Por JUAN T H
El Partido
Revolucionario Moderno tiene que ser, primero, “partido”, concebido para
alcanzar el poder dentro de un marco jurídico constitucional que garantice los
derechos políticos y civiles de todos (hombres y mujeres), entre ellos el de
“elegir y ser elegidos”, para alcanzar el poder y hacer los cambios que demanda
la sociedad.
Segundo,
“Revolucionario”, es decir, transformador, dinámico, emprendedor, dispuesto a
modificar parcial o radicalmente los estamentos de poder de un país. Desde los
tiempos de Aristóteles, ese es el concepto de revolución.
Y tercero,
“Moderno”, sinónimo de actual, de marchar con los tiempos, aceptar los avances
que se producen cotidianamente en el mundo de las ciencias sociales y
naturales, sin prejuicios raciales ni de ninguna otra índole, plural,
democrático.
El PRM, con
todas esas características, es una organización concebida no solo para el
presente, sino para el futuro de una sociedad cada vez más degradada ética y
moralmente, que marcha sin rumbo, perdida en el horizonte como un velero sin
velas arrastrado por el viento.
El PRM es fruto
de una división en el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), del abandono de sus
principios, secuestro de la libertad interna, mercantilismo, transfuguismo, olvido
del socialismo democrático y la traición de su presidente Miguel Vargas.
El PRM sale de
un partido viejo, agotado, sin respeto
por sus normas y mandatos, sin principios éticos ni morales, sin disciplina,
anárquico, donde cada quién hacia lo que le daba la gana porque no había un
régimen de consecuencias.
Esos vicios no
pueden anidarse ni tomar cuerpo en el nuevo partido si de veras quiere
convertirse en una fuerza política poderosa capaz de aceptar los retos que le
imponen estos tiempos duros y difíciles que amenazan el conglomerado social.
El PRM no puede
ser igual que el PRD, con todos sus vicios y defectos, pues entonces no tenía
sentido abandonar esa vieja organización con su larga historia de 76 años.
Ser distinto
requiere de acciones distintas, de disciplina, organización, de un método de
dirección y de trabajo, de un liderazgo capaz y formado culturalmente porque el
analfabetismo político ni la mediocridad pueden conducir al éxito de ningún partido
en estos modernos que han convertido el mundo en una aldea interconectada que
avanza vertiginosamente.
En el PRM hay
que hacer las cosas bien o mejor no hacerlas. Un buen ejemplo es la Convención
para elegir al candidato presidencial. Siento –me perdonan- que la están
organizando muy rápido sin la debida coordinación ni los recursos.
El sancocho hay
que dejarlo cocer el tiempo requerido en el caldero o la olla, pues de lo
contrario nadie podrá comérselo ni saborearlo gustosamente. La indigestión hay
que evitarla. (Los enemigos asechan y apuestan a una nueva ruptura).
Hay mucho
retraso en los trabajos, pero un sector del PRM presiona para que se haga a la velocidad del relámpago, sin medir las
consecuencias que pueden ser sobrecogedoras y destructivas, algo que todos
deben evitar para que el futuro inmediato sea promisorio.
La primera
prueba de fuego del PRM es su convención. Por eso debe realizarse bien, no
hacerla porque es obligatoria hacerlo con una fecha fatal, como si fuera de
vida o muerte. El proceso de inscripción no ha terminado, ni la elaboración de
la documentación y envío a todas las ciudades y comarcas incluyendo las del
extranjero.
El sistema de
partidos está en crisis. La diferencia puede ser el PRM si hace las cosas
correctamente, si se despoja de los vicios del mismo sistema y se enrumba por
senderos de organización, disciplina, principios ideológicos, respeto por sus
normas y por sus organismos. De lo contrario también estará destinado al
fracaso y el descredito.
No concibo el
PRM como una organización exclusivamente para las elecciones del año próximo.
Veo al PRM como el partido de las actuales y futuras generaciones donde puedan
convivir armónicamente viejos y jóvenes amantes de la paz y el progreso. Un PRM
viejo y sucio como el PRD, no lo quiero. Aspiro a que el PRM sea el partido de nuestros
hijos y probablemente de los nietos, si hace las cosas como debe hacerlas:
¡Bien! ¡No pongamos la carreta delante de los bueyes!
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