Saludos,
Usted
probablemente no me recuerda. Nos conocimos por primera vez en el año 1999, en
Stanford University. Yo comenzaba mis estudios doctorales en literatura y la
que era mi mujer en ese entonces, ciudadana dominicana, hacía una maestría en
Estudios Latinoamericanos. Éramos amigos del cónsul dominicano en San
Francisco, Manlio Dorrejo, que se nos acercó para ver si era posible que le
coordináramos a usted una visita a Palo Alto. Accedimos.
Guía
suyo y de su séquito, usted conoció de mi mano el hermoso campus de Stanford en
plena primavera. Juntos, pero en molote, ingresamos al recién terminado Gates
Computer Science Building, en donde un robot hizo las delicias de los
miembros más impresionables de su cohorte (el androide, si mal no recuerdo,
bailó “La Macarena”). Luego visitamos el Centro de Estudios Latinoamericanos,
hoy desaparecido por recortes presupuestarios, en donde saludó a estudiantes, a
oficiales universitarios y a profesores (mi mentor, Jean Casimir, estaba entre
ellos), dio una charla y, cual Keyser Söze antillano, se esfumó.
Nos
volvimos a encontrar en el 2001, en la redacción de la revista Rumbo,
donde a la sazón trabajaba bajo las órdenes de la férrea Margarita Cordero.
Juan Bosch agonizaba, en parte debido a los embates de la enfermedad y la
vejez, y en parte debido a la ponzoña absorbida en el Frente Patriótico
Nacional cinco años antes, durante el cual, aprovechando la
considerable disminución de sus facultades, la cúpula peledeísta lo sentó junto
a Joaquín Balaguer, su perseguidor acérrimo. Algo empezó a olerme mal desde
entonces; me preguntaba de qué no sería capaz un grupo de personas que no
sienten escrúpulos a la hora de transar con su más importante victimario y de
envilecer la figura de su envejecido y senil líder.
Aún
así, usted me simpatizaba. Lo admito sin ambages. Era una simpatía relativa,
sin embargo; quizá debiera decir que me simpatizaba más que los
inexplicables reformistas, cuya organización no ha superado ni siquiera hoy su
carácter de fan club de Balaguer, y ciertamente mucho más que
los caóticos perredeístas, que se ufanan de ser tígueres. Al discurso
chocarrero, esclerótico y ululante de los perredeístas de Hipólito Mejía,
prefería el verbo pseudocientífico, pedante y meticuloso de los peledeístas
suyos… Pequé de esnob, pero bien pronto me di cuenta de que intentar elegir
entre uno y otro es una tarea tan fútil y desgraciada como optar entre padecer
el Síndrome de Tourette o el Desorden de Obsesión Compulsiva.
Ha llovido mucho desde
entonces y hoy conocemos mejor a muchos de los actores de la mojiganga medieval
que algunos, pero no yo, insisten en bautizar “política dominicana”. Hasta
dónde he podido columbrar, no hay ninguno peor que usted. Me explico.
Los
cuestionamientos con fundamento que le han dirigido los diferentes
protagonistas de la Primavera Dominicana tienen el efecto de crisparlo, de
sacarlo de sus casillas.
Dejemos de lado por un
momento la discusión sobre su cuota de responsabilidad en el hoyo fiscal de 203
mil millones de pesos, ese abismo, ese agujero negro en el que el tiempo y el
espacio colapsan. Hablemos de otras cosas. Hablemos del nefasto ejemplo que su
figura, cuyo endiosamiento usted fomenta a troche y moche, brinda a un
colectivo que intenta construir una democracia representativa y participativa.
¿Cómo compaginar el deseo de levantar, entre todos, un estado de derecho que
empodere al ciudadano, con la grosera concentración de poder, influencia y
adoración para la cual usted ha estado trabajando todos estos años y que
alcanza cotas insospechadas entre sus seguidores, funcionarios, adláteres,
correligionarios, periodistas, empleados públicos, militares, altos jerarcas
eclesiásticos, descerebradas botellas y deplorables súbditos? A mi entender, la
forma en que usted se relaciona con su partido, con sus seguidores y con los
oficiales públicos que dirige (y viceversa), derrotan cualquier fantasía
retórica que teja para nosotros su hábil lengua de embaucador de feria, de
artista del bunko, de conman. En otras palabras: su existencia misma cancela la
narrativa de modernísimo estadista que usted y los suyos han elaborado en torno
a su persona.
