Por
Ramón Antonio Veras
De
la misma forma que los arboles necesitan
un terreno adecuado para desarrollarse,
la especie humana requiere de un medio
social en el cual ha de formar su conducta, y la
forma de expresarla conforme
las normas establecidas. Cada período de la historia de la humanidad ha tenido su
moral, de acuerdo con el régimen
económico predominante que guía las actuaciones
de los miembros de cada comunidad.
El
carácter, la manera o forma de ser define la personalidad del individuo; sus características y particularidades
identifican la fibra de que está
constituido, y lo marcará en sus actos, en sus relaciones con los demás.
Su bien o mal accionar lo
individualizará.
Para
comprender como actúa hoy la generalidad de los dominicanos y dominicanas, necesariamente debemos tomar en consideración el ambiente donde nos
desarrollamos, la educación familiar y escolar,
y cuáles son los principios éticos y morales de la sociedad actual.
Actitud
de desgano hacia la lucha política y social
El
trato diario con muchos de nuestros coterráneos
nos está diciendo que estamos en
presencia de personas que no tienen
solidez, de débil formación personal,
dotadas de personalidad
inconstante; de pobre firmeza, inclinadas a la flexibilidad, y cambiadizas en sus decisiones.
Abunda
en nuestro medio el desvergonzado,
dado a ser movedizo cuando sus actuaciones requieren constancia.
De ahí que ya la confianza
no se deposita con facilidad
porque pululan los de proceder ambivalente
Nos
encontremos con sujetos veleidosos que revelan
ligereza en sus actos; tienden a
portarse erráticos, lo que motiva a ser considerados puras veletas. Semejante
proceder es muy propio de los caprichosos
e inmotivados porque llegan a
manejarse arbitrariamente, como si estuvieran fuera de sí.
La inconstancia está fija en amplios sectores de nuestra sociedad; ha desaparecido el perseverante en sus convicciones; ya
no se ve la tenacidad que caracterizó
a los jóvenes de ayer, imponiéndose
ahora los que demuestran falta de empeño
en los fines perseguidos. La
facilidad es bien aceptada para lograr todo con el menor esfuerzo.
En
el medio nuestro lo dificultoso se ve
como imposible de solucionarse; se ha convertido en ideal, propicio, para
alcanzarlo todo cómodamente; lo que se
trata es de hacer la vida llevadera, manejable; aceptar las situaciones como juegos de niños, cogerlo suave, con
ligereza y total placidez.
A
cada instante estamos tratando
a hombres
y mujeres adecuadas para no luchar, como si estuvieran hechos para ser blandos, a no enfrentar las
adversidades; listos para pulimentar los
conflictos sociales, desbaratar
cualquier reclamo justo de los oprimidos. En sí, afinan con los buenos y
con los malos.
En
el medio dominicano cada vez se hace más
notoria la presencia de grupos diseñados para hacer de bomberos sociales, tranquilizadores de los
que demandan reivindicaciones, aplacadores
de revueltas justificadas. Ellos son los
que están siempre dispuestos para serenar a los que motivados a luchar y vencer.
La
situación se torna sumamente adecuada para el pasivo, cansado, perezoso y
estimulador de la inactividad. La persona resuelta, siempre decidida, no es bien aceptada por aquellos que son
contrarios a enfrentar la triste
realidad que padece la gran mayoría de nuestro pueblo.
Aquel
que hace el papel de observante del
drama nacional, el simple mirón es bienvenido; el que acata y respeta las
reglas del orden establecido, nunca va a encontrarse en dificultad; por el contrario, es un
ente ejemplo de docilidad y buen ciudadano.
El
individuo de temperamento dúctil, el flojo de carácter, es aceptado como amable, cordial y dulce; es
visto como almohadillado, adaptado a las
circunstancias; su dulzura lo hace pasar como un deseado blandengue del medio
en que vive, llegando a convertirse en poca cosa, típico miedica.
El
que es fofo, moldeable, el papandujo está listo para ser llevado hasta lo más alto como agasajado, finamente
piropeado y cargado de zalamerías por aquellos
que se benefician de las taras sociales. La adulación alimenta y sirve de bonita diversión a los complacientes y amantes de las lisonjas.
El doblamiento
de la conducta está dando buenos resultados a los que aquí demuestran
flexura para hacerse simpáticos ante los dueños y señores del poder económico y político. La condición de ser
pliegue identifica a los que aquí se han entregado a lo que quiere el otro, el que ejerce dominio sobre los que sin
luchar se dan por vencidos.
La
dañina aceptación del ordenamiento actual
Sin
mucho esfuerzo comprobamos que el espíritu de lucha social se ha perdido
en algunas capas sociales que han resignado, sucumbido; están rendidas ante la dura realidad nacional
que exige resistencia frente a la opresión material y espiritual. El
abatimiento ha hecho posible el dominio de las minorías sobre las grandes
mayorías.
La
realidad está indicando que el acomodamiento, la inclinación reverente
al poder, y la blandura permanente ha contaminado, está influyendo en personas
dispuestas a morder el polvo, doblar la
cerviz y no revelarse; se sienten mejor
arrastrándose que desobedeciendo; la complacencia los ha cautivado, demostrando falta de voluntad
propia.
En
esta sociedad abundan boquimuelles, los de
postura suave como un guante de seda. La maleabilidad y la sumisión
van de la mano, y conducen a que se le
dé aquiescencia a las decisiones de los que inciden en la voluntad de las
personas de manso proceder
En
nuestro país son muchos los que en nombre de llevar la vida fácil idealizan mantenerse recibiendo beneficios
sociales, haciendo el papel del mosquita
muerta; mansurrones, bonachones y
tristes figuras amparadas por el oficialismo; les hace falta honor para avergonzarse por ser parásitos sostenidos, abastecidos, y
alimentados profesionales del Estado.
