SANTO DOMINGO, R. D.- El expresidente Hipólito Mejía recibió hoy el reconocimiento del Senado de la República Dominicana, por su trayectoria sus aportes al desarrollo económico, institucional y social del país, en un acto en el que estuvo el presidente de la República, Luis Abinader y presidido por el ingeniero Eduardo Estrella, presidente del organismo legislativo.
Al hablar el acto, celebrado en el salón de la Asamblea Nacional, el
exmandatario resaltó que su vida profesional, familiar y de ciudadano está
cimentada en los valores adquiridos de sus progenitores, de la escuela de los
sacerdotes jesuitas del Loyola y su cercanía con líderes como José Francisco
Peña Gómez y Don Antonio Guzmán.
“Fueron esas enseñanzas las que contribuyeron a definir lo
que significa ser leal, solidario, honrado, tolerante, veraz y justo. Mi amor
por el trabajo y por el mundo rural se sustentan en esos valores”.
En su discurso de gracias por el reconocimiento, Mejía resaltó sus
aportes como profesional de la agropecuaria, como gremialista de la Asociación
de Profesionales Agropecuarios, Anpa, como funcionario público y como dirigente
político.
Al referirse a su queridísimo compañero y amigo doctor José Francisco Peña
Gómez, a quien ya conocía desde sus años como estudiante en el Instituto
Politécnico Loyola, señaló que a su lado, tuvo la oportunidad de hacer vida
partidaria y agudizar mi visión política, viajar por todo el país en tareas
organizativas, visitar numerosos países ubicados en diferentes latitudes,
participar en eventos donde se debatían ideas y paradigmas sobre la democracia,
y nutrirme de las ideas suyas y de muchos otros líderes de renombre
internacional.
Destacó que en el país no es bien conocido el interés que el doctor Peña
Gómez tenía por el mundo rural, especialmente por los temas vinculados al medio
ambiente y los recursos naturales. “Lo cierto es que él estudió esos temas, y
aprendió de lo que observó en los países visitados, particularmente en Europa y
Asia”, dijo.
Insistió en la necesidad del fortalecimiento de la institucionalidad del
Estado como forme de afianzar el proceso de desarrollo pleno de la República.
“En mi opinión, dijo, cada presidente de la república tiene el
derecho a cultivar su estilo propio de relacionarse con el mundo rural. Pero es
deseable, sin embargo, que al hacerlo no se vulnere la capacidad de las
instituciones para cumplir sus roles respectivos. Los gobernantes
pasan, las instituciones quedan”.
Añadió: “También quiero destacar la impostergable necesidad de fortalecer
la capacitación de una nueva generación de profesionales agrícolas, cuya
formación debe estar acorde con los nuevos tiempos fuertemente marcados por la
tecnología y la comunicación. Solo si tenemos recursos humanos capacitados
podremos robustecer la agropecuaria dominicana”.
A continuación, el texto íntegro del discurso del exmandatario Hipólito
Mejía.
Hipólito
Mejía Domínguez
Expresidente de la República Dominicana
Santo Domingo, D.N
26 de noviembre de 2020
Mis Aportes al Mundo Rural Dominicano
Discurso pronunciado en ocasión de recibir un reconocimiento por sus
aportes a la agropecuaria nacional de parte del Senado de la República
Excelentísimo Señor Presidente de la República
Luis Abinader
Honorable Señor Eduardo Estrella
Presidente del Senado de la República
Honorable Señor Alfredo Pacheco
Presidente de la Cámara
de Diputados
Estimados Senadores Santiago Zorrilla y Adriano Sánchez Roa, Proponentes
del reconocimiento que hoy se me otorga
Honorables Senadores de la República
Honorable Señora Carolina Mejía Gómez
Alcaldesa del Distrito Nacional
Señores funcionarios de la nación que hoy nos acompañan
Doña Rosa Gómez de Mejía
Amigas y amigos todos:
Hace veinte, años acudí a este solemne escenario a prestar juramento como
Presidente Constitucional de la República Dominicana.
Ese día hice el juramento de “cumplir y hacer cumplir la Constitución
y las leyes de la República, proteger y defender su independencia, respetar los
derechos y las libertades de los ciudadanos y ciudadanas, y cumplir fielmente
los deberes de mi cargo”.
Tengo la satisfacción de haber cumplido con ese juramento que hice ante
Dios y el pueblo dominicano.