¿Y cómo podía ser de
otra manera? En sus discursos y alocuciones, las pasadas, pero sobre todo las
más recientes, es fácil entrever que valora más el agradecimiento servil que el
empoderamiento civil. Los cuestionamientos con fundamento que le han dirigido
los diferentes protagonistas de la Primavera Dominicana tienen el efecto de
crisparlo, de sacarlo de sus casillas. No comprende, y así nos lo comunicó en
su discurso del 13 de noviembre de 2012, que miembros corrientes de la sociedad
dominicana, sean pocos o sean muchos, osen interpelarlo con otro objetivo que
no sea la acción de gracias. Lo enerva el hecho de que la gente le niegue el
rango de Benefactor de la Patria y su lenguaje entonces se vuelve histérico:
lanza al aire, como manotazos, las palabras “manipulación grosera”, “mentes
enfermas”, “infundio”, “maledicencia”… Mucho me temo, señor ex presidente, que
usted mismo es su principal argumento en contra.
El
principal, pero no el único. Resulta que mientras usted encumbra su gestión
emparejándonos con Suiza, Dinamarca, Noruega, España y Francia, los índices del
Foro Económico Mundial nos colocan correctamente en la vecindad de Senegal,
Costa de Marfil, Nigeria, Mozambique y Burundi. Usted sitúa su desempeño en las
nubes, apostando a que en el país no existe nadie con la sagacidad ni la inteligencia
ni la curiosidad suficiente como para consultar el Reporte de Competitividad
Global 2012-2013 en el que
consistentemente sondeamos la cloaca de los últimos lugares en casi todos los
indicadores.
Aventuro la tesis de
que su prolongado éxito engañándonos reside en el hecho de que por mucho tiempo
usted se erigió como exégeta principal de la jeringonza económica y guardián
único de los reportes de las calificadoras de riesgo e índices de
competitividad. Hoy por hoy, sin embargo, cuando hasta los preadolescentes
manejan conceptos como “PIB”, “presión fiscal”, “carga impositiva” y “tasa
tributaria”; hoy por hoy, cuando todo el mundo sabe la diferencia entre
crecimiento económico y desarrollo; hoy por hoy, cuando cualquiera puede y sabe
bajar por Internet esos reportes e informes y consultarlos por sí mismos; hoy
por hoy, cuando una porción considerable de la ciudadanía puede informarse y
aprender salvando el escollo de los medios cooptados, insistir en interpretar
de la mejor manera posible los tollos y desmanes de su gobierno; tratar de
cubrirse el trasero enunciando vaguedades; emitir “¡E pa’lante que vamos!”, es
equivalente a declamar, delante de un público versado, una poesía mala con un
colosal moco asomado a uno de los orificios nasales… ¿Cree usted de verdad que
alguien está atendiendo sus palabras? No, señor Fernández… No. Pero usted es el
único culpable de nuestra distracción.
Resulta que
mientras usted encumbra su gestión emparejándonos con Suiza, Dinamarca,
Noruega, España y Francia, los índices del Foro Económico Mundial nos colocan
correctamente en la vecindad de Senegal, Costa de Marfil, Nigeria, Mozambique y
Burundi.
Ese moco, que usted
insiste en no limpiarse y cuya existencia parece no percibir por más que se lo
señalan y le hacen la mímica de pasarse un pañuelo por la nariz, se llama Félix
Bautista. Ese moco se llama Diandino Peña. Ese moco ingente y grotesco responde
también al nombre de Victor Díaz Rúa, de Mícalo Bermúdez, de Arturo del Tiempo
y de Vincho Castillo, Nosferatu caribeño, a cuya macabra ortodoxia usted se
suscribe. Como usted sentó los precedentes del despilfarro y la voracidad, el
moco también es el aumento salarial que se aprobó a sí misma Josefina Pimentel,
los intrincados e imaginativos embelecos de Elías Wessin Chávez en Bienes
Nacionales, los senadores que ganan lo mismo, o casi más, que los presidentes
de las principales economías mundiales, el relajo con las Torres del Progreso,
los relojes de Reinaldo Pared, las malditas botellas, los 331 viceministros
(¡cuánta similitud con el título de una película de Kurosawa!), los 600 mil
funcionarios públicos para una población de 10 millones de habitantes (Chile
tiene 90 mil para 16 millones), la ridículamente obesa nómina del servicio
exterior o, como lo llama una amiga, el Programa de Intercambio Estudiantil
para Hijos de Funcionarios,los oficiales públicos que cobran una
y dos jubilaciones al
tiempo que siguen ocupando cargos gubernamentales, el formidable botellerío que
no sale de su casa y recibe un sabroso cheque sin dar un tajo, las bocinas, los
puestos superfluos, los cargos redundantes, las dos secretarias tras un mismo
escritorio, ¿ya mencioné las botellas?, todos guisando, todos comiendo, todos
cobrando, todos sobrevaluando, todos armando “monopolios bonitos” desde dentro,
todos consiguiéndole becas internacionales a sus hijos e hijas con promedios
deleznables, todos cobrando comisiones, todos abultando facturas para
repartirse la diferencia, y si no todos, muchos. Montones.
