Desigualdad, pobreza y
bajos salarios
Miguel Ceara-Hatton
La
exclusión social de RD se concreta en la marginación social, la pobreza, la
desigualdad (social y territorial) y el retraso relativo de los indicares
sociales e institucionales que están por debajo de los promedios esperados dado
el nivel de PIB por habitante.
Ello
ha sido un resultado de largo plazo de un modelo económico y social que cada
vez genera menos empleos por unidad de producto. Además, el empleo adicional es
de mala calidad y de baja productividad.
La
pobreza es persistente. Los salarios han sido bajos para mantener los niveles
de rentabilidad. En la sustitución de importaciones (1968-1981) fue la vía para
mantener la rentabilidad del sector industrial urbano que se desarrollaba, en
la transición hacia los servicios (los ochentas) los salarios pagaron el precio
del ajuste y en la economía de los servicios, el eje de la competencia en los
mercados externos ha sido el bajo salario, al ser éste un costo a minimizar y
no un ingreso de ventas, porque la oferta se dirige principalmente a la exportación
y no para el mercado interno.
En
ese contexto, el Estado y la política no han sido el espacio para el bienestar
social sino de la acumulación de capital privado. El gasto público ha estado
territorialmente concentrado, ha sido ineficiente y fuente del clientelismo
político. La política se ha corporativizado.
El
salario social ha sido pírrico (gasto público en educación y salud). A largo
plazo, la calidad de la mano de obra no ha sido una prioridad. Las necesidades
educativas del trabajo han sido mínimas y no han ido más allá de la educación
básica.
En
adición, los sectores económicos dinámicos se han desarrollado en forma de
enclaves o son intensivos en capital, con pocos encadenamientos internos con
los demás sectores productivos, determinando que en el largo plazo la economía
crece pero con bajo multiplicadores.
Se
generaliza el uso de la mano de obra haitiana, una población sin derechos, que
funciona como un “ejército industrial de reserva” para mantener la rentabilidad
y anclar los salarios.
El
régimen de exclusión y la falta de movilidad social genera una sociedad
desigual, que se reproduce por las instituciones (sistema educativo, salud, la
justicia, la prensa, etc.), las cuales dejan de ser un medio de estabilidad del
sistema y de inclusión para convertirse en un medio de enriquecimiento de
grupos, haciendo que el desarrollo se convierta en una cuestión de poder y no
derechos. Ello genera desencanto, frustración y violencia social. La búsqueda
del bienestar deja de ser un proyecto colectivo para convertirse en una
aventura personal. Es el “vivo” y el “dinero fácil” el referente de éxito. Lo
cual se consolida con el “borrón y cuenta nueva” que exalta, bendice y
reproduce la desigualdad.

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