Hoy, acudo a este mismo escenario para recibir y agradecer el generoso
reconocimiento que se me hace por los aportes que, a juicio de este honorable
Senado, he realizado a favor de los profesionales agrícolas, la agropecuaria de
la nación y, consecuentemente, del progreso social y económico de nuestra
sociedad.
Asimismo, voy a referirme, brevemente, a algunos aspectos de mi aporte a la
sociedad como expresidente de la república.
Agradezco al senador Santiago Zorrilla la ilustrativa exposición que ha hecho
sobre mi relación con el mundo rural dominicano durante prácticamente toda mi
existencia, empezando por mis primeros pasos en el seno de una familia
campesina en mi querido Gurabo.
Fue justamente en ese mundo rural, en el que nací y crecí, que aprendí e
hice míos muchos de los valores que han dado sustento ético a la trayectoria de
vida que se reconoce en esta ceremonia.
Así como valoro mis raíces campesinas, no me canso de repetir, con mucho
orgullo, el lugar destacado que han tenido en mi vida la educación profesional
y la formación en valores que recibí de los jesuitas en el Instituto
Politécnico Loyola.
Fueron esas enseñanzas las que contribuyeron a definir lo que significa ser
leal, solidario, honrado, tolerante, veraz y justo.
Mi amor por el trabajo y por el mundo rural se sustentan en esos valores.
Quiero ahora referirme a mi relación con la vida gremial y laboral de los
profesionales agrícolas dominicano, a fin de ilustrar una de las dimensiones
del reconocimiento que hoy se me otorga.
Hace ya cincuenta años, en octubre del año 1970 para ser exactos, un
reducido grupo de profesionales agrícolas decidió constituir la Asociación
Nacional de Profesionales Agrícolas, conocida como la ANPA.
Desde sus inicios, la ANPA trabajó con entusiasmo y firmeza en procurar
mejores condiciones laborales para sus integrantes, que en su mayoría prestaba
servicios en el sector público.
También formaba parte de su agenda la celebración de jornadas para
facilitar el intercambio de información e ideas sobre temas relevantes de
sector agropecuario, particularmente la investigación como instrumento clave
para incrementar la productividad, la rentabilidad y la eficiencia.
Al ser elegido presidente de ese gremio en el año 1971, definí como
prioritario el asegurar que no hubiera agrónomos desempleados, que recibieran
salarios justos, y que se respetara su derecho a tener militancia en cualquier
partido político.
Recordemos que en esa época el país no disfrutaba de la calidad de la
democracia que hoy tenemos. De hecho, la mayoría de los agrónomos disentía de
la ideología del partido gobernante y del presidente de la república, el doctor
Joaquín Balaguer.
En ese contexto, la solidaridad con mis colegas era innegociable, como lo
es hoy. Por esa razón, trabajamos sin descanso organizando la ANPA en todo el
territorio nacional.
En ese esfuerzo, siempre procuramos el diálogo franco y el consenso con los
funcionarios que dirigían las instituciones públicas del sector agropecuario.
Como resultado, nuestro gremio creció y se fortaleció.
Esa misma actitud de solidaridad, lealtad y tolerancia caracterizó la
gestión que encabecé como Secretario de Estado de Agricultura durante el
período 1978-1982.
En efecto, digo con especial satisfacción que en mi gestión se abrieron las
puertas de la SEA a todos los profesionales agrícolas, independientemente de su
militancia política.
El sectarismo no tuvo lugar en nuestra administración. Trabajamos con los
que valoraban el trabajo, con los que practicaban la honradez, con los más
competentes, y con los que amaban al campo.
Y lo hicimos como un equipo. Por eso tuvimos éxito en la misión de
transformar el sector agropecuario. Ese sentido de equipo nos permitió superar
retos tan tremendos como el ciclón David, la tormenta Federico, y la fiebre
porcina africana que sacudieron los cimientos de la agropecuaria nacional.
No me corresponde a mi en esta ocasión desglosar los logros de la gestión
que encabecé como secretario de estado de agricultura. Ya quien me antecedió en
el uso de la palabra presentó las líneas generales del trabajo realizado en
esos intensos y cuatro años.
Lo que sí quiero compartir con ustedes es el lugar que en esa
extraordinaria e inolvidable vivencia jugaron los valores éticos, así como
algunas de las lecciones y enseñanzas aprendidas.
