Por Arturo Martínez
Moya.
En política los
errores se pagan y muy caro. Los de Leonel han sido muchos y consecutivos. En
Juan Dolio, en la reunión del Comité Político, perdió la candidatura y el
liderazgo de su partido, porque el líder nunca pierde una votación y mucho
menos si es orgánica, le iba suceder a Peña Gómez en la Convención del PRD de
1985, lo evitó la paralización del conteo que estaba muy avanzado en favor de
Majluta.
Leonel se equivocó
cuando puso en agenda la reelección sabiendo que no tenía los votos y sin
negociar previamente. Se sobreestimó. Su caída política comenzó cuando
privilegió la rápida acumulación sobre lo político, lo que nunca hace un líder
de verdad. Actuó como empresario. Tenía el dilema de distanciarse de Félix
Bautista o apoyarlo en las Altas Cortes, escogió mal y los juicios populares
terminaron el trabajo, con efectos parecidos a los de la medicina que formuló y
usó para destruir primero al Partido Reformista y luego al PRD.
Otro error fue
declararse en rebeldía sin tener municiones para responder cuando perdió la
votación; ahora luce atrapado en un camino que conduce a ningún sitio. Tirará
la toalla ratificando que ya no es el líder. Además arrastra lo de pésimo
administrador de las finanzas públicas, hablan los números de sus gobiernos
(2005-2012), dejó en desequilibrios todos los sectores, porque aplicó una
política expansiva sin tener ahorros internos.
Aumentó el gasto
público en 3.14 puntos del PIB, y no fue para invertir en pequeños proyectos
para las comunidades en todo el país, sino para financiar gastos corrientes
(aumentaron 1.02 puntos) y pagar los intereses de la deuda (aumentaron 1.05
puntos) que en conjunto representaron dos terceras partes del incremento del
gasto total. Como consecuencia elevó el déficit del presupuesto en 6.03% del
PIB y en 6.59% del PIB el balance del sector público no financiero (gobierno
central y sus instituciones descentralizadas), duplicando la deuda consolidada
(de US$12,496 millones en 2005 a US$25,216 millones en 2012).
Como es el campeón
de los déficits, en lugar de dejar una filosofía positiva en el manejo del
presupuesto, condicionando el gasto a los impuestos y con ahorros internos
financiar faltantes excepcionales, repite que cambió la macroeconomía porque en
su gestión el PIB creció 5.8% como promedio anual. Sin explicar por qué,
gastando una enorme cantidad de impuestos y préstamos, dejó la pobreza en 40% de
la población; es decir, más de cuatro millones de dominicanos no podían
conseguir el equivalente en pesos de dos dólares al día. Porqué dejó la
indigencia en 11%, más de un millón cien mil dominicanos viviendo en
condiciones infrahumanas.
Como piensa que es
el único que conceptualiza, su ego no le permite aceptar que fue sustituido
como líder principal y que se considere reliquia su estilo de gobernar. Lo dice
el BID en su reciente informe El Laberinto: Cómo América Latina y el Caribe
pueden navegar la economía global, sostiene, entre otras cosas, que a los
países muy endeudados (como República Dominicana) se les hace difícil financiar
políticas fiscales deficitarias.
Pero no tiene más
camino que tirar la toalla y aceptar que no es el líder, un trago doblemente
amargo, porque lo es y porque es su fórmula.
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