Por Luis Abinader
Nuestro país atraviesa por una de sus peores crisis, que afecta gravemente
las instituciones esenciales sobre las que descansa la democracia dominicana.
Las expresiones más preocupantes de esta situación son la generalizada
corrupción en nuestras instituciones públicas y la impunidad con que operan los
corruptos, que han agrietado los cimientos del Estado y socavado la fuerza
ética que toda democracia requiere para prosperar.
Esta crisis, cuyo fundamento principal es de naturaleza
política y moral, es compleja. Se manifiesta a través de una severa falta de
confianza en nuestro liderazgo político, lo que, a su vez, afecta la ya
deficiente institucionalidad y credibilidad de los partidos políticos.
Todo esto degrada las instituciones estatales, restando
recursos para hacer mínimamente eficiente el sistema hospitalario, apoyar la
creación de más y mejores empleos, fortalecer la calidad de la educación,
garantizar la seguridad ciudadana y reformar el sistema de justicia.
Casi veinte años de una desmesurada concentración del
poder en manos de un solo partido, en base a la apropiación y uso ilegal de los
recursos públicos, ha tenido nefastas consecuencias para el ejercicio
transparente y pulcro de la política y el buen gobierno. Este comportamiento ha
limitado la posibilidad de una competencia política justa y equitativa,
convirtiendo la alternabilidad en el poder en letra muerta.
Con la reforma constitucional de 2010, y la conformación
de las altas cortes, el PLD completó el control absoluto de todos los poderes
del Estado. Basado en ese dominio y en el uso y abuso de los recursos del
Estado, el PLD ha propiciado la desarticulación de la oposición, mediante la
compra o cooptación de dirigencias completas y la intromisión divisionista en
la vida interna de los partidos, a través de decisiones manipuladas del
Tribunal Superior Electoral.
Ese ejercicio del poder, sin una fiscalización efectiva,
ha permitido que la corrupción haya sido transformada y utilizada como un
elemento articulador y de control que no respeta límites, convirtiéndola en un
mecanismo perturbador de la democracia.
Tanto poder concentrado en la cúpula de un partido y en
el presidente de la República ha minado las bases institucionales del Estado,
subordinando el poder congresional y la justicia a sus designios,
convirtiéndolo en una especie de “monarca” pseudo democrático.
Es en ese contexto que debemos ver el traumático
escándalo de Odebrecht, que expresa las consecuencias y riesgos nefastos de un
poder sin frenos y contrapesos, que equilibre sus decisiones y controle los
riesgos.
Para nadie es un secreto el amplio nivel operativo -en
complicidad con las autoridades y en violación de nuestras leyes- con que
Odebrecht ha actuado en el país, trátese de los millonarios contratos otorgados
mediante sobornos confesos por la constructora, tanto previo al ascenso de
Danilo Medina al poder como, sobre todo, los puestos en ejecución bajo su
presidencia, donde sobresalen las plantas eléctricas que se construyen en Punta
Catalina.
Hay que resaltar la amplia documentación sobre el ilegal
financiamiento a las campañas presidenciales del PLD que detalla la denuncia
presentada por cuatro instituciones independientes al Ministerio Público el
pasado 2 de mayo, lo que ha sido confirmado por el testimonio de Temístocles
Montas, sin que, hasta el momento, se haya abierto una investigación sobre esta
grave acusación.
Insisto en que se investigue debidamente las actuaciones
de la denominada División de Operaciones Estructuradas (el departamento de
sobornos de Odebrecht), la cual fue trasladada por orden del entonces
presidente de la empresa, Marcelo Odebrecht, a territorio dominicano, operando
desde aquí de 2014 a 2016.
Lo que ha forzado al presidente Medina a poner en
movimiento el Ministerio Público, no ha sido una vocación ética que el
bochornoso escándalo pudiese producir. Han sido la movilización ciudadana y la
presión internacional los factores que han determinado que el gobierno actuara,
tratando de involucrar al mayor número de personas, y selectivamente a quienes les
adversan, mientras pretende cuidar las espaldas de sus colaboradores más
cercanos.
En la larga cadena de corrupción sin castigo no sólo se
aprecia el escándalo Odebrecht, también resuenan los casos SUNLAND, OISOE, CEA,
TUCANOS y una extensa lista que sería prolijo enumerar.