Es
común ver a los convertidos en hombres castrados mentalmente, aquellos que se han acomodado al orden establecido, y están
prestos a aceptar lo peor, dejar pasar, aguantar sin límites, tener aguante para las humillaciones,
decir amén a las burlas que se les hagan y permitir que
el país se hunda y no decir ni pío.
En
estos momentos, no es sorpresa la
gran cantidad de mujeres y hombres que están
condicionados en su voluntad, supeditados a lo que quiera cualquiera que tenga
poder político; se comportan
postrados, subalternos, algo así como accesorios de aquellos a quienes
consideran
sus superiores, demostrando así su inferioridad.
La
reducción a nada de una persona la
observamos en el medio social dominicano, en los sirvientes políticos que hacen de descarados
y faltos de hidalguía, porque actúan como vivo ejemplo de majaderos y vulgares
mentecatos. A los sumisos se les achica la mente cuando están sirviéndoles a su
protector; el entendimiento se les nulifica y se mueven como verdaderos
adocenados, prosaicos y ramplones.
Lamentablemente
hoy, en el mundo político dominicano, están proliferando los que, acomodados a la degradación de la
sociedad, poco les importa ser ultrajados, ofendidos o de cualquier forma
denostadas; porque han perdido la
vergüenza, la vejación no les molesta,
y les da lo mismo ser vilipendiados que enaltecidos, ofendidos que elogiados.
El
miedo ha hecho posible que algunos dominicanos que ayer demostraron firmeza,
hoy, al aceptar la docilidad, se han
visto tan empequeñecidos que viven intimidados por su propia sombra;
amedrentados, doblegados por temor a pensar en envalentonarse. Los aborregados permanecen suave, sedosos, muy
aterciopelados.
En
algunos de nuestros compatriotas, luce
diluida la disposición a luchar por una sociedad diferente a la que padecemos en el orden social, económico y de decencia; esto se evidencia por la indiferencia, la desatención a ocuparse de eliminar fenómenos dañinos presentes en el
ambiente nacional. El relajamiento, el
desentenderse de lo que nos
afecta a todos y a todas, demuestra que se ha desvanecido el ardor que dominaba
ayer, se ha anulado la aspiración a
disfrutar de un mejor país.
Se
nota la falta de interés por llevar la lucha política al terreno social; el no entusiasmo para que las masas populares
se movilicen reclamando, exigiendo reivindicaciones; la disposición a integrarse a la política
sin procurar beneficios personales es
tímida en amplios sectores de la sociedad dominicana. La energía en procura de los cambios que
necesitamos parece agotada; una especie de olvido acomodaticio esta dominando el ambiente, la dejadez está
pegada.
La
pasión por construir un nuevo orden social, que anteriormente existía en amplios grupos de las capas medias del
país, ya no se siente en la mayoría de ellas. Cada quien parece
estar apartado de todo, pensando en lo individual, desviado del camino hacia lo
colectivo, como si estuviera viviendo en un vacío político y social. Al parecer el estímulo está derribado; nada
apasiona, encanta ni motiva. Se
observan unidos tristeza
y debilidad espiritual,
indolencia y frialdad.
Reflexiones
De
la misma forma que cada actitud tiene una explicación fruto de la voluntad del
actor, las consecuencias sociales también tienen sus causas generadoras en los marcos de una
coyuntura presente en una sociedad
determinada. El proceder acomodaticio de amplios sectores nacionales explica lo
que está ocurriendo con relación a la inacción en el movimiento popular y democrático.
Basta
con tener un mínimo de conocimiento de la realidad política nacional para darse cuenta que estamos
en una
etapa de reflujo del accionar político con sentido de cambios sociales.
En los últimos años se nota un descenso de la lucha de masas, las cuales
lucen paralizadas partiendo del ascenso que vivieron en épocas
pasadas.
No estamos viendo accionar a personas pertenecientes o no a diferentes iniciativas para alcanzar
reivindicaciones. Las grandes participaciones de hombres y mujeres del pueblo,
levantando sus consignas, son cosas del pasado. El estancamiento es notorio y
penoso, porque la paralización impide
los cambios que requiere la sociedad dominicana.
Se
impone reanudar con bríos las acciones populares; se hace necesario retomar,
motivar a lo mejor del país a la lucha social y democrática, a los fines de
lograr las transformaciones que
necesitamos y merecemos. El anquilosamiento y el embotamiento reflejan insensibilidad, algo de lo que no adolece nuestro pueblo.
Hay
que aislar todo aquello que obstaculice, inhiba o pueda hacer colapsar
un movimiento cualquiera tendiente al despegue, a la partida de los
distintos destacamentos donde están integrados los órganos motrices llamados a ejecutar los cambios que
anhelamos y merecemos.
En todo el curso de la humanidad,
históricamente las grandes transformaciones
han sido obra de los que luchan, de los que piensan en el porvenir y
abrazan las causas justas. El momento que vive nuestro país no está para lamentaciones ni quejas; hay que romper con la indiferencia,
apatía y pasividad. No podemos contar
con los que ya están identificados y acomodados al actual ordenamiento económico y social.
Las
fuerzas democráticas están en el
deber de estimular, motivar el resurgir
en nuestro país del movimiento obrero,
sindical, estudiantil, gremial, juvenil,
femenino, en fin, hacer
que se pongan en tensión todos los
hombres y mujeres no conformes con la situación actual y aspiran a cambios de contenido social, todo sin
importar criterios ideológicos, etnias
o ubicación social.
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