Por
Cesar Augusto Zamora Hinojos
En la
película Réquiem por un Imperio, del director István Szabó se dice: "Es
más culpable aquel que calla cuando la maldad está arribando, que aquel que
realmente lleva la maldad". Por ello le respondo a León Núñez. ¡Se me hizo
obligatoria la tarea, pues!
Desde
hace dos meses, tres colegas me advirtieron que el señorito les había
leído partes del escrito publicado hoy en La Prensa. Su actuar es emblemático
de lo que persigue: golpear anticipadamente, generar miedo y avasallamiento
antes de ridiculizar con sus letras. Pretende que tiremos la toalla y la
inacción para que nos arrodillemos a su maullido de gatito de angora.
Hace
unos días, me topé a mi león torturador en el restaurante Don Cándido. Allí me
di cuenta de qué está hecho. Me senté estratégicamente en frente de él para
poderle verle a los ojos y siempre esquivó la mirada. A los 10 minutos
emprendió un súbito cambio de mesa con toda su camarilla para alejarse de mi
mirada. Con su graciosa huida había perdido el aliento y el round. No pude,
sino sonreír ante su deslumbrante cobardía. Esta vivencia me reveló su esencia:
irradia asco la máscara con la que sale de su casa. Es la más grande obra de
hiel que deambula por Managua.
Su dogma es infundir miedo. Su máxima es escribir desde el odio que lo carcome. Su verdad única es humillar. Desprecia todo con lo que él cree competir. Es un ser binario, arrinconado y predecible. Se vende como abogado mercantilista, pero para progresar se convierte en arlequín.
Es un
ser sin ningún entusiasmo. Este detalle es vital para descifrarlo. En griego
entusiasmo es el que lleva a Dios dentro. El gatito Nuñez es por sus
convicciones un animal retorcido. No hay pares para él. Con su espíritu
ciego deshumaniza su inteligencia de ave de rapiña.
El aprendiz de troll recurre al photoshop
para no desagradar (¡qué tierno luce en la foto de su Ave Cesar!). Invierte en
grande en su imagen de gato tropical. Pero su versión original es la de un ser
lleno de inseguridades y complejos. A diario se mira al espejo y le pregunta:
espejito... espejito... quién es el más maldito. Y el espejo le contesta...
¡¡¡Tú mi señorito!!! (Ni su espejo lo respeta. Risa malévola).
Vive en
la insatisfacción del que siempre
se ubica en el banco de los suplentes. Mide la grandeza de su billetera por el
modo en que destroza al que le tiene celo, al que envidia, al que le pagan por
devorar. Su vanidad tiene su íntimo contrapeso en su desmedida crueldad.
Este
gatito que se pinta solo promulgó y ejecutó con su garra el Manual de
Auto-Censura del Nuevo Diario. Un clásico de lo que jamás debe hacerse en
democracia y mucho menos en periodismo. Con su manifiesta empatía dejó al
periodismo nicaragüense sin alma, sin ese espíritu que consiste en la búsqueda
de la verdad, la tolerancia, la disidencia cordial y el mérito de matizar. Su
actuar desnudo con crudeza el cuerpo entero y el espíritu del falso
demócrata.
El
señorito barrió con la moral democrática del Nuevo Diario. Desembocando en
actos absolutamente inconcebibles de vejación y retroceso en el
periodismo nacional. En nombre del infierno y el tufo que lleva
dentro de su cabecita, les quitó a los otros el derecho a existir. Prueba de
una insensibilidad fanática y exaltada por el don de servir servilmente al
"becerro de oro", su amo. Al
que con su coherencia quiso
adular y lo llenó de estiércol. El golpe seco del trágico editor tuvo una dura
reacción de grupo que lo colocó a él y su periódico en la infamia. Esa es su
estatura, ese es su tamaño y nada más.
Vale la
pena comentar lo obvio, consecuente con su tradición de no reconocer errores.
