siendo magister en
epidemiología con honores científicos en el exterior, decidí “asaltar” el
Urbanismo, supuesto campo exclusivo para arquitectos, diseñadores y
constructores.
Mi respuesta es simple. La razón última se explica por la
formación innovadora en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra
(PUCMM) y muy especialmente, las ideas sociales en las que me inicié al final
del bachillerato, luego de aquel retiro socio-espiritual promovido por el
Colegio de La Salle con los curas jesuitas del Centro Belarminio.
Especial influencia adquirió, la educación liberadora
promovida por el religioso lasallista Alfredo Morales, sumada al humanista
programa modular de formación que el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y
Organización Panamericana, auspiciaron en la PUCMM. Ahí residen las razones
primigenias de mi convicción, ideología, fuerza interior y herramientas de
trabajo para intentar ejercer una desafiante práctica profesional en este siglo
XXI.
La Facultad de Ciencias de la Salud de la PUCMM, movilizó
cientos de alumnos con mapas y catastros autoelaborados que delimitaban
geograficamente 50 familias del barrio Pekín por estudiante. 15 años después,
profesores de todas las carreras de la PUCMM, se asombrarían por las destrezas
demostradas en aquel exitoso proyecto que para esa zona, formulé, redacté y
expuse a los ejecutivos de la Fundación W.K.Kellogg, en nombre de la PUCMM.
Seguidamente que John Snow en el siglo XIX, utilizara en
barrios pobres de Londres, un conjunto de métodos sociales, cartográficos,
urbanísticos y médicos para descubrir que el agua contaminada era el origen de
una epidemia de cólera que asesinaba miles de trabajadores ingleses, la
Epidemiología emergió como ciencia para estudiar distribución y determinantes de
enfermedades y procesos sociales relacionados con la salud y la calidad de
vida.
Cuando se estudia a profundidad los pasos que dieron los
epidemiólogos clásicos para caracterizar los factores biológicos, sociales y
estructurales causantes de muchísimas epidemias, se puede concluir que la
epidemiología como ciencia, al emplear la matemática y la estadística, concurre
con la manera concreta de articular un espacio y analizar los problemas urbanos
derivados de ello. Para delimitar los determinantes de un problema que afecta a
una colectividad urbana y valorar las enfermedades, violencia, accidentes
viales, daños humanos por eventos naturales, e incluso los problemas mentales,
el urbanismo y la epidemiología concurren.
No es casual que el catalán Ildefonso Cerdá, también en el
siglo XIX, así como John Snow, utilizara originalmente el término
“urbanización” derivado del concepto “Urbs”, demostrando lo relevante
de cómo las ciudades se transforman y cómo las sociedades actuando sobre ellas,
impactan su estructura y partes. Una ciudad, en tanto sociedad con historia y
geografía concreta expone los diversos modos de producir, enfermar, morir o
vivir de sus sujetos sociales.
Hacer ciudad no es un ejercicio arquitectónico de trazados,
imágenes y líneas sino que es pensar muy bien cómo acrecentar el bienestar
individual, cuya suma, tiene la facultad de concretar lo que Cerdá denominó
creativamente como “felicidad pública”. Mis estudios en diplomados y
cursos especializados, y muy fundamentalmente en la Universidad Coprorativa del
CIDEU, Barcelona, evidencian que la Epidemiología y el Urbanismo se encuentran
tanto en los fines deseados, como en las metodologías empleadas.
Mientras el ingeniero catalán
Ildefonso Cerdá, frente al “arte de construir ciudades”, desata un nuevo
abordaje metodológico que permite articular los pasos y la ciencia de
desarrollar armónicamente las ciudades; por su parte el doctor inglés John
Snow, se centra en cómo las ciudades se organizan de la forma más saludable
posible para controlar factores urbanos que permiten prevenir problemas
generadores de muerte, determinantes que si se toman en cuenta al momento de
planificar las ciudades llegan a salvar miles de vidas.
Gnoseológicamente, Ildefonso Cerdá aporta
niveles teóricos de inducción y deducción para hallar un sistema abstracto que
contenga las categorías filosóficas de la organización urbana, tales como
vialidades, edificaciones, manzanas, solares, dominios, usos públicos y
privados; y asimismo cruza críticamente ese sistema con la historia de las
diversas ciudades. Por su parte John Snow basándose en la ciudad construida,
escudriña la ciudad de Londres en el registro de las defunciones, observando la
lógica urbana de los distritos de la zona sur de esta ciudad y la calidad de su
abastecimiento del agua.
El uno y el otro. El urbanista, de lo general a lo
particular, y el epidemiólogo de lo singular a lo global, exploran las
ciudades y extraen conclusiones coherentes con un sentido histórico y lógico,
aportan métodos para valorar cómo ese desarrollo urbano, puede generar salud y
vida, o por el contrario enfermedad y muerte. Porque tanto para Ildefonso Cerdá
como John Snow, fue la
felicidad pública, el objeto y el fin de sus creativas aplicaciones
científicas.
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