Las noticias las
conocemos de cabo a rabo y eso es lo que más les quilla a los muchachos y
muchachas que le están sacando las tiras del pellejo por esas calles de Dios:
que uno lo aborda a usted y a los suyos con cuestionamientos puntuales en ese
sentido y usted y los suyos responden otra cosa, como los locos, o se van por
las ramas, como las ratas. Rápidamente vamos arribando a la conclusión de que
dialogar con usted, o con cualquiera de sus defensores, es como hablar con el
Gato de Cheshire en el País de las Maravillas: inútil.
Y hablando de sus
defensores, ¿quién queda que lo defienda? Mientras escribo estas líneas dos
saltapatrases que “peregrinaron” con sendas cruces a cuestas, uno desde Dajabón
y el otro desde Higüey, hasta la Casa Presidencial del PLD, apasionadamente le
lamen las verijas y lo proclaman candidato presidencial 2016. Ambos son
empleados públicos. Durante el evento un líder peledeísta que boroneaba a la
multitud para comprarle el entusiasmo fue capturado por el lente de varios fotógrafos.
Sobre el evento flota un inconfundible tufo a romo; por donde quiera que se
mire, persiste en el lugar una atmósfera de gente pobre arreada, utilizada.
Pero
en esa asquerosa trampa de grasa denominada “la defensa del líder” también han
quedado atrapados tristes artistas incautos, bobos en declive que al momento de
poner la rodilla en el suelo para obsequiarle el osculum infame, caducan, expiran,
exhalan su último aliento. Otros ya han hecho su morada en la alcantarilla y se
sienten a gusto entre las heces: todas esas voces “independientes”, pero en
nómina, todos esos “periodistas” y “comunicadores” que, en nuestras propias narices,
cobran los cheques con que el estado les compensa las múltiples felaciones que
deben realizar a diario.
Huelga
hablar de los picapollos, de los paleros, del empleado de FUNGLODE que le quemó
la cara a Isabel Loaces Ricart con cera caliente. No tengo tiempo para eso.
Contra el tsunami de
jóvenes (y no tan jóvenes) que pide, pacíficamente, pero con firmeza, alegría y
optimismo, que se castigue a los corruptos y que se reformule el contrato
social, demoliendo el elefantiásico engendro estatal dominicano para
sustituirlo por una versión más coherente con los ideales de eficiencia y
decencia, usted recluta carcamales incontinentes y
vejestorios lenguaraces para
que los insulten, como lo hizo el mal llamado Bloque
Histórico Patriótico: envejecientes del cuerpo, pero sobre todo del alma,
que cometen el tétrico desatino de condenar el uso de las redes sociales para
catalizar cambios, puesto que, al parecer, si no hay sangre y muertos y
escaramuzas callejeras y gomas quemadas y tiroteos, como en los
tiempos de enantes, no hay gloria, ni
tienen valor sus acciones ni efectividad sus movilizaciones… Por el contrario: el
formidable e inteligente uso que la Primavera le ha dado a las redes no solo lo
ha puesto a usted y a los suyos a correr despavoridos, tropezándose unos
con otros y golpeándose las nalgas con los talones, sino que ha dado ejemplo de
perfecta coordinación, integración y ejecución de una variada gama de
estrategias de conflicto no-violento. En el contexto de enfrentamientos
pacíficos, un solo tuitero con influencia vale por cincuenta guerrilleros y no
se derrama una sola gota de sangre. ¿Por qué no mejor aprende de su ejemplo? ¿O
acaso el mensaje que usted nos quiere enviar es que la violencia y la muerte
son la única moneda que el estado reconoce a la hora de transformarse?
Huelga hablar de los
picapollos, de los paleros, del empleado de FUNGLODE que le quemó la cara a
Isabel Loaces Ricart con cera caliente. No tengo tiempo para eso. Todos conocen
esas noticias, todos hemos visto la imágenes, algunos hasta hemos respirado el gas
pimienta que nos tiró de maldad un capitán de la policía en la Capitán Eugenio
de Marchena; todos, todos hemos visto la manera en que usted y sus defensores
no ha logrado otra cosa que apelotonarse en un batiscafo y hundirse en los
abismos de la estupidez.
