Por Margarita Cordero
SANTO DOMINGO (R.
Dominicana).- Aun quienes solo conocen los rudimentos del popular juego de
dominó saben que, extrapoladas sus reglas al ámbito político, en las negociaciones
que pusieron fin aparente al conflicto en el oficialista Partido de la
Liberación Dominicana, el presidente Danilo Medina trancó con doble blanco y
ganó la partida.
Menos de 72
horas después de un discurso autorreferencial desde la primera hasta la última
frase, el expresidente Leonel Fernández ha debido recoger sus bártulos
principistas y avenirse a un acuerdo que solo le deja en las manos las fichas
del perdedor.
En primer lugar,
y sin considerar los 15 puntos del documento firmado por los 35 miembros del
Comité Político, Fernández no tiene ahora, ni tendrá en el futuro, modo alguno
de explicar su inopinada renuncia a reivindicar como precepto democrático
innegociable la sujeción de la reforma al referendo aprobatorio. La suya es
deserción pura y simple. Aun cuando la embocen, nada podrá ocultar el rictus de
la derrota política. Danilo Medina, artífice de su triunfo en 1996, se cobra
con creces, pero sin aspavientos, la deuda contraída por Fernández en el 2008.
El hombre del “palo” tiene la sierra en las manos, y la usa.
Revisados los 15
puntos del acuerdo, es tarea ardua espumar aquellos que definan el perfil
“ganador” de Fernández. Que aligeren la pesada carga de su admitido
desistimiento a continuar jugando una partida sin posibilidad de ser ganada.
Que preserven su estatura de “líder” iluminado, émulo ético de José
Martí cuando frente a los indecorosos partidarios de modificar la Constitución
para allanarle el camino a Medina, levanta el “principio” insobornable de no
producir cambio alguno sin antes consultar al soberano.
“Eso,
naturalmente, sería sumamente peligroso para el porvenir de nuestro
pueblo. Sería nefasto. Sería catastrófico, ya que dejaría las
posibilidades abiertas para que en la posteridad surja algún aventurero que
modifique de nuevo la Constitución, pero esta vez para establecer la
reelección indefinida, e intentar perpetuarse en el poder”, afirmó enfático en
su discurso para referirse a la aprobación de la Ley de convocatoria sin
mayoría calificada y sin convocar un referendo aprobatorio popular que
impidiera un “ Trujillo del siglo XXI, que vendría a cercenar nuestras
libertades, a mutilar nuestra dignidad y a truncar nuestro porvenir como
pueblo”.
Nada,
absolutamente nada en el acuerdo pactado a unanimidad por el todopoderoso
Comité Político peledeísta, obliga a considerar orgánica la ley que convoca la
asamblea revisora (aprobada ya sin remisión por el Senado antes de conocerse el
resultado de la componenda), y la exigencia al referendo enceguece (no solo
brilla) por su ausencia.
¿Concesiones?
Trancado el
juego con el doble de Medina en el primero de los 15 puntos del acuerdo,
el segundo es una concesión para dummies. El lenguaje
en que está redactado es ambiguo y saca a la superficie su propósito
políticamente caritativo.
El inicio
“oportuno” (¿las calendas griegas?) de la modificación de los artículos
constitucionales 270, 271 y 272, en particular este último, obligan a convocar
un referendo aprobatorio que, si esta sociedad se pone las pilas –y no hay que dudar
de que las tenga puestas cuando el momento llegue— podría tirar por la borda el
sueño leonelista de meterse en un bolsillo los derechos ciudadanos.
Tomados uno por
uno los acuerdos referidos a la repartición interna de poder, la perspectiva
para Leonel Fernández no es más halagüeña. Ni siquiera el punto 12,
relativo a la conformación de los equipos de campaña que, en este 2016, deja en
sus manos la dirección de las candidaturas congresuales y municipales, es
ganancia con réditos futuros. Que esas candidaturas estén económicamente bien
provistas depende del Ejecutivo, es decir, de Danilo Medina y su equipo. Sin
recursos, la dirección de campaña que toca a Fernández en las próximas
elecciones está “pintada en la pared”. Holograma del deseo del expresidente.
Carta en la manga de Medina, el dueño de la sartén y del mango.
Seamos
realistas: en el PLD, la mística boschista de los círculos de estudios de
impronta leninista fue mandada a paseo hace tanto tiempo como 1990, cuando las
desbordadas apetencias de una pequeña burguesía que abría los ojos a las
ventajas personales del poder hicieron renunciar a un Juan Bosch, desconcertado
y dolido por el fracaso de su obra.
El martes
26, la votación en el Senado sobre la ley de convocatoria fue un apoplético
revés para Fernández. Inhabilitado –21 contra 10 fue demasiado—, el acuerdo
anunciado este jueves es el triunfo incontestable de un silente estratega, para
algunos taimado, sobre el embobamiento de este Narciso tropical, canoso y
mulato.
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