lunes, 6 de agosto de 2012

COLABORACION Fernando Sibilio


Gobernemos la violencia intrafamiliar

POR FERNANDO SIBILIO 

Contamos y contamos, pero sigue el goteo de muertes que deja la violencia intrafamiliar.  La descripción y el descubrimiento más trágico expresado en la dinámica de la lucha por el control del  poder en el hogar, lo cual constituye y revela el drama de la relación de pareja en nuestros tiempos.  Un fenómeno social y una demanda impostergable y urgente de una política estructural de familia, por parte de los Estados.

Formulamos normas y códigos legales atendiendo a las ofertas, a las necesidades y a las urgencias electorales, apoyadas en la propia ideología política de género de los partidos y de los gabinetes civiles de presión, sin tomar en cuenta las relaciones de dominio y obediencia que se producen en las relaciones parentales amorosas y filiales.

Aplicar leyes, diseñar reglamentos o poner en marcha controles con dispositivos tecnológicos, dejando de lado las potentes emociones y presiones que desarrollan las creencias, las necesidades y los deseos patriarcales y matriarcales, para que el matrimonio o la unión libre deje de ser un acto de la compraventa de una mujer, pudiera ser el inicio de la búsqueda de soluciones y el cierre de este grifo nefasto.

Consideramos las relaciones pasionales con una mayor amplitud en el lente de miras  y como una verdadera demanda política.  Lejos del activismo del lenguaje o del círculo vicioso operativo de las autoridades y de los grupos sociales. Verifiquemos el contexto de las relaciones de: Respeto o miedo, de gratitud o cariño, y las arbitrariedades y libertades, socialmente consensuadas, en la religiosidad, en la cultura y en la educación familiar de la mujer.

Examinar la dialéctica de seducción y conquista y la potestad de los medios de premiación y castigo, permitiría saber quien ejerce el control del poder, porque pudiera estar en uno de los dos lados.  Aunque preferimos dejar fuera de nuestras indagatorias el proceso de enamoramiento, para atender la radicalización del éxito por parte de uno de ellos, que es la causa principal de confusión de los sentimientos en la pareja.
  



Decía uno de los últimos homicidas que, “Se le metió el diablo porque era imposible vivir sin ella”.  Como si esa fuera una irremediable sentencia de amor, ya que la necesidad insustituible de otra persona nada tiene que ver con el amor. Vivimos una gama de sentimientos afectivos por las personas y por las cosas que lo confundimos con el amor.

Amamos lo que deseamos, el dinero, el poder, nuestro trabajo, a otra persona y todo lo que nos reporta satisfacción.  Así el amor pasa a ser como dice el libro de Corintios y la Canción de José Luís Perales, pleno afán para ganar la felicidad de la pareja, la vacuna contra la avaricia.

Carecen el matrimonio o la unión libre, los códigos y las iniciativas legales de la memoria y de la historia de las ficciones legitimadoras que las sostienen. Pierden de vista la manipulación que sufren las creencias, los deseos y las necesidades, sobre los sentimientos de las personas.  Elementos matertiales y espirituales que afectan en forma contundente a la relación de pareja y el ámbito familiar.

Identificar la posesión con el acto sexual masculino es una trivialidad, cuando en la realidad tiene un significado más amplio.  Porque la objetivisa como una propiedad.  Más es esta obsesión la que provoca que aparecezcan así todas las tensiones y tormentos por el control del poder, surgen amores de distintas nomenclaturas los cuales se juntan con las presiones económicas, sociales, religiosas y familiares de la vida diaria, tanto con lo privado de cada uno como con la convivencia familiar.

Atacamos la familia por el estallido de todos estos contratiempos, cuando, en la realidad, la familia solo sirve de escenario de hostilidades, nunca será la causa de lo que sucede.  Pasa por alto la política que los modelos económicos y la manipulación de las creencias, de las necesidades y de los deseos de los ciudadanos han producido modelos nómadas de familias.

Desaparece la estabilidad familiar socialmente aceptada y precedida por la insumisión, mal entendida, de la mujer, porque ahora la mujer trabaja, aunque conserva su primer trabajo, la administración del hogar, pero, la lucha por el control del poder en la relación tiene como contrapartida la violencia doméstica, la más dramática expresión del uso del poder directo, el hombre sobre la mujer, la mujer sobre los hijos, los hijos sobre sus familiares y allegados.

Consignamos en estas indagatorias y peritajes algunas motivaciones agresoras: a) El sentimiento de poseer poder,  b) La sensación de inferioridad frente a la mujer y la pérdida del control,  c) La importancia del hombre frente a la independencia de la mujer,  d) La necesidad de controlar la mujer y  e) el descaro de los cadetes, ese sentimiento de venganza maltratando a los más débiles, por la frustración cuando el de mayor rango incumple las metas.

Descubrimos prácticas y metodologías comunes en los agresores:  El aislamiento de sus víctimas a fin de reforzar su vulnerabilidad.  Usan el chantaje afectivo de que su comportamiento se origina en el amor que sienten por las víctimas. Convierten los celos en sutiles instrumentos de manipulación social y de justificación y de legitimación familiar.  Apelando al miedo y a la coacción por medio de amenazas y agresiones para conseguir la sumisión de sus víctimas.

Gobernemos la violencia intrafamiliar con una oferta política que, considere las demandas de mujeres que se sienten acorraladas y sin salida, auto despreciadas, con profundos sentimientos de culpabilidad por lo que les sucede, impotentes por el riesgo religioso, económico, familiar y social, de poner fin a su relación de pareja.
  
Considerar la urgencia que tienen las autoridades de diseñar métodos creíbles, confiables y eficaces de conciliación, de alejamientos y de recuperación de las relaciones pacíficas de parejas, con estrategias probadas de solución de conflictos, ya que, hasta ahora han funcionado como recursos políticos simbólicos que, en lugar de defenderlas despojan a las víctimas de la oportunidad de legitimar social, jurídica y religiosamente su separación.

Temen las mujeres en riesgo perder la legitimidad cívica, porque tan pronto se separan caen en la inferioridad social, familiar, religiosa y jurídica.  Se reducen sus posibilidades de acceder a las redes de apoyo que estimulen el reforzamiento de sus medios, de sus derechos y de sus valores, a fin de vencer la adversidad y el aislamiento a los cuales han sido sometidas, por los complejos y prejuicios culturales que ha tejido la moralidad política con la  unión de las parejas.


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