Para empezar, mi designación en ese cargo ocurrió como resultado de mi
relación personal con el presidente Silvestre Antonio Guzmán Fernández. Ese
vínculo, que era prácticamente familiar, se fortaleció con la amistad que
cultivé con Iván Guzmán, el brillante profesional agrícola hijo de don Antonio.
Por esa razón, mis acciones como secretario de estado siempre estuvieron
mediadas por el sentimiento de lealtad con el presidente, a quien consideraba
mi padre afectivo. Esa lealtad, que era recíproca, me obligaba a decirle la
verdad, trabajar con dedicación, y velar por la pulcritud en el uso de los
recursos y la libertad de acción que recibí.
Nunca abusé de esa posición privilegiada en el gabinete. Al contrario, la
utilicé para consolidar y coordinar todas las instituciones públicas del sector
agropecuario, elaborar planes y proyectos coherentes y factibles, y apoyar la
agropecuaria con los recursos humanos y financieros necesarios para su
desarrollo.
Entendí que, para tener éxito, el recurso humano más valioso eran los
profesionales, especialmente los agrónomos y veterinarios. Por eso, apegado al
principio de la justicia, entendí que, para poder exigir a mis colegas su
entrega al trabajo, era necesario mejorar sus condiciones laborales.
Consecuentemente, hicimos todo lo posible por mejorar los salarios, el
transporte, los lugares de trabajo, y la disponibilidad de equipos y
maquinarias para hacer un buen trabajo.
De mi paso por la secretaría de agricultura aprendí muchas lecciones, tales
como:
En primer lugar, es necesario fortalecer las instituciones, trabajar en
equipo, crear consenso, así como elaborar planes y proyectos de mediano y largo
plazo que respondan a una estrategia coherente.
En segundo lugar, es imperativo tener recursos humanos calificados en lo
profesional y con integridad ética.
Esos servidores públicos deben sentir que las instituciones reconocen su
trabajo, especialmente en lo relacionado con los salarios, las condiciones
laborales, y los recursos financieros y materiales para hacer cumplir con sus
responsabilidades.
En tercer lugar, debemos aplicar la descentralización en términos
territoriales. Esa fue una pieza clave de mi gestión como secretario de estado.
En efecto, cada dirección regional tenía un plan regional vinculado al plan
nacional de todo el sector agropecuario.
Nosotros nos aseguramos que los recursos financieros llegaran a las
regionales. Teníamos controles financieros para asegurar la pulcritud. Los
profesionales agrícolas dieron muestras claras de honestidad y voluntad de
trabajo, con la fuerza del idealismo propio de esa época.
En cuarto lugar, y esto es particularmente relevante para el sector
agropecuario de entonces y de hoy, debemos apoyar las organizaciones
campesinas, gremiales, y empresariales que existen en el mundo rural.
De hecho, esas organizaciones participaron con voz propia en los consejos
regionales de desarrollo. Esa también fue una pieza clave de nuestra gestión.
Por último, los incumbentes deben predicar con el ejemplo, especialmente en
lo referente a la probidad en el manejo de los recursos públicos, en la
dedicación al trabajo, y en el respeto a la dignidad de sus subalternos.
Quiero ahora referirme a la tercera dimensión de este reconocimiento, es
decir, los aportes que hizo el gobierno que presidí a la agropecuaria
dominicana.
Durante los diez y ocho años transcurridos entre 1982 y mi ascensión a la
presidencia de la república en el año 2000, mi vínculo con la agropecuaria
nacional lo mantuve en mi calidad de empresario y productor agropecuario.
Durante esos años, construí vínculos sólidos e imperecederos con uno de los
seres humanos más excepcionales que he conocido y admirado.
Me refiero, por supuesto, al queridísimo compañero y amigo doctor José
Francisco Peña Gómez, a quien ya conocía desde mis años como estudiante en el Instituto
Politécnico Loyola.
A su lado, tuve la oportunidad de hacer vida partidaria y agudizar mi
visión política, viajar por todo el país en tareas organizativas, visitar
numerosos países ubicados en diferentes latitudes, participar en eventos donde
se debatían ideas y paradigmas sobre la democracia, y nutrirme de las ideas
suyas y de muchos otros líderes de renombre internacional.
No es bien conocido el interés que el doctor Peña Gómez tenía por el mundo
rural, especialmente por los temas vinculados al medio ambiente y los recursos
naturales. Lo cierto es que él estudió esos temas, y aprendió de lo que observó
en los países visitados, particularmente en Europa y Asia.