El PRM ha denunciado desde hace más de dos años la
corrupción que imperaba en los contratos de Odebrecht, particularmente el de
Punta Catalina. Pocos días antes de las elecciones de mayo de 2016, el
profético vídeo que preparamos denunciando la vinculación de esa empresa en los
sobornos para la obtención de los contratos públicos y el financiamiento de la
campaña presidencial fue censurado.
Hace ya un año solicité que se estableciera un fiscal
independiente para el caso Odebrecht. Hoy reitero, solo con un Ministerio
Público y un poder judicial independiente se puede llegar a una justicia
confiable.
Debido a la presencia de un Procurador General
perteneciente al Comité Central del PLD y una justicia contaminada
políticamente desde la reforma constitucional del 2010, muchos dominicanos,
entre los que me encuentro, consideran que “no son todos lo que están, ni están
todos los que son”.
A través del control total de los poderes públicos, los
gobiernos del PLD han convertido la corrupción en una política de Estado. La
exclusión de la gran estafa en las sobrevaluaciones, la falta de sometimiento
de los responsables del cuestionado contrato de Punta Catalina y las
elementales fallas procesales en las medidas de coerción del Ministerio
Público, así lo demuestra.
El ingrediente que ha puesto en cuestionamiento las bases
de la legitimidad de este gobierno, tras el destape de los escándalos de
corrupción de Odebrecht, ha sido la creciente indignación ciudadana. Se trata
del icónico movimiento de la Marcha Verde. Esta espontánea acción ciudadana que
reclama justicia contra la impunidad y la corrupción, ha activado a cientos de
miles de personas en toda la geografía nacional, como ocurrió el pasado domingo
en San Pedro de Macorís.
La realidad es avasallante: la indignación ha levantado a
la ciudadanía y proporcionado una cohesión moral que la unifica como una sola
voz, dotándola de un poder y compromiso político que trasciende la simple lucha
electoral y promete producir efectos eficaces en la transparencia, la justicia,
la institucionalización y el adecentamiento de la vida pública.
Sin esa presión ciudadana, quienes manejan la maquinaria
de la justicia hubiesen ocultado el soborno generalizado como mecanismo de:
competencia empresarial, compra de campañas políticas como garantía de
adjudicación de contratos jugosos y manejo de sobrevaluaciones para garantizar
enormes beneficios.
Tengo la firme convicción de que ese esfuerzo ciudadano
debe apoyarse, respetarse y profundizarse. Es esencial que todos estemos
claros: sin ciudadanía y sin Estado de derecho, la vida democrática languidece
y los partidos se convierten en simples maquinarias al servicio de elites
políticas.
El sistema de partidos se encuentra en una delicada
encrucijada. El problema central que le aqueja es producto del alejamiento de
los partidos de los ciudadanos, a quienes deben su existencia y razón de ser.
Se requiere un diálogo permanente entre ciudadanía y partidos, con
transparencia, eficiencia y vocación moral.
El PRM constituye hoy una opción real de cambio. Sin
embargo, para lograrlo debemos ganarnos la confianza perdida de la población en
la política y en los políticos.
Tenemos varias tareas por delante. La principal es
continuar la lucha contra la impunidad y la corrupción, pero vinculándola a dos
objetivos institucionales de alcance estratégico.
Por un lado, al ordenamiento de una serie de
instituciones políticas claves del Estado: el esencial marco institucional
regulador del sistema político electoral, una ley de partidos políticos y una
nueva ley electoral, que reglamenten eficazmente una serie de temas, como los
topes en los gastos de campaña, las primarias simultáneas con padrón propio y
la creación de un fiscal electoral.
Una segunda tarea es lograr jueces de la Suprema Corte de
Justicia, el Tribunal Superior Electoral y del Tribunal Constitucional,
idóneos, independientes, honestos y responsables.
Hacia futuro, enfrentamos otra gran tarea: la reforma
democrática del Estado, que comienza con lograr una efectiva separación e
independencia de sus poderes, que incluye un sistema de justicia con verdadera
autonomía, así como una Cámara de Cuentas y un Ministerio Público igualmente
autónomos.
Todo ello exige de un PRM sólidamente unido y muy claro
en sus objetivos. Se necesita conciencia de que el partido requiere una
renovación política profunda que nos permita crear los mecanismos que aseguren
la vida democrática y la transparencia interna, establecer unos marcos
institucionales modernos y formar nuestros militantes en el conocimiento de la
política y la ética. Solo por esa vía lograremos obtener el favor del pueblo.
FUENTE: DIARIO LIBRE
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Esperamos que su comentario contribuya al desarrollo de los gobiernos locales .