El señorito se fue a refugiar a su cinismo, al auto regalarse un "Master
en Periodismo" para disimular su aplastante derrota. Cimentada en la
carencia de una reflexión mínimamente superficial. No tiene margen para
la auto-crítica. Lo que natura no da, Salamanca
no se lo pudo prestar.
El humor es una actitud filosófica de libertad. El humorista nunca vende sus principios para ganar el favor de su mecenas. El humorista tiene inteligencia emocional para vivir en paz consigo mismo. El humorista trabaja con arte, lo sublime del humor que no hiere. La recompensa es la sonrisa que nos hace humanos. Los humoristas siempre se rieron de sí mismos. Todo lo contrario al arlequín de Acoyapa.
El
payaso virtual de la Corte de Francisco Franco (fascista de closet del que no
sale) no tiene estética, se deleita con la crueldad. Su objetivo es herir, su
condición es intimidar para subir con la espuma de su rabia. Su estilo
discursivo en tweets es prepotente, frágil y mediocre, como su campaña de
maledicencias incongruentes contra el Papa Francisco al que apodo
"Chespirito". Sin vergüenza abraza a belcebú y apuesta a vejar con su
fierro. ¡Pobre León Núñez tan lleno de horror y tan vacío de honestidad, honor
y humor!
Hay que
menospreciar las deformaciones conceptuales de lo que para él es comunicar.
Además de estar viciado por su propio mesianismo. Es evidentemente que su
legado como máster en fracasos (jaja!jaja!- no se rían del señorito que tiene
60 panfletos listos y los va a joder) es haber cerrado de golpe la
ventana de la decencia con su simulación y descalificaciones. Mucho odio, mucha
burla, ninguna catarsis, cero talantes democráticos y un rosario apasionado por
su opción preferencial por el odio.
El bien
nacido de Acoyapa dictaminó que su derrota es irreversible. Es inminente que se
irá pareciendo cada vez más a la fealdad que está al otro lado de su
espejo. O lo que es lo mismo, la
evidencia de que el gatito está en bolas. Se
ha dado cuenta que su tiempo pasó y que solo tiene veneno como propuesta
repetidamente peyorativa de ofender por ofender. Alimenta a su turba en twitter
tejiendo sombríos ataques desde su diván psiquiátrico. El gatito Núñez se
reduce cada vez que escribe, su burla desde una supuesta superioridad global
que está emparentada con sus ínfulas de supremacía de clase.
Para un
ser con más ambiciones que intelecto, activa la negación que padece
y actúa para descender al lenguaje de los infiernos y sus peores despojos.
Seguro que le tiene miedo a la muerte, porque el podio de su vida ha sido el
oro, la envidia y el síndrome de la maldad.
Con dos
décadas de patéticas y frívolas reflexiones sobre asuntos de la farándula
nacional, el señorito sueña en su inmortalidad de Drácula pinolero donde
solo proyecta su magisterio de banalidad. Los que lo conocen lo describen
como un hibrido de personaje secundario del show de los Polivoces y de un
escribano de mercado, que oculta los escombros de su infierno personal.
Con su
pandilla no cata vino, cata maldad. Es un bufón de lealtades mafiosas.
Sus
letras resaltan su magnánima derrota. Sus argumentos para disimular son tan
obvios que subrayan su nítido fracaso. Condenable su trabajo de constantes
yerros como periodista que resultaron en una gestión cargada de frivolidad y
saña. El mirrey de la ideología del odio, que lo ha llevado a humillar
públicamente a sus presuntas víctimas.
Es
interesante verle en una condición de crear la devastación y de quedarse
sonriente con los restos del naufragio. El zombi bananero es un ser sin
geometría, cuyo único mérito al leerlo es ver la monstruosidad con que
desnuda su maldad en cámara lenta. Es pues, un león renovado a gatito hecho de
papel higiénico. Que no es como él se pinta.
Cesar
Augusto Zamora Hinojos
Bachiller
del Colegio Centroamérica-1981
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