Usted
ha transformado el estado dominicano en un colonoscopio. Usted ha convertido a
la República Dominicana en un experimento de mal gobierno. Es como si usted,
cual científico loco, hubiera decidido averiguar qué pasaría si tomara cada una
de las 77 propuestas de Jacques Attali (Informe de la Comisión Internacional
para el Desarrollo Estratégico de la República Dominicana) y
ejecutara exactamente lo contrario. Usted ha destruido los poderes que cotejan
al ejecutivo y levantado un edificio inmoral acogedor de las más graves
psicopatías; una estructura en la que la responsabilidad se difuminade
tal modo que los individuos que operan dentro de ella, incluyendo a los buenos,
especialmente los buenos, terminan sintiéndose capaces de cometer las más
estrambóticas irregularidades sin temor a retribuciones judiciales. Usted ha
perfeccionado la máquina de un estado corrupto y corruptor, un experimento de Milgram con nombre de
país, un ranchón exclusivo en el que solo tienen cabida perros y entrenadores
de perros, como dijo en alguna parte, alguna vez, Yevgeny Zamyatin. Una cosa del carajo
donde todo el que no incline la cabeza delante de autoridades decrépitas y se
trague sus embustes es un “manipulador grosero”, independientemente de sus
credenciales y entrenamiento… Si vamos al caso, es usted la víctima de un
ataque coordinado por disparatosos. Yo soy un disparatoso, Sara Pérez es una
disparatosa; disparatosa Rosario Espinal y disparatoso Andrés L. Mateo.
Disparatosos Juan Carlos Hidalgo,
del Cato Institute en Washington e Yván Rodríguez,
de Acento.com. Usted mencionó en su discurso del 13 de noviembre que la verdad
prevalecerá, y así lo ha hecho: en una divina manifestación de justicia
poética, el mismo jefe de misión del FMI,Przemek Gajdeczka, ha
confirmado lo que todos ya sabíamos… ¿él también es un disparatoso? Disparatosa
también, sin duda, la publicación aparecida en la prestigiosa revista The Economist el
24 de noviembre del corriente y también la publicada por Mary Anastasia O’Grady
en el Wall Street Journal el
26. Disparatoso, enfermo y pepehachista todo aquel no toque el suelo con la
rodilla delante de Su Gloriosa Majestad y no acepte las “conceptualizaciones”
que pare, como chinche, su preclara enjundia. Todos yerran, mienten, manipulan,
malinterpretan. ¿Cómo se explica tanta malignidad colegiada? Usted y muchos,
muchos de sus seguidores exhiben una cerrazón de mente que raya en el fanatismo
religioso, una tozudez de burro engreído, una intransigencia campuna que me
hace sospechar que operan bajo el efecto Dunning-Kruger,
la “ilusión de superioridad” que padecen ciertas personas cuya incompetencia es
tal que tienden a creer que saben más de lo que saben y, lo que es peor, a ser
incapaces de reconocer las competencias de los demás.
Mientras más
contemplo el sainete protagonizado por sus “defensores” más brillan por su
ausencia los verdaderos pilares de la sociedad dominicana.
¿Le leo las cartas? ¿Le
tiro los caracoles? De tanto ir de la ceca a la meca reuniendo mequetrefes y
perdedores para su defensa usted ha agarrado un vaho a mocato. Estoy seguro de
que muchos dentro de su partido ya le están sacando el cuerpo, le están dando
esquinazo, lo están dejando en la estacada. ¿A que sí? Especialmente aquellos
cuyas posiciones dependen del voto de sus constituyentes y no de usted. No le
levantan el teléfono, especulo. Acaban con usted cuando sale de la habitación,
cuando abandona la reunión, cuando se quedan solos y se saben solos. Se ha
visto en la lamentable situación de irse por ahí a recabar el apoyo de Fefita
la Grande y de Tito Swing porque no aparece un solo intelectual, artista o
personalidad de valía que se deje capturar desprevenido en una foto con usted.
Mientras más contemplo el sainete protagonizado por sus “defensores” más
brillan por su ausencia los verdaderos pilares de la sociedad dominicana. Lo
han dejado solo. Y el que más conspicuamente lo ha hecho ha sido nada menos que
el presidente electo de la República Dominicana, Danilo Medina Sánchez… En
vista de esto y de todo lo demás, ¿quién es, en última instancia, el
manipulador grosero? ¿Quién el maldiciente y el infame? ¿Quién, señor ex
presidente, el enfermo mental?
Jamás suyo,
Pedro Cabiya
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