Por JUAN T H
Si
algo urgente precisa la sociedad dominicana, es una revolución moral que
elimine los valores que la sustentan y que la mantiene en la pobreza espiritual
más abyecta que hayamos visto en siglos.
Un
escribidor de temas históricos, vinculado al latrocinio desde hace décadas,
suele decir por radio y televisión, qué la política no tiene ética, ni moral,
que son los resultados los que importan. Atrás los principios, las ideologías,
la filosofía y demás yerbas aromáticas.
En política,
dice el viejo zorro del transfuguismo, lo único que importa es el resultado.
Ese
postulado es el que arrastra el partido de gobierno desde la muerte de su líder
Juan Bosch. Los ideales y la práctica del maestro se fueron a la tumba junto
con él. Desde entonces la corrupción ha alcanzado su pedestal más alto. Cuatro
periodos de gobierno, casi 20 años, han servido para enterrar la honestidad y
aquello de “servir al pueblo” a través del partido. Al contrario, utilizaron el
partido para el enriquecimiento individual sabiéndose protegido por el sistema
de justicia que crearon. (Fiscales y jueces están comprometidos con el robo y
la corrupción de sus jefes políticos. Ellos garantizan la impunidad)
Mientras
el pueblo se empobrece, ellos, utilizando el partido y las instituciones
públicas, han amasado inmensas fortunas. (“No te dejes engañar cuando te hablen
de progreso, porque tú te quedas flaco y ellos aumentan de peso”, escribió Alí
Primera.)
No ha
quedado piedra sobre piedra sin ser destruida moralmente. Los grupos sociales,
hasta los más radicales, han terminado en el fango de la podredumbre moral. Con
sus excepciones, periodistas, abogados, médicos, ingenieros, arquitectos,
militares, policías, curas, pastores, obreros, campesinos y amas de casas, han sido
ensuciados por el peculado patrocinado desde el Estado por el PLD.
El
que esté libre de corrupción que tire la primera piedra.
Todas
las instituciones estatales están permeadas por la prevaricación.
Todas
las empresas del Estado quebraron, pero sus administradores no. Se
enriquecieron quebrando las empresas que pusieron en sus manos. Y nadie,
absolutamente nadie, fue sometido a la justicia y encarcelado. Hoy son
prósperos y respetados empresarios.
El
PLD se prostituyó y prostituyó a los demás. Empresarios, políticos, etc. Los partidos políticos, sus cúpulas; las
centrales sindicales, sus principales dirigentes, los choferes y sus líderes.
Los gremios de profesionales. Nadie ha quedado fuera del festín depredador.
(Miguel Vargas aún no paga los 15 millones de dólares que le entregó Leonel
Fernández a través del Banco de Reservas)
Más
de cien mil millones de pesos se llevan la corrupción todos los años. Calcule
usted cien mil millones durante 20 años… ¿Cuántos hospitales, cuántas escuelas,
cuántas plantas eléctricas, cuántos acueductos, cuántas viviendas, han podido
construirse con esa inmensa fortuna?
Este
país invierte menos de un dos por ciento del Producto Interno Bruto en salud
cuando se necesita, mínimo, el 5 %. ¡Qué vergüenza! ¡Cómo se mueren los pobres
en los hospitales públicos!
Es
decir, la corrupción ha sido una traba para el desarrollo y el bienestar de la
gente. Y todo ese dinero, cien mil
millones durante 20 años, están en los bolsillos de dirigentes del PLD, del
Partido Reformista, del PRD y de los llamados partidos minoritarios que también
disfrutan del festival del robo y el asalto a que el país ha sido sometido en
los últimos años.
No
crean que solo loa políticos son
corruptos; también una buena parte de los empresarios. La corrupción pública camina abrazada del
sector privado. Lo mismo que el narcotráfico, que va de la mano con el oficialismo.
La
impunidad es el común denominador.
Todos
roban, pero no van a la cárcel.
Las
cárceles están llenas de pobres; delincuentes de poca monta que logran salvarse
de morir durante los famosos “intercambios de disparos” con la policía.
Como
nadie, o pocos, pueden tirar la primera piedra contra la corrupción, es necesaria una revolución moral
que termine con la corrupción y la impunidad; una revolución moral que castigue
ejemplarmente la corrupción venga de donde venga.
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