Por Miguel Ángel Cid Cid
Los legisladores dominicanos se definen con toda
propiedad, a la luz de las leyes que producen, quienes “Serán tal vez los potros de barbaros atilas; o los heraldos negros que
nos manda la muerte”, al decir de Cesar Vallejo. Esto así porque en la
carrera acelerada de las “reformas” se impusieron tendencias que marcaron el
tortuoso camino del cumplimiento mínimo de las leyes, siendo la más perniciosa,
la creación alegre y recetaría de organismos, órganos, comités, consejos,
patronatos y comisiones.
Para ejemplo,basta un botón: La Ley 176-07 De los Municipios y el
Distrito Nacional, la cual crea nueve entidades organizativas: 1. Delegaciones
Municipales; 2. Las Mancomunidades; 3. El Consejo Económico y Social Municipal;
4. Los Comités de Seguimiento Municipal; 5. Los Consejos Comunitarios; 6. Los
Comités de Seguimiento y Control; 7. Los Comités de Auditoria Social o Comités
de Obras; 8. Las Asociaciones de Municipios; y, 9. Comités Ambientales
Municipales.
Estas instancias deberán ser conformadas, reguladas y dirigidas, por
ayuntamientos, cuyo presupuesto anual, no alcanza los nueve millones de pesos, suma
que asciende, aproximadamente a doscientos mil dólares. ¡Es más! ese dinerito
no da para comprarse un departamento de lujo, en una torre, como el adquirido
en Santiago por el director de la Federación Dominicana de Municipios.Fíjense
de la miseria con que se manejan los gobiernos locales para dar solución a la
inmensidad de males que aquejan sus respectivas comunidades.
A pesar del pírrico presupuesto, administrado por más del 50% de las
entidades edilicias en nuestro país, el acicate de senadores, diputados,
ministros y, en ocasiones, hasta el mismísimo presidente les enrostra el no
cumplimiento de sus obligaciones, olvidándose que esas mismas leyes penden
sobre ellos, y de igual forma, las violan desconsideradamente.Basta con saber
que la ley 166-03 establece una transferencia de un 10% del presupuesto nacional
y la presidencia transfiere un monto por
abajo del 4%.
El asuntoaquí tratado bajo ninguna circunstanciatiene la intención de
justificar el irrespeto a la Ley. Más bien pretendo hacer visible la
imposibilidad de que estas leyes puedan cumplirse y que, además, el legislador,
en su espíritu de regular con objetividad y justicia el accionar nacional y
local, debió prever esta disyuntiva, o por el contrario, queda la sospecha de
que actuó deliberadamente. Más grave aún, el municipalismo contribuyó
profundamente en la construcción de este cuello de botella.
No todo es sombras
La Ley municipal, en su frondosidadde ceiba, establece, en su artículo
231,los Órganos Municipales de Participación. “Son órganos de participación ciudadana en los asuntos municipales: a)
El Consejo Económico y Social Municipal; b) Los Comités de Seguimiento
Municipal; y c) Los Consejos Comunitarios.”
Hay que resaltar que la Ley 64-00 de Medio Ambiente y Recursos
Naturales, crea sus propias estructuras en el municipio, atrofiando aún más el
“berenjenal”, resaltando las Unidades Ambientales Municipales (UAM) que en la
práctica, actúa paralelo a, los Comités Ambientales Municipales, estatuidos
para “apoyar” las UAM, según el Ministerio de Medio Ambiente, como mecanismo de
participación ciudadana en la gestión ambiental.
¿Sirven de algo estas creaciones alegres y recetarías? Creo que no.
Ahora bien, la Constitución del 26 de enero del 2010 ofrece la
oportunidad al legislador y al municipalismo de enderezar la vía, de equilibrar
la balanza, ¿Cómo? Sencillo: abordando con una visión crítica la revisión de
las leyes municipales, y tratar de ajustarlas a los postulados de la carta
magna vigente, cuestión que es un mandato de la propia Ley Sustantiva.
Pero en realidad, esta revisión ya inició. Falta saber si está
presente el juicio crítico en el debate. Por tanto, sugiero valorar la
posibilidad de redimensionar el Consejo Económico y Social Municipal,
asignándole otras funciones,o más preciso aún, que funja como organización marco,con
varias dependencias especializadas, aprovechando las recetas del pasado con una
visión positiva, ajustadas a la realidad local y al presupuesto mísero de los
ayuntamientos dominicanos.
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