Ese aprendizaje político junto al doctor Peña Gómez, combinado con lo
aprendido en mi calidad de empresario y productor, sirvieron para ampliar y
madurar mi visión integral del desarrollo agropecuario dominicano en el
contexto de la globalización.
De manera particular, esas vivencias me ayudaron a comprender la relación
estrecha que existe entre el bienestar de los habitantes rurales y la reducción
de la pobreza en todo el país.
Un elemento central de esa visión era y sigue siendo la necesidad de
potenciar la productividad agropecuaria nacional a partir de la innovación, la
protección y el cuidado del medio ambiente y los recursos naturales, la
capacitación de todos los actores de esa actividad, el incremento y la
diversificación de las exportaciones, y la búsqueda de la eficiencia y la
rentabilidad.
Por todo lo anterior, al juramentarme como Presidente Constitucional de la
República el 16 de agosto del 2000, lo hice con una visión y una estrategia
claras y coherentes sobre el mundo rural dominicano.
Permítanme citar lo que dije al respecto en mi discurso de ese día. Cito:
“Haré todo el esfuerzo necesario para alcanzar la seguridad alimentaria de
la población, y en ese sentido modernizaremos las estructuras económicas del
país, cambiaremos nuestro potencial productivo con obras de infraestructura que
nos permitirán ampliar nuestra frontera agrícola”.
“Reordenaremos el sistema nacional de investigación, dinamizaremos la
oferta crediticia, crearemos una cultura exportadora”.
“El impulso al desarrollo agropecuario marchará de la mano de un componente
indispensable que asumimos con todas sus consecuencias: la rentabilidad de la
noble actividad de producir alimentos”. Fin de la cita.
Obviamente, desde la presidencia no podíamos ver la agropecuaria aislada de
los otros sectores productivos. En los hechos, sectores como el turismo, las
zonas francas y la minería ya mostraban un dinamismo extraordinario.
Consecuentemente, estábamos compelidos a definir políticas públicas que
sirvieran para articular el sector primario con los demás sectores productivos,
incluyendo el emergente sector de la tecnología y las comunicaciones de ese
entonces.
Más aún, era imperativo vincular el desarrollo agropecuario con la
reducción de la pobreza tanto a nivel rural como urbano.
Estábamos convencidos, como lo estamos hoy, que la pobreza urbana se gesta
en la pobreza rural que expulsa a quienes no encuentran en su lugar de origen
las oportunidades necesarias para mejorar sus vidas.
Fue justamente a partir de esa visión de la desigualdad territorial que
apoyamos sin reservas los ayuntamientos.
En los hechos, decenas de distritos municipales tienen en la agropecuaria
su principal actividad económica.
Los que conocemos ese mundo sabemos que, con frecuencia, se pierden
productos agrícolas por la falta de una maquinaria para reparar un camino
vecinal. Eso no podíamos aceptarlo pasivamente.
En cuanto al funcionamiento de las instituciones públicas del sector
agropecuario, durante mi presidencia continué la práctica que tuvo éxito
durante mi gestión como secretario de agricultura. Es decir, respeté a sus
incumbentes y los apoyé todo lo necesario.
Por eso, el financiamiento fluyó hacia los productores. Lo mismo ocurrió
con la comercialización agrícola, que tuvo en el Instituto de Estabilización de
Precios (INESPRE) un aliado efectivo para beneficio de los productores y de los
consumidores.
Las instituciones responsables del riego agrícola hicieron un magnífico
trabajo. Se hicieron esfuerzos notables a favor de los parceleros de los
proyectos agrarios.
Un aporte notable del Ministerio de Agricultura fue implementar un plan de
agricultura en invernaderos, con excelentes resultados.
Una iniciativa trascendente que tomamos fue la creación del Ministerio de
Medio Ambiente y Recursos Naturales, institución que sentó las bases para
enfrentar hoy los desafíos derivados del cambio climático y la degradación de
nuestras costas, ríos y bosques.
Quiero insistir sobre el tema del fortalecimiento institucional.
En mi opinión, cada presidente de la república tiene el derecho a cultivar
su estilo propio de relacionarse con el mundo rural. Pero es deseable, sin
embargo, que al hacerlo no se vulnere la capacidad de las instituciones para
cumplir sus roles respectivos. Los gobernantes pasan, las instituciones quedan.
