Por Miguel Ángel
Cid Cid
Cuando Don Luis
Emilio Cid entró a la oficina, el Sr. Macerda estaba detrás de su escritorio, inclinado
sobre una pila de documentos. Era un español de 40 años, célebre por su mal genio,
y quien compensaba su pequeña estatura con unas grandes gafas bifocales. Don
Luis se quedó parado sosteniendo un bulto de herramientas en las manos.
Esperaba que su jefe levantara la cabeza del fardo de papeles. Había un aire
soldadesco, franquista, en el español. Sacó
una lista con el nombre de Don Luis e hizo una seña para que le pasara el bulto.
Don Luis estaba nervioso, pero disimulaba fingiendo buen ánimo.
La empresa
española AGROMAN llevaba tres años en la construcción de la Presa
López-Angostura, en Santiago. Los puestos claves lo ocupaban, siempre sucede,
técnicos de España.
A pocos meses
antes de concluir los trabajos, se distribuyeron impermeables a los
trabajadores, los cuales se agregaron a otros instrumentos que la compañía
facilitaba al personal. Pero al final había que devolverlos, so pena de que
AGROMAN se quedara con las prestaciones laborales.
De hecho, cuando
alguien pedía cambiar una de sus herramientas, debía entregar la adjudicada previamente.
Sólo entonces procedía el cambio.
Los capotes, sin
embargo, eran prendas que se dañaban con relativa facilidad y había que reemplazar
los periódicamente. La empresa, intolerante con el absentismo laboral, repartía
los impermeables para que nadie contara el cuento de que no llegó al trabajo a
causa de la lluvia.
El problema de
Don Luis Emilio Cid, mi padre, fue que se había prendido de su capote, como
ocurre en esas historias de amores contrariados. Se pasaba los días cabizbajo,
pensativo, ausente. Buscaba una salida a la situación, sin tener que desprenderse
de su prenda. Era algo que le envenenaba la vida. Ni siquiera la inminente
cesantía le preocupaba.
Amar a una mujer
es fácil, pero caer hechizado por un impermeable amarillo, no tiene comparación;
ni en esta vida ni en la otra.
El día fatal,
total, había llegado. Eldesánimo de Don Luis no desmayó ni un solo ápice.
Caminabasin ganas, maquinalmente,con las herramientas a cuestas, directo a la
oficina del Sr. Macerda. Desde el fondo de su corazón deseaba que ocurriera un
milagro, que sobreviniera un terremoto; que se desprendiera un rayo. Algo que
hiciera que el “españolito refunfuñón”, hijo de la “Madre Patria”, olvidara las
cosas. El capote, por ejemplo.
Nada de ello
ocurrió, salvo un golpe preciso de suerte. Casi al llegar a donde Macerda,
encontró a un compañero de trabajo, quien remolcaba una carretilla repleta de
capotes. El viejo Cid lo saludó con inusitada simpatía.
--¿A dónde llevas
esas capotas, mi buen amigo?—, le preguntó.
--Me mandaron a
botarlas, Don.
--¿Puedo coger
una?
--¡Todas las que
quieras!--.El carretillero mantenía la carretilla sujeta por los dos mangos, al
tiempo que ponía la boca como un pez, apuntando en dirección al montón de
capotes usados.
Los ojos de Don
Luis de pronto se iluminaron cual bombillo de 100 voltios después de un apagón.
Aristóteles decía que la suerte es una gracia divina, que uno sabe cuando la
tiene, pero nunca sabe cuándo termina.
Don Luis no
perdió entonces tiempo y se abalanzó a la carretilla. Abrió uno, dos, tres capotes
y seleccionó el más deteriorado. Lo dobló con sumo cuidado y guardó el que él
debía entregar a Macerda.
De modo que el
Sr. Macerda comenzó a sacar una a una las piezas, las examinaba, y luego las
iba marcando en la lista. El martillo, visto bueno; el Nivel, bien; la Plana,
perfecta; etc. Pero cuando llegó a la capa, la observó con actitud sospechosa.
La fue dedos blando, despacito, pliegue a pliegue. No podía creer que un
impermeable podría permeabilizarse tanto, en tan poco tiempo. Entonces levantó
la cabeza y miró al viejo:
--¡Hostia! ¡Pero
usted sí que deterioró rápido esta capa!
-- ¿Y qué usted
quería? ¿¡Que se la entregara buenesininga!?
Mucho tiempo
después, Don Luis fallecióa los 90 años de edad. Cuando mis hermanos y yorevisamos
sus pertenencias, el capote estaba ahí. Reluciente. Intacto.
Miguel Ángel Cid
Twitter:
@miguelcid1
25enero 2016
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