Por Margarita
Cordero
SANTO DOMINGO (R.
Dominicana).- Nadie descubre nada si afirma que el discurso pronunciado en la
noche del lunes por el expresidente Leonel Fernández para fijar posición sobre
la propuesta de reforma constitucional, lleva la situación interna del Partido
de la Liberación Dominicana a un punto de no retorno.
Lo que durante
las últimas semanas pudo verse como una contradicción difícil pero soluble, es
ahora un enfrentamiento frontal entre dos fuerzas de distinta potencia, es
cierto, pero incapaces de neutralizar una a la otra. Insoslayable que el
presidente Danilo Medina cuenta con la mayoría de las estructuras del
partido renovadas durante el Congreso Norge Botello del año pasado, pero Leonel
Fernández tiene en sus manos una cantidad suficiente de seguidores, construida
intencionadamente desde el poder que abandonaba en 2012, con la que agriará el
vino de la pretensión reeleccionista.
A diferencia de
lo reiterado de manera casi obsesiva por Fernández en su discurso, no se trata
de “principios”. Reeditando el tono bíblico impreso al final de su alocución,
vale citar del evangelista Mateo su frase “Así que por sus frutos los
conoceréis”, porque no todo el que invoca al Señor entra en el Reino de los
Cielos, sino el que obra según su voluntad. A Fernández no le bastarán nunca
sus vehementes reivindicaciones de demócrata constitucionalista. Los frutos de
sus 12 años de gobierno son su marca de identidad. El secuestro de las altas
cortes es un pernicioso botón de la muestra.
Pero, además,
Fernández sacó el conflicto por la reelección del ámbito partidista. Ni una
sola de las líneas de su discurso hace mención de la decisión del Comité
Político peledeísta que aprobó por mayoría significativa emprender la aventura
de la reforma constitucional para allanar el camino a la repostulación de
Medina. No la disciplina distintiva, invocada hasta el hartazgo por el
peledeísmo desde su fundación, sino su visión de las cosas y su trayectoria
pública, elaborada con los materiales de la fantasía.
Y este abandono
del papel que le corresponde, ya no como dirigente y líder de larga data de las
huestes moradas, sino como actual presidente de la organización, es sintomático
de que la lucha interna no está motivada por el choque entre pensamientos
políticos que buscan, uno, preservar la supuesta o real tradición
institucionalista y, otro, echarla por la borda renunciando a la condición de
“legatarios” de las lecciones políticas dejadas por la Revolución de Abril de
1965.
Tampoco ha de
extrañar este abandono del terreno del partido a favor de un espacio que,
enajenado el vínculo con las estructuras políticas de origen, permite desplegar
una capacidad congresual obstructiva difícilmente doblegable. La extrema
personalización del discurso, rayana con la egolatría, es conducta y no azar.
Dentro de las filas partidistas, las posibilidades de perder son muchas; fuera,
no ganará pero tampoco permitirá que lo haga el contrario. Ese, y no otro,
parece ser el cálculo de Fernández, ingenuamente creído en que los manidos
“principios” serán digeridos por la opinión pública como razón real,
fehaciente, de su insubordinación al proyecto de reforma.
Otra pifia
Si como afirmara
anoche, la percepción de que su oposición a la reforma obedece a la ambición y
a la mezquindad personal y política es descabellada, Fernández perdió la
oportunidad de demostrarlo de manera convincente. De enfrentar la ojeriza
pública con la realidad de su presumida grandeza política.
Una vía hubiera
sido descartarse públicamente y de plano como eventual candidato a ocupar la
presidencia de la República por cuarta vez. El renunciamiento a competir
hubiera dado carne al esperpento de su “defensa constitucional”. No lo hizo
porque no le pasa por la cabeza la idea de renunciar a sus múltiples
predestinaciones: desde hacedor indiscutible del progreso dominicano hasta
garante irreemplazable de la Constitución. Su lógica, repetimos, es la del todo
o nada.
La vía propuesta
del referendo aprobatorio es la brecha que deja abierta no para Danilo Medina,
sino para sí mismo: podrá el mecanismo recibir el respaldo popular, pero eso no
anula la competencia interna por la candidatura --que a todas luces perseguiría
convencido de que será suya— , aunque ponga la participación electoral
peledeísta contra las cuerdas del tiempo.
Releer su
discurso lleva a concluir que desdeña el riesgo –o incluso lo prefiere—
inducido por una suerte de esquizofrenia social que lo hace pronunciar una
frase diagnóstica: “Y en estos momentos, la causa que asumimos es la del
respeto por nuestra Constitución, la defensa de nuestra democracia y nuestro
Estado de Derecho. Lo hago porque como principal promotor o auspiciador
de la actual Carta Magna, sin que nadie me haya dado mandato para ello, me
siento, sin embargo, en la obligación moral de ser su guardián, su vigilante y
su centinela, al igual que todo el pueblo dominicano”.
La posmodernidad
de Fernández no puede reprimir al Doctor Merengue que la acucia. “Horacio o que
entre el mar”.
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