También quiero destacar la impostergable necesidad de fortalecer la
capacitación de una nueva generación de profesionales agrícolas, cuya formación
debe estar acorde con los nuevos tiempos fuertemente marcados por la tecnología
y la comunicación. Solo si tenemos recursos humanos capacitados podremos
robustecer la agropecuaria dominicana.
Señoras y señores:
Al término de mi mandato presidencial, en un claro recordatorio de lo
ocurrido cuando concluyó mi gestión como secretario de estado de agricultura, sentí
que había honrado mi compromiso con la agropecuaria nacional.
De manera particular, en ambas ocasiones sentí que había dado lo mejor de mí
para mejorar las condiciones de vida de los pobladores rurales y de los
profesionales agrícolas.
Amigas y amigos:
Por último,
quiero referirme brevemente a algunos
aportes que, como expresidente de la república, he intentado hacer durante los últimos dieciseis años, a fin de
consolidar nuestra democracia y fortalecer el sentido de ciudadanía.
En primer lugar, coherente con mi trayectoria de hombre público, he
hecho todo lo necesario para enriquecer la práctica del libre debate de las
ideas, a fin de lograr un consenso que sirva para construir la democracia plena
en nuestro país.
Ese debate debe estar acompañado de la
toma de decisiones de manera colectiva a fin de propiciar la participación de
todos los sectores involucrados.
Consecuentemente, en diferentes
escenarios, dentro y fuera del país, he planteado que para construir esa
democracia es necesario garantizar iguales oportunidades a todos los ciudadanos
y ciudadanas, así como procurar el desarrollo humano, especialmente en lo
relacionado con la educación, la salud, la alimentación, la vivienda y el
empleo.
En segundo lugar, a fin de fortalecer
nuestra democracia, he sabido respetar, con valentía y pragmatismo, el
resultado de los procesos electorales en que he participado, tanto a lo interno
de la instancia partidaria como en las elecciones generales.
Más aún, con esa actitud he puesto en práctica
mi convicción de que, no solo es importante saber reconocer los resultados
favorables o desfavorables de los procesos electorales, sino que también es fundamental integrarse a la tarea de
trabajar por el bien común.
Quiero destacar el hecho de haber tomado
la decisión, junto a muchos prestigiosos compañeros, de construir el Partido
Revolucionario Moderno como un instrumento a favor de la democracia.
Evidencia de la justeza de esa decisión
lo constituye el hecho de que, en apenas seis años desde su fundación, nuestro
partido recibió el apoyo de la mayoría de la población para hacer realidad su
aspiración de vivir en una democracia,
inclusiva, justa y transparente.
Ahora, cuando ya hemos llegado al gobierno, encabezado por el compañero
Luis Abinader, tengo renovadas razones para continuar ofreciendo mis modestos
aportes a favor del país.
Seguiré promoviendo el diálogo y el
consenso, dentro y fuera del partido. De
manera relevante, seguiré haciendo todo lo necesario para fortalecer
el desarrollo agropecuario nacional.
Soy consciente de que el mundo rural de hoy es sustancialmente distinto al
de hace veinte años. Más aún, no ignoro que el aporte de la agricultura al
Producto Bruto Interno (PIB) es proporcionalmente menor al de otros sectores
productivos.
No obstante, la agricultura es y continuará siendo un componente
fundamental de la vida económica y social del país.
Es ahí donde está la principal garantía de nuestra seguridad alimentaria.
Es ahí donde también está la posibilidad de proveer los bienes alimenticios que
demanda la industria turística dominicana.
Entiendo que el trabajo que tenemos que realizar no consiste solamente en
hacer de nuestra agricultura una actividad rentable, que aumente las
exportaciones, incremente la generación de divisas, y asegure nuestra seguridad
alimentaria.
También tenemos que trabajar, juntos, para que esa noble actividad
contribuya a dignificar la vida de los hombres y las mujeres del campo
dominicano.
También
necesitamos planes y proyectos que favorezcan el cultivo de rubros de alta
demanda en el mercado, tales como cacao, tabaco, caña de azúcar, frutales,
vegetales, y víveres, entre otros. La promoción de la agricultura en la
modalidad de invernaderos es una opción beneficiosa, especialmente para la
siembra de vegetales.
Obviamente, para que esas iniciativas
sean exitosas, estamos compelidos a fortalecer la investigación, la
capacitación y la sanidad vegetal la sanidad animal.
Por último, me siento en el deber de sugerir que veamos al mundo rural
dominicano como un espacio donde nos conviene potenciar actividades productivas
más allá de la producción de bienes alimenticios.
Ya tenemos el ejemplo del turismo, cuyas principales instalaciones están
ubicadas en zonas que antes eran formalmente rurales, y que es una actividad
vital para la economía nacional. Promover el turismo ecológico, respetuoso del
medio ambiente, es una tarea inaplazable que puede mejorar la vida en las zonas
rurales.
Algo similar podría ocurrir con la explotación minera responsable, como
ocurre en muchos otros países. En los hechos, hoy la industria minera está
haciendo un aporte sustancial a la generación de divisas.
No ignoro que este es un tema sensible. Pero tampoco ignoro que este es un
buen momento para sentarnos a trabajar, juntos, para buscar modelos de
explotación minera que aporten beneficios económicos y sociales, son arriesgar
la sostenibilidad del medioambiente y los recursos naturales.
Por esa razón
quiero compartir brevemente con ustedes los resultados de la política minera
iniciada en mi gestión, así como, enunciar el potencial de esa industria en el
país para los próximos veinte años.
Para empezar, en los primeros días de mi gobierno firmé un Decreto
estableciendo que la minería era un sector de mucha importancia para el
desarrollo económico del país, y que esa actividad podía ser realizada con
respeto al medioambiente y dentro del marco del desarrollo sustentable.
Para explicar mi punto de vista, voy a utilizar como ejemplos ilustrativos
lo ocurrido en los últimos
veinte años en la mina de oro de pueblo viejo, y en la mina conocida como
CORMIDOM, situada en Maimón, ambas ubicadas en la provincia Sánchez Ramírez.
En primer lugar, propiciamos un relanzamiento del sector minero, con el
propósito
de atraer la inversión privada requerida, e incrementar la participación del
sector minero en el PIB del 0.54 porciento en el año 2000, al 2.4 porciento
para el año 2008, con una proyección al 5.0 porciento para el año 2024.
Ese relanzamiento tuvo como su componente más relevante la recuperación ambiental y el financiamiento de la mina de oro
de Pueblo Viejo, en Cotuí, así como la creación del marco jurídico
indispensable para garantizar la seguridad jurídica de esas inversiones, así
como establecer las reglas para la implementación de una minería ambientalmente
responsable.
Las acciones antes mencionadas han dado como resultado una considerable
inversión
de capital en proyectos mineros en diversos puntos de la geografía nacional,
entre las cuales, al año 2020, se destaca la mina de oro de Pueblo Viejo, en la
cual se ha realizado una inversión de capital de unos cinco mil seiscientos
millones de dólares, con un aporte en impuestos al Estado dominicano de dos mil
seiscientos millones de dólares.
Por su parte, la Corporación Minera Dominicana (CORMIDOM), que explota
yacimientos de cobre y oro en las inmediaciones de Maimón, y la cual el pasado
año inició operaciones de minería subterránea, por primera vez en el país, ha
realizado hasta hoy inversiones por mil quinientos millones de dólares,
aportando al Estado por vía de impuestos unos mil cien millones de dólares.
Estas cifras que acabamos de ver demuestran la relevancia del aporte que la
industria minera hace a la economía del país. Ese porte está siendo crucial en
la coyuntura especial de incertidumbre económica causada por el Covid-10.
En efecto, en lo que va de año, el
sector económico que más divisas está generando es, justamente, el sector minero.
Ese hecho es una réplica de lo ocurrido en el año 2019, cuando el valor de las
exportaciones mineras casi triplicó el de todos los productos agropecuarios que
exportamos,
Frente a esa realidad insoslayable, no nos queda otro camino racional que
el de situar la minería
como un aliado de nuestra estabilidad económica, y, de manera particular como
una generadora de recursos para ser invertidos en mejorar sustancialmente
nuestra agricultura y la calidad de vida de nuestros hermanos y hermanas del
campo.
Gracias, honorables senadores, por haberme escuchado y por creer que soy
merecedor de este reconocimiento.
Gracias, Excelentísimo Señor Presidente Luis Abinader, por acompañarnos en
esta significativa ceremonia.
Con su presencia, usted está dando muestras claras de su compromiso con la
agropecuaria nacional, con los pobladores del mundo rural, y con el desarrollo
integral de la República Dominicana
Gracias, de corazón, a todos los presentes.
Hipólito Mejía
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